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Nuestro primer colegio cumple 40 años



Hoy, lunes, 30 de noviembre, a las 18:00 horas, tendrá lugar el acto institucional por el 40 Aniversario de la creación y apertura del CEIP Alcalde Rafael Cedrés, en Tías. Allí estarán, como no puede ser de otra manera, el alcalde de Tías, Pancho Hernández, acompañado por el teniente de alcalde y concejal de Cultura, Amado Jesús Vizcaíno, y la concejal de Educación del Ayuntamiento de Tías, Aroa Pérez. Sinceramente, no es lo más que me interesa del acto, especialmente emotivo para quienes, como yo, estábamos allí hace cuatro décadas.

No coincidí con ninguno de ellos tres en aquellas aulas ni patio de recreo. En el caso del alcalde, porque él ya había superado, en aquel histórico momento, la edad escolar ( Sí estuve en clase con sus hermanos Antonio María y Angel Marcial)  y los otros dos, los tiñoseros ( con afecto, que algo me toca) Amado y Aroa porque son más jóvenes y, además, los primeros cursos los hacían en Puerto del Carmen ( o La Tiñosa) y se incorporaban al Alcalde Rafael Cedrés, en Sexto, en la llamada Segunda Etapa, donde se pasaba de un profesor para todas las asignaturas al "superdemocratísimo" una asignatura, un profesor.

En el patio de recreo del Colegio "Alcalde Rafael Cedrés" con los compañeros Carmelo Montelongo y Agustín García.

 Era, el paso de la Primera Etapa (5 años) a la Segunda Etapa (3)  de aquella, ahora extinta, E.G.B. (Educación General Básica, 8 años), la primera señal de que nos hacíamos mayores, aunque sólo tuviéramos doce años. En la Segunda Etapa, se sumaban los chicos y chicas de Puerto del Carmen ( y del resto de los pueblos del municipio), de toda la zona, que ya empezaba a florecer también turísticamente, con el Hotel Los Fariones, como infraestructura faro ya consolidada.  Y con los chicos y chicas de Puerto del Carmen llegaba la primavera de nuestra adolescencia. Con peleas diarias con los chicos y amores inconfesados, no siempre correspondidos, con las guapas tiñoseras ( dicho sea con todo el respeto). ¡Qué años aquellos!

Nosotros, los de mi curso, llegamos al Colegio, a un colegio de verdad, por primera vez, cuando ya estaba empezado el Quinto de EGB. Hasta entonces, habíamos estado en aulas que sólo recordarlas me produce pereza, salvo las risas y fiestas con los chicos y chicas de aquel Tías rural, donde hasta la Ferretería Tías era pequeñita, recién creada, en pleno centro del pueblo. Y mi mejor amigo de aquellos años, Bernabé Borges, combinaba horas de clase y partidos de fútbol con un arduo trabajo, entre tachas, herramientas, parches para bicicleta, cemento y material de fontanería, con sus hermanos y padre para levantar el imperio que tienen hoy. Eran clases de vergüenza, propias del tercer mundo, donde los suelos de madera, rotos, se tragaban nuestros afiladores, gomas y lápices y, a veces, nos devolvían, algún ratoncito de campo con pretensiones de aprender algo, después de visitar los restos de pajas y grano de las eras cercanas. Todavía me dan arcadas con sólo recordar los retretes de las aulas que estaban donde hoy se levanta el Ayuntamiento de Tías. No  había agua en las letrinas y sí un exceso de todo lo demás.

Estaban mejor las tres aulas de la Orilla, aquellas que hoy son la sede de la Asociación de Mayores, que están detrás de las instalaciones de FT. Aunque, desde Los Lirios, donde vivía yo, quedaban lejos para niños de nuestra edad. Además, el miedo a los coches, en un pueblo donde la mayoría de los vecinos seguían desplazándose en burros a sus fincas, hacía que se viera con verdadero pavor por parte de los padres que nos tocara allí.

Los primeros años de escolarización los pasé en las que hoy son la Casa Consistorial, con maestras siempre. Primero, con doña Merceditas ( ¡Qué mal suena el doña y el ita ! Pero son compatibles  por lo pronto que acaban sus carreras, siendo chiquillas todavía), después con Doña María Bermúdez (una histórica con muchos años y experiencia, pero que después había que llamar Señorita) y, finalmente, con Doña Rosa. No sé cuál de las tres me tiró más por las orejas, me dio más tortas o me gritó más alto. Pero les guardo un enorme afecto a las tres porque aprendí mucho con ellas.  

