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De pollo a puntal

¿Pero qué pasa en el Cabildo, muchacho? (VIII)

Manuel Cabrera Cabrera, consejero por segunda vez con el PIL, está viviendo esta segunda etapa en el Cabildo de Lanzarote como si fuera un sueño. Él, desde muy pequeño, supo que en la lucha canaria, deporte autóctono del que su padre fue pollo y puntal en los años 40 y 50, dejando un grato recuerdo por su elegancia en el agarre y su eficacia en el terrero, gana el que primero llegue a doce. Y quien consiga ese punto último, el que hace que la incertidumbre propia de cualquier deporte entre iguales se deshaga con una victoria a favor de los suyos, recibe normalmente la categoría suprema de puntal y muchas veces el apodo noble en los alrededores de los terreros de Pollo.

Ahora, casualidades de la vida, él, que hasta último momento no sabía si concurriría a las elecciones de 2015 ni con quién, recibe el apodo victorioso de nuestro deporte autóctono por excelencia. Y el suyo, por canario, pero, sobre todo, por devoción a su padre, al que quiere con locura, y del que se siente querido de igual manera, con quien ha crecido en esa ciudad de Las Palmas en la que vivió su infancia y juventud, con veranos inolvidables en Lanzarote,  y con quien volvió a la tierra natal de aquel, Tías, para divertirse como nadie y para ser concejal muchos años más tarde.

Después de aquella primera experiencia política con el PIL,  en el tumultuoso mandato de 2007 al 2011, en la que fue consejero de Deportes en un Cabildo presidido primero por la socialista Manuela Armas, a la que también censuró después de que cesara a todos los consejeros del PIL,  y más tarde con el actual presidente, Pedro San Ginés, y concejal en el gobierno de Tías con Pepe Juan Cruz de alcalde, creía que no volvería a la política.

En medio de todo aquello, la operación "Unión" castigó de manera terrible al PIL, que se vio señalado como uno de los grandes responsables de la corrupción en la isla, con la familia Dimas Martín, a quien él todavía defendía, aun reconociendo errores y rechazando parte de su biografía más negra. Pero la contundencia de la actuación policial y judicial, acompañada de un gran despliegue mediático, en la que se vieron también afectados amigos personales suyos, como los hermanos Becerra, minó su reconocido buen humor y sus expectativas políticas. Además, la operación significó la inmediata ruptura de relaciones con los socialistas, a los que se vio como instigadores de la misma, y la pérdida de su posición privilegiada en los gobiernos del Cabildo y del Ayuntamiento de Tías, acta que conquistó con el apoyo incondicional de su padre, que lo vivió tan intensamente como él.

Ser concejal de su municipio, en el que ha residido su familia y se acomodó su estirpe de buenos luchadores, era todo un orgullo. Más todavía cuando habían aguantado veinticuatro años de gobierno socialista que los miraba por encima del hombro  y con cierto desdén, al que no consideraban del todo de Tías y sí como un pijo que se movía fundamentalmente en Puerto del Carmen, de fiesta en fiesta, con el resto de la tribu burguesa que vivía alegremente de la fortuna hecha por sus padres en los años del despegue económico turístico de la isla. Pero eso se curó de la noche a la mañana. Sacar el acta de concejal y quedarse en minoría el PSOE  y todo cambió. Mano de santo, muchacho. Sobre la marcha, le viró el sentido a la Avenida de las Playas, cuestión en la que Pepe Juan se había enquistado y en la que no hacía caso a nadie porque entendía él que era la mejor y, además, era la propuesta por los técnicos. Pero Manuel Cabrera le dijo que sin cambio de sentido no había apoyo y Pepe Juan entonces sí. Por los comerciantes, por el sentido común, por historia, no. Pero por mantener el sillón, claro que sí. Faltaría más. Y, por si acaso, le dio de propina la rehabilitación de la Avenida Central y la cabeza de un asesor que no entendió que Manuel Cabrera era quien mandaba ahora en la corporación.

De la misma manera que acabó odiando hasta las trancas al Carlos Espino que tuvo de compañero y socio en el Cabildo, acabó queriendo al dúctil Pepe Juan Cruz. Y se hicieron amigos y los dos sintieron que se rompiera aquella relación y siguieron siendo amigos. Tan amigos que, después del susto y superado el barbecho de 2011-2015, Manuel, al plantearse la vuelta a los terreros políticos, no descartó del todo tirar de Pepe Juan. También valoró la posibilidad del PP, pero la intención de Fabián de salvar al PIL en una última intentona hizo que volvieran a hablar y que finalmente el dos veces Martín, hijo del muchas veces imputado y condenado Dimas, líder indiscutible del PIL,  dejara la cabeza de la candidatura al Cabildo a Cabrera y Cabrera.

