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Editorial Una respuesta popular

El mundo vive con expectación lo que está ocurriendo en los países árabes. La caldera a presión en la que se ha visto atrapada la población, martirizada por sátrapas sin escrúpulos, apoyados por las centenarias democracias occidentales ha estallado con virulencia. Son tiempos revueltos, ya se verá si también revolucionarios. En muy poco, hemos visto como se desinflan los dictadores disfrazados de reyes, reyezuelos y generales con ropajes proporcionados por los propios valedores europeos y americanos.  Hasta ahora y siempre, lo importante de estos países era el precio del barril de petróleo y no los indicadores socioeconómicos. Ahora, cuando parece que no hay vuelta atrás, hablamos de respuesta popular. Al final se descubre que detrás de tantos petrodólares había un pueblo vilipendiado, ninguneado, amordazado y olvidado.

La revuelta de los árabes manifiesta el malestar de una población contrariada. ¿Pero qué hay detrás? ¿Será suficiente quedarse en una democracia occidental?¿Cuántos descifradores de códigos y aspiraciones ajenas se cruzarán por el camino y dirán esto es así o de otra manera? ¿El objetivo de Occidente es democratizar estos países o apaciguar los ánimos? La incertidumbre es muy grande porque a un pueblo maltratado se le puede rebelar pero es mucho más difícil todavía construir un futuro común. Además, ¿se quedarán en unas democracias formales, con altos niveles de corrupción, y de desengaño o avanzarán más?

 

Las sombras a veces nos impiden ver la realidad. En muchas ocasiones son las caricaturas las que no nos dejan ver los objetos.  Vivimos en un país, por ejemplo, que presume de haber conquistado la democracia, aunque también los hay convencidos de que fue la herencia envenenada de una dictadura cuarentona. Los niveles de insatisfacción, a pesar de que todos renegamos del pasado, cada día es mayor. Cada vez son más los que desconfían de la clase política, cada vez son menos los que encuentran alternativa en las opciones electorales. La corrupción está pegada al propio sistema. Aún así, es evidente que no tiene puntos de comparación. Pero me temo que a las protodemocracias  árabes no se les va a dejar que vayan por delante de Occidente en su misión evangélico democratizadora  que tantos buenos réditos ha dado.

 

 

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