Pero el año antes y el corriente de nuestra incorporación al primer colegio de verdad, estábamos en La Orilla y teníamos de profesor a don Raimundo. Un hombre de mediana edad, con una risa contagiosa que desenfundaba la mano con especial contundencia. Me lo pasé muy bien tanto antes como durante nuestro primer curso en el Colegio Alcalde Rafael Cedrés. Que, por cierto, ese tal Rafael Cedrés que da nombre al mismo, era el abuelo de mi compañera de clase Nery Cedrés, que, además de un buen alcalde, de ahí el nombre, fue un transportista de agua potable muy querido y respetado por la gente de la época.

Con don Raimundo, saqué mi vena literaria y creativa, ya que a él le encantaba la lengua y el teatro y yo en eso me lucía con cierto desparpajo. Todavía recuerdo las obras de teatro que redactaba y luego escenificábamos en clase, donde yo me reservaba el papel de galán  y ponía de moza a la chica que me gustaba, Hasta el punto de que mi amigo y compañero Agustín Marrero se negó a hacer su papel porque el empezaba a coquetear con la chica que después yo le birlaba por capricho del guionista ( que era yo también, claro). Sobra decir que la actriz para la ocasión era la chica que nos gustaba a los dos, y a otros muchos, desde que nos pusimos por primera vez aquel uniforme de pantalón gris y camisa blanca.

Llegamos al Rafael Cedrés y quedamos maravillados. Era 1977. Un colegio con más de cinco aulas. Los baños tenían no sólo cisterna sino también lavamanos y hasta papel higiénico. No tenía canchas deportivas, ni pabellón, ni nada. Apenas una zona hormigonada años más tarde con una canasta. Y un llano alrededor dentro del muro que lo acotaba. Poco a poco la zona trasera fue cogiendo color negro del rofe y plantaron árboles, pero nada que ver con lo de ahora. Pero para nosotros, era fabuloso.

Me acuerdo que entramos todos juntos, después de hacer una cola en la puerta principal. A mi lado, los gemelos Pedro y Toño Rodríguez, Bernabé y Tino. En un coro más allá Nery, Inma, Olivar, Candelaria, todos chiquillajes del pueblo, que vivimos aquello con una emoción especial.  Entramos, cruzamos el descampado intramuros, nos subimos a la acera al final del mismo, dejamos atrás los primeros baños, giramos a la izquierda, desviándonos por otra acera y al final estaba la clase. Entramos y ya don Raimundo nos recordó que la clase era nueva pero nosotros no. ¡A trabajar!

Los tres años siguientes, Sexto, Séptimo y Octavo, fuimos cambiando de clases y descubriendo, junto con muchas cosas curriculares, nuestra propia adolescencia. Vimos como nuestros cuerpos cambiaban y nuestras prioridades también. Jugábamos al fútbol en campos improvisados de tierra y dos piedras de portería. Aquí, en estos partidos, conocí al que fuera alcalde, y es amigo, Pepe Juan, que venía de la Unitaria de Mácher, y estaba un par de cursos por delante de mí. En clase estaba con su hermana, y con Maximino, Pedro, Catalina, que eran también de Mácher como otras chicas y chicos de los que tengo la imagen pero no me viene ahora el nombre. De Conil, me acuerdo, cómo olvidarse, de los hermanos Aparicio, Juan, que hoy llaman "El Rubio", y Antonio, y de la Vega, lindando con Bilbao, venía Morales, una chica muy simpática. De la Asomada, estaba Camacho, Bonilla y seguro que uno más, del que ahora no me viene el nombre.  Pero en la Segunda Etapa, la mayoría proveníamos de Tías y Puerto del Carmen.

