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Sol y sombras

Lanzaroteños, al agua el uno de enero. El clima de Lanzarote es su principal atractivo, de disfrute para europeos que huyen del frío y para locales que se recrean en su bondad.

Es uno de enero. Un nuevo año. 2018. Pero hay cosas que no cambian y siguen siendo excepcionales. Es invierno. El punto álgido de la estación más fría del año. ¿Y qué temperatura tenemos en Lanzarote? ¡20º C! Y todavía hay quienes quieren apuntarse el éxito turístico de esta isla, de este archipiélago africano y atlántico como una cosa personal, como una idea de marketing masticada en un despacho o en una terraza en charla espiritual entre advenedizos lucrados y lacrados.

Recorro el litoral que atrae a gran parte de los turistas que llegan a esta isla. Hace viento pero también brilla el sol con absoluta claridad.  Gentes de acá y de allá corretean por las playas entre baños de agua y de sol. Otros muchos pasean por las avenidas, que comparten con ciclistas amateur y dueños de mascotas con sus animales. Son imágenes que corresponden más al imaginario de millones de europeos atrapados en abrigos, en bajos cero, con nevadas y lluvias desaforadas que a la realidad más habitual de un territorio frágil y fragmentado pero idílico. 

Los lanzaroteños de aquí tenemos que viajar ( los lanzaroteños de allí ya lo hicieron y por eso están aquí, simplemente eligieron lo mejor), y hacerlo en todas las estaciones. Sin caer en la excentricidad de visitar latitudes extremas, donde el calor achicharra o el frío te entumece hasta el tuétano. No, la cosa es más sencilla. Hay que viajar allí donde vive la mayoría de los occidentales, de los ciudadanos del mundo que disfrutan de una mejor renta y calidad de vida. Y descubrir las ventajas relativas que tenemos. Las ventajas que nos ofrece la naturaleza que no hemos sabido complementar con las artificiales para que el edén no lo sea sólo de unos pocos. Para evitar que muchos de nuestra gente simplemente tengan la ventaja de ser pobres y sufrir la marginalidad a una buena temperatura.

Tenemos que viajar más allá de donde nos cubre el certificado de residencia. Indagar más allá de las fronteras estatales y vivir la realidad diaria de todos esos turistas que creemos permanentemente de vacaciones y felices. Saber de ellos para entendernos a nosotros. Y entonces, quizás, empecemos a entender por qué nos visitan con tanto detenimiento e interés. Y hagamos más caso a los resultados de las encuestas que nos repiten una y otra vez que el principal atractivo no es el territorio, no es nuestra gente, ni mucho menos nuestros queridísimos genios de la cosa pública, siempre dispuestos a apuntarse cualquier tanto positivo que se produzca e imputar al tiempo cualquier contrariedad. Los datos dicen todo lo contrario. Que es nuestro excelente tiempo el que hace que nos elijan como destino turístico y que si no lo hacen más y los que tienen mejor capacidad de gasto es precisamente por culpa del hacedor de la política turística y sus privilegiados encargados. Que somos, sobre todo, un destino turismo de invierno porque no tenemos invierno. Porque hoy hay 20ºC. en Lanzarote y Europea está fría/fría.

Si viajamos los lanzaroteños de aquí, sabremos también que la mayoría de los lanzaroteños de allí no están aquí porque la isla sea tan bonita, porque les encanta proteger nuestro territorio o porque sacrificaron todo por venirse aquí. ¡Qué va! La gran mayoría está aquí porque es donde mejor está. Porque es aquí donde ha encontrado un trabajo. Porque es aquí donde mejor les sabe vivir. Porque es aquí donde han podido ahorrar y vivir como soñaron sin éxito en sus lugares de procedencia. Hay excepciones, verdaderos enamorados de nuestras entrañas volcánicas, de nuestra luz cegadora y de la singularidad de nuestra gente. Pero también están los hijos de allá que creen que para que esta tierra sea perfecta sólo haría falta que no estuviéramos los lanzaroteños de aquí.  Su sueño es que esto se convierta en un lugar exactamente igual que aquel del que ellos vienen pero con mucha luz, sin estaciones y con mucho trabajo y oportunidades. Es así, es duro, pero es así.

Por eso hay que viajar. Conocer al otro. Y demostrarles que si protegemos nuestro territorio es porque lo queremos para nosotros, no porque queramos convertirlo exclusivamente en un producto de marketing turístico. Que si amamos estas tierras no es sólo por su belleza natural, apreciable a simple vista, sino porque sus piedras, sus aulagas, sus cenizas volcánicas están impregnadas de las vivencias de nuestros históricos antepasados que supieron convivir sin destruir, implicándose en su mantenimiento al tiempo que garantizaban su sustento. Somos el ejemplo a seguir, no el problema. Y si aceptamos la imposición de crecimientos poblacionales nada vegetativos de miles de personas venidas de cientos de lugares lejanos y cercanos es porque somos abiertos. Y si nos resistimos a ser absorbidos no lo hacemos por incultos sino por preservar nuestra cultura. Y si queremos una integración justa no es porque nos neguemos a aprender sino porque queremos que se haga con unas claves reconocibles por nosotros, propias de esta tierra y compartibles sin abandonar nuestra historia y nuestra sensibilidad por este territorio que es mucho más que la suma de piedras, volcanes, sol, y experiencias exóticas.

Somos una potencia turística por nuestra condiciones naturales. Pero tenemos que preservar también nuestro patrimonio intangible, nuestro acervo cultural. Sin renunciar a nada, pero mucho menos a lo nuestro. Es el primer día de 2018. Uno de enero. Hay 20ºC.  Pero también hay una historia y experiencia vital que proteger y defender. No vale sólo con llenar hoteles y con ver cómo nuestra gente se embosta en dinero y ya se cree que es el otro. Que es el europeo, que no tiene más obligación que enriquecerse y poner este territorio al servicio de todo el que viene de fuera, sin más criterio que poner la mano para llenar la hucha.

Prefiero pensar que este primer día de un año nuevo puede ser también una oportunidad para reclamar cosas así. Está bien hacer votos por seguir las dietas, los objetivos personales y la sesiones deportivas que se nos resisten. Pero tampoco estaría de más que pusiéramos en ese listado nuestras obligaciones colectivas y que cada uno hiciera su esfuercito para unir al resto y empezar a enmendar nuestros errores colectivos.

¡Que así sea!

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