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¡Pobres pobres!

¡Pobres pobres! Sí, pobres los que son pobres. Pobrecitos pobretones. Me dan/ me doy pena porque me dan miedo estos debates políticos sobre la pobreza en ambientes de alta alcurnia, oliendo a  chanel, bien vestiditos, de expertos en la demagogia y el lucimiento. Me dan pena aquellos pobres y rabia estos pobrecitos que cogen el coche oficial, la dieta y la teta y se olvidan de dónde vienen. Me dan un coraje tremendo, hasta llegar a las náuseas, los que tienen un pasado lleno de necesidades, equiparables a las de los pobres estos, en riesgo de exclusión social, donde se encuentran nada más y nada menos que uno de cada tres canarios. Cada uno con sus necesidades, pero todos con muchas necesidades. Y estos, los nuevos ricos/ nuevos tontos, políticos de ahora y de siempre, se arremangan y unos se ponen rojos, otros morados, los otros naranja, los de más allá azules y los de más acá azules y amarillo. Pero ninguno se pone a trabajar.

Todos dicen traer debajo del brazo la solución al problema, el cambio del modelo económico social, la erradicación de la pobreza, el pleno empleo, el estado del bienestar multiplicado por dos. Pero ya sabemos que debajo del brazo, todos, no traen sino una carpeta llena de copias de sus últimas nóminas con subrayados en lo que se refiere a dietas, comisiones, pluses y demás expresiones de renta ganada por ir y , a veces, hasta sin ir.

Me molesta ver la derecha hablando de pobreza. Al igual que me molesta ver a los pobres soñando con ser ricos. Ser ricos igualitos a los que les explotan, y algunos hasta lo consiguen. Y son, después, hasta más explotadores, por aquello de que no hay peor cuña que la del propio palo. Los ricos no tienen que hablar de pobreza. No, compañero, no. Los ricos, ese pequeño porcentaje de la población que concentra la mayor parte de la riqueza, cuando hablan de pobreza lo hacen con el único propósito de mantenerla siempre en el punto que no se produzca un estallido social, o las condiciones de inseguridad le empiecen a afectar a ellos también. Así ha sido siempre. Por eso, lo de las dinámicas de lucha de clases que caló mucho en el siglo XIX y marcó el siglo XX. Los ricos los que tienen que hacer es mejorar la condiciones de vida de todas las personas que trabajan para ellos. Con eso basta.

Me molesta, repito, oír a la derecha hablando de pobreza. Lo hacen como si no fuera con ellos, ni con este mundo. Como si estuvieran hablando de otra especie, de género tonto, que de personas con dificultades. Hablan con el desconocimiento que da el haber vivido con el convencimiento de que para que haya ricos como ellos hacen falta pobres como aquellos. De haber vivido, ajeno a ese mundo lleno de necesidades, quejas y lucha sórdida por la supervivencia. No les interesa ya ni como mano de obra. Para eso prefieren a los que han conseguido integrar, con un largo proceso de adiestramiento, aceptando las condiciones del mercado, la propiedad privada y la acumulación de riqueza. Este es un mundo de oportunidades, de movilidad social y esas cosas. Son así, son la otra clase, son la burguesía y sus acompañantes necesarios. Con sus partidos, con su patronales, con sus medios de comunicación, con su iglesia, casa de campo, casa de playa, y casa de todo.

Pero después están los otros, los que no sólo me molestan cuando hablan de pobreza sino que, además, me dan vergüenza ajena. ¡Quién los vio y quién los ve! Aquellos chiquillos que corrían descalzos, con padres trabajando de sol a sol, que vivían en casas pequeñas y destartaladas que sólo se mantenían en pie y limpias por el trabajo incansable de sus madres, que dormían cuatro o cinco en una habitación sin ventanas, apilados en camas literas o compartiendo cama y sudores con otros hermanos, se han vuelto treinta, cuarenta, o cincuenta años después amnésicos. Rechazan sus orígenes. Se creen ricos de cuna y fantasean con un pasado que sólo existe en sus mentes adormiladas y dolarizadas. ¡Pero, muchacho (vale también para la muchacha), si para comerte un huevo tenías que esperar a oír la gallina cacareando  y los potajitos de lentejas, chícharos, arvejas salían de los morritos que no eran aptos ni para cebollas ni tomates, y te ponías de "velete"  hasta las trancas, dejando al baifo sin nada!

