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¿Que se mueran los gordos?

¿Gordos? No, dos excelentes luchadores. El terrero se rendía ante su espectacularidad y destreza. La lucha Canaria no es carne y hueso; es maña y destreza. Lo demás no se valora.

En los últimos años, he venido escuchando con cierta tristeza que en la lucha canaria se plantean prohibir que haya luchadores gordos ( Sin gordos, sin grandes, no volverá a ganar el chico). Parece ser, por la medida, que si no se prohíbe, en los terreros prosperarían las personas gordas como hongos. ¿Y dónde se dan los hongos? ¿En cualquier lado o hay unas condiciones concretas que permiten su proliferación por encima de otras?

¿El objetivo de la lucha es que no haya gordos? ¿No sería mejor que el objetivo fuera que hubiera lucha, mañas, deporte en toda su extensión y no el absurdo reduccionista al que han llevado al deporte vernáculo? ¿Les molestaba mucho a los aficionados lo que pesara Catire IV, Parri II, Tomás del Toro, El Pollo de la Plaza, Valencia, Lito Figueroa y otros gordos gloriosos de los terreros? ¿O al revés, salían realmente entusiasmados de los terrenos porque, a pesar de sus kilos, eran capaces de ejecutar técnicas de ataque, defensa y contraataque con una espectacularidad que sólo ellos sabían dar? Ese es el verdadero problema, y a eso es a lo que hay que darle solución. Que ya no saben luchar, ni unos ni otros. Ni los gordos, ni los flacos. Y así, claro que proliferan los gordos, y los gordos se hacen poco vistosos.

El problema de la lucha canaria de hoy es que no llega a una parte significativa de la población canaria. Que sobrevive adobada en las cada vez menos poblaciones rurales y tiene no sólo menos representación sino muchos menos aficionados que en épocas anteriores en las que había muchos miles menos de personas en el archipiélago. Apenas atrae a la nueva población joven y no tiene tampoco capacidad alguna de penetración en la sociedad y convertirse en un elemento de integración social e identidad. Podría serlo y muy bueno, por sus especiales características. Pero no lo es porque vive anclada en ámbitos cerrados donde se priorizan sus tendencias endogámicas y de permanencia de dirigentes de clubes y entes federativos que no saben ni quieren aprender a hacer la lucha grande en nuestro territorio. Como hicieron otros, años y siglos atrás.

Es una mentira muy utilizada que la lucha permanece como ha sido siempre (actualmente es el periodo menos técnico de todos los que he conocido). Muy poco tiene que ver el nivel organizativo de la lucha en el siglo XV, con el XVII y este con el XIX, y con el XX donde ha habido enormes cambios.

No se puede tener un deporte reducido a un esperpento de sí mismo y sólo para satisfacción de menos del cinco por ciento de la población. El resto, tanto los miles de nuevos residentes como los que son hijos de canarios con pedigrí certificado, no saben diferenciar una pardelera de una agachadilla (a muchos ni les suena el término, y mucho menos valora la dificultad y aprendizaje del mismo). No entienden en absoluto un deporte que se ha empobrecido social y deportivamente a lo largo del siglo XXI, sin que estamentos federativos e instituciones canarias hagan algo por la lucha, cuando yo estoy seguro de que si le dan una oportunidad a nuestro deporte vernáculo por excelencia sería un extraordinario instrumento de integración y arraigo de los nuevos canarios. La plasticidad de la lucha, la enorme diversidad técnica y su espectacular puesta en escena cuando saltan verdaderos luchadores al terrero, no sólo se puede utilizar en el agarre humano sino también en el digital de juegos de game boy y similares. No tengo la menor duda, en ese campo; la dinámica de ataque, contra o defensa se presta de mil maravillas para introducirla en los niños a través de juegos interactivos. Sería darle una solución del siglo XXI a un deporte que ha caminado durante siglos por la historia y sus cambios en unas islas que las tuvieron presentes en el beñesmen, en las plazas de los pueblos y en las de toros y en grandes terreros circulares que ahora sólo se llenan con otros espectáculos.

El problema no son los gordos. El problema es que los aficionados no ven sino los cuerpos de los luchadores porque no saben luchar la mayoría. Apenas hacen unas dos o tres técnicas por muchas agarradas que disputen y prefieren agotar el tiempo a derribar al contrario.

 Prohíban que salten a los terrenos personas que no sepan luchar, que no sepan las defensas y contras estandarizadas de  la lucha, resultado de cientos de años de práctica. Prohíban que un luchador que no derriba a su contrario pueda salir como victorioso. Prohíban que directivos de clubes y federaciones no promocionen la enseñanza de las técnicas de lucha y tengan a sus puntales y no puntales metidos en el gimnasio hartándose de no sé qué cosas mientras con pesas repetitivas atrofian sus músculos. No hay lucha vistosa sin agilidad.

Si reducen la lucha a empujones, levantadas y apretones de mulos engordados, engrasados y horneados en gimnasios, la que caerá gorda a los aficionados será la lucha. Y se irán a otra cosa. Como han hecho muchos. Y no vendrán nuevos aficionados, como se nota a primera vista en terrenos vacíos y tristes. No se puede aspirar a ser el deporte de un pueblo, si el pueblo se queda fuera y la lucha se celebra a puerta cerrada. De espaldas a la masa popular. Y, ahora, la culpa es del chachachá, del gordo, del aficionado que no va, y de todos menos de los que se dedican a su mantenimiento, promoción y conservación. Sí, sí, sí, la culpa es de los gordos...

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