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Los malqueridos

No suele ocurrir. Lo normal es que haya división de opiniones. A veces se inclina para un lado, para cualquiera de los dos, pero siempre hay quienes te dicen lo contrario de lo que uno escribe. A veces, incluso, con más pasión y razón de lo que hace uno de buena fe. Están también los abogados del diablo famosos, que si tú dices una cosa, ellos, automáticamente, plantan su trinchera en la otra orilla. Que tú dices que es blanco, ellos remarcan, de forma vehemente, que es negro. ¿Que tú dices que es negro? No importa, ellos se pondrán al otro lado y defenderán el blanco con la misma pasión y vehemencia que el negro. Por eso me extraña más todavía lo que me ha pasado con estos tres personajes, con estos tres protagonistas de igual número de mis artículos. Al margen, claro, de familia y amigos interesados en la obra y ganancias del sujeto.

Les hablo de mis artículos El sabiondo de Ildefonso, El superviviente y La basura de José Tomás. Que tienen de protagonistas principales, si no únicos, al artista más universal de su casa ( que no es tan fácil, que está llena de artistas y, a veces, hasta coinciden todos a la vez en el mismo espectáculo gracias a la generosidad del Cabildo y la tolerancia del director del festival con ellos mismos), lldefonso Aguilar; el pintor que ha hecho de su nivel relacional político social la mejor forma de sobrevivir, Juan Gopar, y el amigo de toda la vida de Dimas Martín que dejó de serlo a la mínima oportunidad de tocar cargo y sueldo públicos, José Tomás Fajardo y más Fajardo.

Y, sinceramente, no me parece normal esa avalancha de comentarios negativos, algunos hasta el nivel de no poder publicarse y otros, ya manifestados a nivel personal, en los que hasta yo me he opuesto, negando su veracidad o justicia. ¿Se trata de tres trepas, ya calados, y por eso esa unanimidad censuradora? No lo sé, no lo sé. Evidentemente, para poder decir que no necesitaría dedicarle muchas horas de estudio profundo. Rebuscar en sus biografías, bibliografías y obras para ver si así consigo echar por tierra esa impresión. Pero, sinceramente, no estoy por la labor. Ni me parecen lo suficientemente interesante los personajes, ni son ellos los únicos culpables de rentabilizar tan fácilmente sus pretensiones.

¿Puede ser por envidia? Puede ser, puede ser. Para poderlo afirmar tendría que hacer un estudio detallado del perfil humano de quienes, de forma unánime y separada, manifiestan esas impresiones y también de los propios sujetos en cuestión. Pero reconozco que no me considero capaz. Menos todavía cuando sé que un profesional de la talla del doctor Julio Santiago está jubilado y con tiempo de afrontar estos retos con más currículo y especialización que yo.

Pero, así, al soslayo, yo diría que sí. Porque, seamos sinceros, a quién de ustedes o de nosotros no les gustaría/ nos gustaría que se nos abrieran las puertas de las administraciones públicas hasta el nivel de no sólo poder vivir de ello sino, además, de hacerlo con el mínimo esfuerzo y la mayor valoración. Reconócelo/ reconozcámoslo, que sí, que te gustaría/ nos gustaría tener la Cueva de los Verdes a nuestra disposición para, al más puro estilo de los Jackson Five, salir nosotros con nuestros vástagos haciendo lo que nos da la gana y cobrando lo que nosotros mismos convenimos mientras desayunamos con vista al volcán en nuestra casita linda. ¡Es envidia, creo que es envidia, chico! Así que lávate la boca con faire y reza dos padrenuestros y tres avemarías ( uno por cada personaje; en padrenuestros dejamos fuera a Ildefonso que saldría muy caro ponerle música gregoriana de fondo).

Es envidia, ya está. Es que la gente es lo que no hay. Y, encima, se pone toda envidiosa a la vez. Y contra los mismos. ¡La gente es lo que no hay! No sé porque tienen que envidiar, por ejemplo, a un tío que lleva más de 20 años facturando y facturando y volver a facturar asesoramientos varios por acercar a la administración a otros artistas, arquitectos, urbanistas. Si la administración no conoce la dirección de esta gente, si la administración no sabe qué tipo de construcción, escultura o pintura necesita, lo lógico es que el de siempre se presente y cobre por ello. Y, claro, cobrará mucho porque él es un artista, y mientras deja de pintar en su estudio obras que se almacenan en un stock incalculable, que el mercado no se traga, porque el pinta como factura, a toda leche. ¿Que en Tías quieren hacer un Centro Cívico? Para allá me voy yo que ahora soy amigo de los socialistas y me llevo a unos amigos, y hacemos una obra arquitectónica singular, y la decoramos muy singular, y le hacemos un libro recordatorio muy singular y le cobramos todo de forma muy singular. Que para eso se van a gastar en transformar este espacio del fondeadero varadero casi mil millones de pesetas. ¿Que ahora están los cuarteles libres? Pues quedo con el presidente amigo y le hago un planteamiento revolucionario de universidad, biblioteca, campus universitario, rueda de prensa, folleto y demás. ¿Que después todo queda en nada porque se construyo una ilusión en terrenos ajenos? ¡A mí, Plin (qué gracioso, el comic este). A mí, Plin, si me encargan diseñar un parque temático con mi monotema; A mí, Plin, si me dicen que busque a quienes hagan sombras en Arrecife; A mí, Plin, si ahora es CC y no el PSOE quién cree en mí. A mí, Plín, si me meten en las cloacas del poder para atraer artistas y recomendar subvenciones e inversiones. ¡ A mí, Plin, a mí, Plin, a mí, Plin!

Envidia, tengo envidia de tus cosas/tengo envidia de tu sombra/de tu casa y de tus rosas por que están cerca de ti... Decía Antonio Machín. Pero dónde están esas rosas, esos olores, esa limpieza en el Arrecife en el que tan profunda y rabiosamente envidian al concejal del PIL. ¿Por qué esa envidia? ¿Acaso por el sueldo, acaso porque no se ve lo que hace, acaso porque se cobra y cada día está más sucia la ciudad, acaso porque él no se da por aludido y sigue paseando, estirado, por el centro mientras en los barrios se amontona la basura, arden los contenedores y las ratas emulan al concejal paseando, con su largos bigotes, estiradas por sus calles, acaso, acaso y más acaso?

Envidia, no puede ser otra cosa. Todos contra estos benditos, salvo parientes y trastos viejos, qué raro. Pero, aún así, se cuelan en la administración, alguno incluso por elección popular ( es verdad que no salió elegido y que entró gracias al que le consideraba amigo, Fabián Atamán, que renunció al acta de concejal y entró el ínclito que embarcó para Las Palmas a pedir la independencia del Puerto y volvió con seiscientos euros en el bolsillo y más convencido que nunca que eso era una locura. Que no había nada mejor que la Autoridad Portuaria y ni presidente mejor que ese Ibarra que parió una conejera de Ye.

Sinceramente, no lo entiendo. Es la primera vez que me pasa. ¿Todos de acuerdo, salvo parientes y trastos viejos? ¡Uff, me asusta!

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