 Lanzarote, antes del turismo, era una isla pobre de solemnidad. Pero era una pobreza mejor repartida que la riqueza de ahora. No recuerdos ricos en mi infancia. Sí, había gente con tierras, y gente de medianeros. Sí, había gente con una casa grande y otros con otra más pequeña. Las había con baño y quienes vivían en una simple casa de forma de ele en la que en un lado estaba la cocina, y en el otro, en el largo, dos o tres habitaciones. Las necesidades se hacían en el corral. Y, de noche, para evitar la intemperie y el miedo, se disponía de unas escupideras, bacinillas, orinales, debajo de la cama. Había diferencias, claro, pero el modelo rural y la objetiva pobreza de la isla hacía que se viviera en un ambiente poco evolucionado pero, a la vez, muy integrado. Hacen falta manos, y solo estaban las que estaban. Cuando eso no había invasiones migratorias, más todo lo contrario. Salían muchos en busca de mejores condiciones.

Cuando surgió el turismo, se abrió un mundo de oportunidades. De la renta incierta del campo y la pesca se entró al mercado laboral con prestaciones y nómina segura a final del mes. No sólo significó una mejoría económica familiar sino que revolucionó el espacio público. Los pueblos, con mínimas infraestructuras, incluidas las sanitarias, educativas y sociales, empezaron a refortalecerse y provocar un cambio social evidente.  Y un nuevo modelo económico, mucho más evidente todavía. Y de ahí salimos nosotros, los de mi generación y posteriores. Y se demostró que aquellos parias también llevaban en su genética inteligencia, que en muchas de aquellas cabezas, hostigadas por hordas de piojos, anidaba el talento bruto más maravilloso de la sociedad lanzaroteña.

Y, ahora, aquellos chicos y aquellas chicas me tocan lo que me tocan cuando me tocan lo que me tocan. Se han olvidado de todo aquello. Y se divierten igual discursando en el Parlamento, en el Cabildo, o en el Ayuntamiento sobre la pobreza que sobre halloween. Lo hacen de forma fría, distante, como si no fuera con ellos. No se ven, los muy amnésicos, reflejados en esos chicos que llegan al colegio sin desayunar, que viven en una casa donde un borracho y una drogadicta le cercenan su vida a base de tragos y caladas, que las mudas de ropa interior  son menos frecuentes que los días de la semana, que no tienen agua caliente y sí basura por todos lados. Que viven angustiados porque no encuentran casa y el casero actual no quiere verlos más. ¡Son personas, muchacho/a, como tú y cómo yo! Sácate de una vez las manos de los bolsillos del pantaloncito recién comprado y coge la tablet para algo más que para fardar. Cierra el pico una rato y da paladas a favor de toda esa gente. No te arregüestes a estar con el pequeño porcentaje de ricos, mientras te eligen los pobres. Mientras hablas y te vendes como un producto de izquierdas.

¡Qué vergüenza, te da repelús! Te da repelús la gente que tiene las mismas necesidades que tus antepasados, que están cargados de los mismos atavismos e ignorancia que sufrían tus antepasados pobres. ¡ Y tú mismo, pobretón, que sólo tienes el carguito! Estás convencido de que no hay nada que hacer, que son otra especie, que son unos vagos, unos débiles, unos inmaduros, unos indeseables que sólo sirven para darte el voto y tú someterlos con un vale de alimentos o con una golosina pública para garantizar tu puestito.

Sinceramente, no lo entiendo. Me molesta increíblemente la forma en la que los ricos y la derecha afronta el problema de la pobreza. Para ellos, la dinámica está clara, que los pobres deseen que ellos sean más ricos para que los pobres tengan trabajos más precarios. Pero, los de estos, los que coincidíamos en el campo de fútbol improvisado, con porterías de piedra, pelota de cuero mil veces remendada y zapatillas de plástico, cómo pueden ser tan insensibles y falsos. ¿Quieren acaso demostrar que los pobres no tienen principios, que no tienen sensibilidad, que son capaces de renunciar a su pasado, a sus familias y a su clase para inventarse otra que compartir con el rico de toda la vida del banco de al lado en parlamentos, recepciones, palcos y demás?

Pobres pobres. O salen solos, y siempre salen algunos por un montón de cuestiones, o pobres para toda la vida. ¡Qué pena? ¡ Cuánto talento local desperdiciado, pegado a estas islas durante generaciones, con un fuerte sentimiento de arraigo, que se desperdicia por la estulticia de gobernantes/parientes vividores!

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