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Nidos de tórtolas en la administración (1)

Cuando era pequeño, apenas había tórtolas en Lanzarote. Tiene su sentido porque la tórtola turca se expandió de forma exponencial a lo largo del siglo XX por casi todo El Mundo de su original residencia asiática, llegando también a Canarias. Y a Lanzarote. Además, tiene mucho que ver que ahora en la zonas urbanas de Lanzarote haya árboles, su principal punto de apoyo, y antes solamente había hambre. Los únicos troncos  que había (aparte de unos buenos enemigos míos) eran los que hacían de apoyo a la distribución de la línea telefónica, y tampoco  había muchos. Ahora, en cambio, con eso de que tenemos agua para regar, en los jardines, parques  y en el resto de los espacios públicos, las palmeras y otros árboles se ven por las cuatro o cinco principales zonas urbanas de la isla. Y, ahí, cuando no en lo alto de las antenas de TV domésticas, aparecen, cada vez más, las inseparables parejitas de tórtolas, que son un ejemplo de amor estable, monogamia, y de su arrullo monocorde permanente.

Cuando las vi por primera vez, las miré entusiasmado mientras se acariciaban y acicalaban con su pico inquieto. No sé si estaba yo enamorado en ese momento (seguro que sí, porque suelo estarlo permanentemente y es una enfermedad que, por recurrente, me trato poco) pero me gustó esa imagen animal tierna y cariñosa, desinhibida y confiada, que exhibía el amor y el humor de dos pequeños seres que se querían y eran capaces de recordarlo y repetirlo día tras día. Hasta el punto, que comparten las tareas del hogar hasta el extremo que ella incuba los dos huevos que pone por la noche, mientras él ocupa su lugar durante el día, porque aquellos dos huevos también son los suyos. Una imagen idílica que se rompió de golpe cuando el macho o la hembra, no alcance a ver cuál de ellos, dejó caer sus excedentes sobre mi cabeza despoblada con un entusiasmo y abundancia también elogiables. Entonces, empecé a mirar para el suelo  y me percaté de los riesgos de semejante abundancia de tórtolas. Porque el amor tiene que ser libre, pero nadie ha dicho que sea del todo limpio.

Las tórtolas, más las europeas que las turcas, que son primas hermanas ( como casi todo lo turco y lo europeo), han sido un ejemplo de amor que se ha trasladado al ser humano con regocijo. Así, llamarles tortolos o tortolitos a dos personas ( digo dos personas, para no excluir a nadie) era una forma un tanto zalamera, y provocadora a veces, de echarles en cara su amor y prestancia en caricias y arrullos. Y por ahí vamos en este artículo, que muevo primero en un circunloquio intencionado, aunque no sé si del todo necesario o solamente lo hago para hacer rabiar al que sólo viene buscando carnaza con nombre y apellidos, departamento y filiación. Seguro que también los hay que lo están leyendo en pareja, diblusados en la barandilla de sus propias correrías por consejerías, concejalías, departamentos, entes, servicios y empresas públicas entre la  provocación de la pasión fresca y un poder público recién sacadito del horno.

Pues de eso va este artículo, pero principalmente los próximos. De aquellos y aquellas que aprovechando el poder de las urnas, sus liderazgos en los partidos o su forma indisimulada de escalar y reptar, no solamente colocaron sus posaderas y cuenta corriente al servicio de sus privilegios.  De hecho,  también se hicieron acompañar por su tortolito, aparecido, a veces, incluso, en el fragor de esa batalla de ideas, que al final se resumía en una galantería impropia donde los problemas sociales y comunes no eran más que un soniquete sordo en medio de deseos y soluciones más carnosas y golosas. Y cuando llegan no quieren irse ( me refiero de la administración, en los otros se van y se vienen todos los días unas cuantas veces, si fuera necesario o menester). En eso se parecen también a las tórtolas turcas, que al contrario de las migrantes europeas, estas vienen para quedarse.

Y tanto. La mayoría de los problemas de los partidos y los grupos de gobierno o desgobierno tienen que ver con estas parejas de tortolitos. Que tortolito quiere hacer pero tortolita no quiere y viceversa. O que tortolito no hace nada sin que lo vea tortolita, que tortolita tiene que consultar con tortolito, que tortolito durmió fatal porque tortolita ( o al revés, que lo mismo monta...) estuvo atufada toda la noche. Cuando hay una pareja de tórtolas en la administración, la tierra abandona su propio eje para girar alrededor de su arrullo, aunque muchos no se acicalen porque ellos no son mucho de usar el pico en público (y la pala ni en privado).   Qué si hay casos así en Lanzarote, me preguntas. Hay, pero hay, pero es que además hubo y siempre habrá.  Los ha y las ha habido que creían que ser pareja del  jefe o de la jefa era ser la jefa o jefe consorte.  ¿Que si mandaban? ¡Mandaban que daba hasta miedo, compañero! Porque el amor es así, libre pero no siempre limpio...

 

 

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