Y así llegó. Con un único consejero a una corporación de veintitrés, donde el salón plenario se había llenado con representaciones de ocho partidos, con seis consejeros de la nueva política, con uno de Nueva Canarias, que no se sabe si es nueva, si es vieja o si es sólo Sosa, con un PP descabezado, con tres consejeros, y los dos gallitos del corral que son Coalición Canaria con siete y el PSOE con cinco. ¡Bueh, aquí no hay nada que hacer!, pensaría. Pero él sabía, por las historias que le contaba su padre de lucha, que, a veces, un sólo hombre, con todo su equipo eliminado, se tiraba a los doce del equipo contrario. Y así se sentía él: solo, con su equipo, con el PIL, por los suelos y él en pie pero ante un montón de torres que parecían imposibles de revertir. Aunque cayó rápidamente en la cuenta de que las dos cabezas de los dos grandes partidos eran viejos socios. Con Pedro San Ginés acabó su etapa anterior en el Cabildo. Aunque el recuerdo no es grato porque, más que pollos de lucha canaria, muchas veces se enfrentaron como gallos de pelea. En cambio, el modosito Pepe Juan era otro cosa y enseguida se arrimó a él. Sin pretensiones, pero ambos sabiendo que el mandato es largo y la estabilidad en el Cabildo es incierta.

Pues de ser uno y solo pasó a ser miembro del Grupo de Gobierno que cayó en cascada entre el PSOE y CC. Era el consejero número trece, sin más valor estratégico que el garantizar sueldo y empleo para él y su leal escudero Feliciano Díaz. Todo gracias a que en Arrecife los nacionalistas y socialistas sumaban once y necesitaban los dos del PIL para alcanzar la mayoría absoluta.

A partir de ahí, en medio de Pedro San Ginés y José Juan Cruz, sobrevive con inteligencia Manuel Cabrera. Y mientras más se separan ellos, más se deja querer él. Unas veces se acurruca en Pedro y otras en Pepe Juan, que ya están en guerra declarada. Cinco para fuera y ocho dentro. Y Manuel que dice que él está con el que gobierna. Y sigue llevándose mejor que nunca con los dos.

Cuando aparece Pepe Juan, con Andrés Stinga de bastón, finchando, él le pone el brazo por encima y le dice que cuando tenga once que venga a verle. Que antes es bobería. Que él es un hombre de gobierno. Un hombre pragmático. Sencillo; sin complejos, vamos. SI fue capaz de ser el portavoz y miembro de la dirección insular del PIL y a la vez ir en sus listas de independiente le vienen ahora estos con cuentos chinos. Él se queda en el gobierno, por el momento con Pedro San Ginés, que ya ha entendido el valor estratégico del hijo del pollo que ya es puntal. El sostiene el gobierno y eso se merece un respeto. Mientras la suma de los tres consejeros de Podemos y los tres del PP sigan dando tres, sólo tres, en la operación "derribo a Pedro" Manuel Cabrera es el imprescindible. Y eso es así también porque Juan Manuel Sosa está muy contento, haciendo lo que le gusta, alejado del pesado de Armando NC y su matraquilla espinista.

El pasado miércoles, me encontré con Manuel Cabrera en los bajos del Cabildo de Lanzarote, antes de entrar en la rueda de prensa, donde iba a hacer una exhibición de su nueva posición y lo bien que lo ha hecho en su Consejería de Empleo en estos dos primeros años de gobierno. Le vi llegar a lo lejos, al lado de su inseparable Feliciano, y al verles juntos tuve un flash de aquellos filmes que me encantaban tanto de pequeño del Gordo y el Flaco.

Sonriente, metido en ese cuerpo de camión que mueve con la elegancia de un buggati, me saluda eufórico. Sonriente, como siempre. Desde que le conocí en Los Caletones, en Puerto del Carmen, donde ha hecho fortuna familiar y largos incontables nadando, una mañana calurosa del agosto de 1986, siempre se ha mostrado como una persona igual de agradable. Muestra una naturalidad enorme, a la par con sus otras medidas XXL.

Pero algo me decía que había novedades que no quería confesar ya pero que le ataban más al presidente. Renunció, con reiteración, a entrevistas previas a la rueda de prensa para hablar de pactos, censuras y otras "ropaviejas". Su mirada, en esos momentos, con sus enormes pestañas orientadas al techo y su perfecta mandíbula contraída, no dejaba lugar a dudas: aquí hay algo nuevo. Y, efectivamente, aquel hombre corpulento con cuerpo de luchador, hijo de luchador, pero que no pasó de unos cortos escarceos en la lucha en edad ya tardía, acababa de garantizarse contrato de puntal en el equipo de Pedro San Ginés. Ya es el vicepresidente primero del Cabildo de Lanzarote. Pedro San Ginés firmó el decreto que le convierte en el número dos del Cabildo.

De último mono, aunque con cuerpo de king kong, ha pasado a ser el segundo. Y lo que es mejor, el hombre que porta el número 12, el número que da la victoria en la lucha canaria. Seguro que mi amigo y admirado Manuel Cabrera ´´Pollo de Tías", aunque convaleciente por enfermedad a sus 85 años, estará muy orgulloso de la luchada que ha hecho su hijo. Él solo, como en aquellos tiempos en los que él se ponía la ropa de lucha y saltaba al terrero con los bríos del muchacho que era pero con la parsimonia y estilo que siempre caracterizó a su estirpe de luchadores.

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