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Un paseo milagroso

Me dejo llevar. Me olvido de mis preocupaciones y mis intereses y camino despacito. Expectante. Disfruto de todo. Miro hacia La Puntilla. Ahora hacia la otra punta. Dejo que mis ojos busquen la barra entre las olas tranquilas que acarician la orilla. Y vuelvo a mirar la trama urbana, desigual, llena de contrastes como el propio paisanaje que se interrelaciona en este espacio tan peculiar. Estoy en el paseo de Las Canteras, en Las Palmas. Uno de esos lugares mágicos que se crean de forma misteriosa, con el tiempo, con los años, con su gente, sin la pretensión de crear nada. Como surgen las cosas buenas, sin interés ni propósito. Sólo dejándose llevar.

Ahora, con eso de que el Estado nos financia el 75% del precio de los billetes entre islas y parece que se abre el mercado aéreo local a la competencia, deberíamos meter en nuestra agenda cotidiana la conquista personal de nuevos espacios de nuestro territorio canario. Que nos olvidemos, de pronto, de ese tan cacareado como cierto principio de la fragmentación territorial, doble y triple insularidad y nos embarquemos en estos tiempos de nuevas oportunidades. Que disfrutemos de nuestras cosas, que metamos en la cotidianidad nuestra nuevas experiencias  por el simple (o no tan simple) hecho de que nos provocan placer, gusto, o paz, aunque no esté en nuestra islita de referencia y haya que aterrizar en otra y rozar hasta la propia Isleta.

Me gusta. Me encanta. Me divierte volver a la realidad/ realidad y no dejarme atrapar exclusivamente en la otra virtual que ahora nos atosiga, nos enseña, pero también nos agobia con sus exigencias visuales y digitales que nos llevan a un mundo más frío, con menos contacto.

El antídoto es Las Canteras. Lo tengo claro. Ver desde las ocho de la mañana a mujeres y hombres, a viejos y jóvenes, con  su bañador apretadito en busca de las olas nos habla de una ciudad volcada al mar. Una ciudad que ha sabido encontrar su zona azul donde aparcar por unas horas remordimientos y frustraciones y darle alas al baño salado como respuesta positiva. Los veo, felices, saludarse, como si fuera un ritual diario donde se encuentran y se conocen y se animan mutuamente. Sigo caminando.

A mi lado, mientras ya veo bien el final del paseo en un majestuoso edificio con nombre de tenor musical universal, pero local, y casa de las artes escénicas. Veo el mestizaje que avanza a mi lado. La rubia nórdica con pinta de visitante casual y mochila de apoyo para su paseo. Más allá, el ejecutivo repeinado que usa el paseo de animado corredor entre su lugar de trabajo y la terraza donde tomarse el tentempié. Lo mismo veo jóvenes con chanclas roídas de subir y bajar del barrio de Guanarteme que camisas de marca refinada recién estrenada de pijos de Mesa y López y Ciudad Jardín. También se da cita la masa de deportistas que inundan hoy nuestra sociedad en busca de más salud. Las veo guapas y sudadas entre prendas deportivas ajustadas, solas o acompañadas con galgos humanos  que trotan a su lado como fronteras naturales a miradas curiosas. Allí hay uno haciendo yoga, allá una encaramada en el muro entretenida con sus estiramientos.

Es toda una exhibición de gente en su estado de relax. Una zona envidiable de ocio que otros usan para tomarse un té o un café en las decenas de cafeterías mientras ven que la biodiversidad de la más populosa y  urbana de las ciudades canarias transita cómoda entre la belleza de su playa y la trama edificatoria. O sea, por el paseo.

Sigo caminando, disfrutando de un día hecho especialmente para que yo camine por Las Canteras entre una pequeña brisa y la histórica panza de burro que caracteriza a Las Palmas. Ya llego al final, a los pies del Alfredo Kraus, pero lejos de ser el fin de algo es la explosión maravillosa del divertimento más activo. Cientos de personas, también algunos tan mayores como yo,  golpean su tabla de surf entre las olas. Son cientos, son una estampa que llega del mar al paseo para extasiar, para extasiarme. Me gusta Las Canteras. Su paseo y su gente. Su Panza de burro y su barra de panza. Sus aires de ciudad multicolor que trascienden de su trama urbana para contagiar a su gente. Ese bullicio políglota que va desde las tonalidades más vulgares de un castellano adherido a fuerza de necesidades hasta un abanico de idiomas europeos que vacían su países para caminar por las Canteras.

Quizás eso es lo que simplifica la explicación del abaratamiento del transporte interinsular. Saber que Las Canteras, al igual que otro montón de espacios únicos canarios, también es nuestra. Que podemos crear afectos al territorio de estas islas, y chequearlo con asiduidad sin necesidad de reproducirlos en la nuestra. Lanzarote tiene un montón de lugares bellísimos  y playas espectaculares, con calas, arena, rincones y olas únicos. Pero llegar a la principal trama urbana canaria, con todos sus defectos y algunas de sus virtudes, con más de 400.000 mil almas buscándose la vida en calles, comercios, o metiendo ruido en miles de coches y dejarse perder por las calles cada vez más estrechas del Puerto y acabar en Las Canteras tiene algo de milagroso. Donde no consiste en copiarlo, ni en envidiarlo. Basta con dejarse llevar y disfrutar de la síntesis más bonita del hombre (y la mujer)  y su propia diversidad. Del hombre ( y la mujer) en paz en estos tiempos de  estrés, estrecheces y atosigamiento.

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