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Las aGRADAbles

Son niños. Y niñas. Nuestros hijos. Contentos, con su equipaje reluciente, sus botas de tacos y su mirada perdida detrás de un balón que no siempre rueda al gusto de todos, avanzan en el campo en busca del gol, máximo premio de un deporte que les enseña a compartir, colaborar y afrontar situaciones en grupo. Es fin de semana, atrás quedaron los libros, libretas, lápices de colores, maestros y obligaciones.  Se abren a la diversión, con sus compañeros, haciendo algo que les gusta, entre el bullicio propio de niños y niñas que respiran mientras aspiran a ser grandes deportistas. Driblan, tocan, disparan, meten y fallan. juegan en la armonía del infante que busca divertirse y enseñar sus nueva habilidades recién entrenadas/estrenadas. Y, entonces, surge el zafio, el mal ejemplo, el mal padre del buen hijo. El palabro choca en los tímpanos de los restantes padres que comparten grada, que animan y se ríen de las pericias y también de los fallos de sus hijos que se esmeran en aprender y sufren, momentáneamente, por ser superados por el otro retoño rival.

Pero allí sigue el infantil de cuarenta o cincuenta años gritando como si se estuviera desangrando su hijo, limpiamente superado por su rival. Se pone de pie, para que su indignidad se vea de lejos y convertirse así en el contraejemplo de una plácida mañana de sábado festivo. Insulta a su hijo, a su madre, que es la abuela de su hijo, y se hace sus necesidades en voz alta para recriminarle a su avergonzado e indefenso descendiente que no cerrara bien. Que se le escapara su marca con tanto estilo como ejemplaridad. Estaría encantado con que su hijo fuera el otro, no sólo por lo bien que juega al fútbol sino por lo bien que huele su madre, que tranquila disfruta del espectáculo. Claro que debe de tener otros gustos la señora, porque su pareja mira también tranquilo el partido. Hace unos minutos fue su hijo el que cayó al suelo en una jugada tramposa del rival y ellos fueron los primeros en quitarle hierro. "El fútbol es así, son niños. Vamos, Miguelito, no fue nada, arriba, mi niño, que tú puedes", dijeron, primero, para tranquilizar a los padres de los otros niños y gritaron, después, para animar a su hijo a levantarse y que pusiera fin a los aspavientos que estaba haciendo.

El energúmeno no daba crédito y con su hombría por montera se dirige a la señora con la cresta tiesa como un abanico de cordobesa. "Fue falta, señora, fueron a por su hijo, son unos salvajes esos chicos", le dijo, invitándole a su particular guerra de frustrado dominguero. "Las falta las pita el árbitro. Nosotros venimos a compartir y apoyar a nuestro hijo y no a convertirlo en un cascarrabias para que acabe de hooligans de mayor amargándole la mañana al resto de padres, que sólo quieren disfrutar viendo a sus hijos disfrutando de un partido de fútbol donde sólo ellos, los niños, son y deben ser los protagonistas".  Aunque la pelota avanzaba mansa por el centro del campo, la grada aplaudió al unísono mientras, sin apenas plumas, el gallito malcriado, en una suerte de aspavientos, se escondía en su propio asiento.

Desgraciadamente, son muchos los gallos que ante el mínimo estímulo le echan crestas al asunto. Por eso tiene mucho mérito que un grupo de amigos, seguramente padres y conocedores de esta realidad, se hayan sumado en un proyecto muy sencillo pero necesario. Consiste en poner en los campos de fútbol de Lanzarote, como ya la hay en otros lugares, una pancarta visible desde las gradas y a la entrada del estadio, en la que se recuerde una serie de reglas que los niños agradecerán que sus padres cumplan desde sus asientos cuando ellos juegan. Simplemente buscan que las gradas sean también un espacio de disfrute, que no contaminen el campo de juego sino que se contagien de su voluntad de hacerlo cada día mejor. En definitiva, una apuesta clara por el civismo, por las aGRADAbles.

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