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¿Qué fue del Jaguar de César?

Durante más de 20 años, permaneció refugiado, con sus heridas intactas y sus hierros retorcidos, en un almacén por un empresario amigo del artista  

Ayer, día 25 de septiembre, sobre las 14.15 horas, se cumplieron los 25 años, un cuarto de siglo, del  suceso que conmocionó Lanzarote como nunca antes.  Dos vehículos de alta gama, pero de diferente estilo y robustez, se encontraron de forma inoportuna, repentina y trágica en un cruce denunciado mil veces por su elevada peligrosidad. Incluso por el propio Manrique, que proponía la construcción de una rotonda para disminuirla y facilitar el acceso a su recién creada Fundación, a 200 metros de allí, y a la zona turística de Costa de Teguise, por la otra parte. Significaría quitarle la prioridad a los coches que circulan por la LZ1, que  une Arrecife con Teguise y dársela a la circulación circular de la rotonda, donde iría también una obra escultórica del propio artista. Exactamente como está en la actualidad.

Pero hace 25 años y un día, en esa zona había que cruzar la LZ1, con un intenso tráfico, que circulaba a considerable velocidad, para, desde el otro ramal girar a la izquierda y acceder al carril de la derecha en dirección a Teguise.  Ese fue el último proyecto vital de César Manrique, un genio de 73 años, que iría pensando en sus mil proyectos y millones de fantasías, cuando se acercó a ese cruce, después de salir de su Fundación en su coche. En su flamante Jaguar verde, envidia de los amantes de los coches y otra seña de identidad suya en la isla. Los lanzaroteños veían el vehículo, y sin saber bien si era un Jaguar o cualquier otra marca, decían, contentos: "Ahí viene César.  Que se agarren los machos esos especuladores del carajo".  Ya fuera en Famara, localidad que le encantaba al artista,  ya fuera en Haría, lugar en el que residía, o en Arrecife o en los alrededores de la Fundación, que fue su casa, el Jaguar verde se identificaba con César, era una extensión de él en la percepción insular de los últimos años del artista. No hacía falta matrícula, ni especiales conjeturas para saber quién tenía un coche así en Lanzarote.

El Jaguar verde, con matricula GC 5412 W desde 1984, avanzaba sin demasiada premura hacia el stop que le recordaba que no tenía preferencia en el cruce de vías al que se aproximaba. Al mismo tiempo,  el todorreno Toyota Land Cruiser matrícula GC 5540 S avanzaba, despreocupado por la  LZ1, donde gozaba de preferencia. Sin saber cómo ni por qué, minutos después ambos coches yacían rotos, parados, en medio de la vía principal, ocupando los dos carriles señalando con sus trompas dañadas el sentido que nunca más pudo coger la víctima mortal del desencuentro casual pero definitivo.

El Jaguar recibió el embiste del rudo Toyota en su parte lateral delantera izquierda, exactamente donde opera el conductor, que se vio desplazado y atrapado en el amasijo de hierros en el que se transformó el vehículo más elegante, que fue impactado en la parte más débil. No eran tiempos de airbag ni otras especiales protecciones que hoy abundan hasta en los de baja gama.

El Jaguar, con sus hierros dolidos, despojado de su principal activo, su insigne conductor, fue retirado a un almacén donde descansó durante más de 20 años con su heridas intactas, como recuerdo imborrable de su participación en una historia que llenó de pena a una isla y de desolación a un majorero que sufrió  el triste protagonismo de coincidir con César en el momento de uno de sus escasos errores. Un despiste de un hombre de 73 años, con recientes problemas visuales, que no vio al todoterreno y entró en la vía.

Durante dos largas décadas, el Jaguar verde, el Jaguar de César descansaba sin vida en el almacén en el que lo recogió un conocido empresario amigo de César, que le dio refugio allí para retirarlo de la vista de quienes convierten en icono o símbolo cualquier objeto personal vinculado a la muerte de un famoso. Así, hasta hace unos dos años,  cuando la empresa familiar cabrera Medina adquirió el coche y, por expreso deseo de los dirigentes de La Fundación César Manrique, que no querían convertirlo en un símbolo de nada y evitar un morbo innecesario, lo llevaron directamente al desguace. O sea, que el Jaguar verde, al igual que su conductor, ya no existe. De ambos juntos queda esa última y trágica fecha. Pero, sobre todo, queda la obra y las ideas de un hombre que se bajaba del Jaguar y ponía verde al que fuera en defensa de las mismas y de su isla.

elperiodicodelanzarote.com