Recuerdo también a Esparza, el único que hablaba en la versión más peninsular. En aquellos tiempos todavía se hablaba canario, con todos los localismos, incluso de cada pueblo, y nos reíamos sin freno cuando las zetas y los vosotros salían de la boca de aquel muchacho. Llevaba fruta para el recreo ya en aquellos tiempos y tocaba la guitarra que era un primor. Parece que lo estoy viendo ahora mismo sentado en su pupitre, detrás de mí. Y, por supuesto, no se me olvida la portadora de muchos de nuestros deseos de adolescentes imberbes y rurales, la Carina que vino del Norte, más concretamente de Dinamarca. Me acuerdo también de las Loly, coincidí con unas tres,  Esther, Luisa, Clari, Nieves, LauraCandelaria Rodríguez, Olivar Mesa, Inma Ferrer, Nery Cedrés, la Amparo que llegó del Puerto, que era nieta de Siña Magdalena, y otras muchas, que tres años dan para mucho en estas épocas. De todas formas, la población del municipio no tenía nada que ver con la de ahora. Eramos muchos menos y eso se notaba en las aulas, a pesar de que nuestro padres eran unos campeones de la procreación.

De  Puerto del Carmen, no me puedo olvidar de mis amigos Pepe Vera, tinerfeño afincado cerca del Hotel Los Fariones,  y Juan Félix, con el que pasé muchos años juntos después. Tampoco de Adrián García, Amadeo, Cuco, Moisés, ... Pero, sobre todo, para nosotros, Puerto del Carmen era sinónimo de chicas. De chicas guapas y más modernas, por aquello de que vivían codo con codo con aquellas turistas que veíamos en la playa de cuerpo escultural y bañadores raquíticos. La belleza no se pega pero la forma de exhibirla sí. Y allí estábamos, inquietos en el pupitre, haciendo más panes que nadie en el bar improvisado para sacar dinero para el viaje de fin de curso, o mostrando lo mejor de cada uno para ver si caían rendidas ante nosotros. Nada. En mi caso, el único que caía era yo. Primero, rendido ante sus bellezas y, después, de intentarlo, sin éxito. Agotado de intentarlo sin recibir más premio que un tímido saludo. De esta época amorosa/fallida me quedo con los granos de la cara, la gomina para el pelo que sí tenía todavía, y las visitas a la ferretería por la tarde, para, detrás de las estanterías de cadenas de todos los tamaños, intercambiar estrategias con Bernabé para el día siguiente en el recreo, que volvían a ser sonoros fracasos.

¡Qué tiempos los que pasamos en aquellas aulas blancas!  Recuerdo a Beatriz Estefanía, su prima Juanita, Hilda, Mary, entre otras, como las chicas que venían al colegio en aquellas guaguas que acaban destartaladas ante el ímpetu de los chicos, y la masificación del momento. Agradezco el esfuerzo que hizo aquel montón de profesores, que se turnaban cada hora, para enseñarnos y sacarnos de nuestra propia ignorancia. Los profesores Marcos, Antonio Macías, Antonio del Pozo, Mercedes, Montaña, la vasca de lengua, que era encantadora y me estimuló mucho para que escribiera redacciones, que tenía dos perros grandes,  de la que no recuerdo el nombre, Pedro Abarca, que era tan joven y escultural que rivalizaba con nosotros ante las chicas ( y bien que se lo cobrábamos jugando al fútbol y  dándole patadas sin disimulo). Había otros, pero la cita no busca ser exhaustiva, sino una muestra del todo.

Hoy, celebran cuarenta años de aquel primer día en esas aulas donde tanto aprendimos y pasamos nuestra adolescencia de chicos que querían un futuro mejor. ¿Estamos todos satisfechos de lo que somos 40 años después? ¿Somos conscientes de que todos salimos de ahí? ¿Estamos todavía todos? No estaría de más aprovechar la fecha para un reencuentro. Porque en Lanzarote nos conocemos todos,  pero a muchos de ustedes hace años que no los veo ni sé qué ha sido de todos aquellos sueños que queríamos hacer realidad.  Como sueñan hoy nuestros hijos en otros o en el mismo colegio.

 El guante está echado. Es cuestión de animarse. También son nuestros cuarenta años. Esa infraestructura educativa ayudó también a que fuéramos mejores y que disfrutáramos de nuestras largas jornadas de clase y recreo de fútbol, pandilla, y desamores que nos enseñaron a sufrir y a aguantar cuando nos vienen mal dadas. Todo un aprendizaje para la vida intramuros en el Colegio Alcalde Rafael Cedrés.

Comentarios

#1 Gloria Álvarez 30-10-2017 23:20
¡Cuántos recuerdos!!!

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