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Juan Brito, un siglo de pasión lanzaroteña

Ayer, por la tarde, sin  hacer ruido, sin despedirse, sin casi darse cuenta, se fue Juan Brito Martín, hijo predilecto de Lanzarote desde 2013, el primero que lo fue en vida.  Con toda su lucidez,  como si se apagara una luz que llevaba alumbrando desde 1919, año en el que nació, al igual que el artista universal lanzaroteño César Manrique. Dos grandes figuras de la historia reciente de Lanzarote, unidas por el año de nacimiento, el espacio amado, Lanzarote, y el cariño que despertaron en la isla. Cada uno a su manera, aunque en los dos anidaron la creatividad y la curiosidad permanentemente inquietas.

 Juan Brito Martín, por el simple hecho de permanecer en este territorio insular nuestro durante casi 100 años en plenas facultades, es todo un referente de este siglo para los lanzaroteños. El vivió los años veinte y treinta del siglo pasado, como cualquier otro lanzaroteño pobre, trabajando desde niño de pastor y agricultor y fue ya adulto, en tiempos de la guerra civil española y correrías por la Península española, cuando adquirió certificado de estudios y dejó sueltas su inquietud cultural y perseverancia investigadora en la tradición canaria en todos sus aspectos. Descubrió cuevas, trabajó la cerámica, esculpió esculturas con imágenes aborígenes y se comprometió con el folclore y la recuperación de la historia y prehistoria de la isla. Fue un empezar y no acabar. Tanto es así, que a los 98 años, seguía escribiendo, mirando documentos e ideando proyectos en todo el espectro cultural tradicional.

Aunque vivió casi un siglo, su vitalidad y el optimismo que irradiaba eran todavía superiores. Lo mismo creaba un grupo folclórico, el Titeroygatra, de donde salió el ya clásico Los Campesinos, que inventaba un baile, la Saranda, u organizaba una feria canaria, donde ponía a los agricultores a vender sus productos en Arrecife, con sus camellos, burros, cestas y ceretos de vistosos acompañantes o se encargaba de recrear, en los actos sacramentales de Los Dolores, las erupciones volcánicas del siglo XVIII y las vivencias de la gente que sufrió aquellas calamidades. Lo mismo trabajaba la cerámica y el pírgano que lo hacía con la caña o la paja de trigo. Además, divulgaba todo ese conocimiento, que él adquiría desde su investigación personal, con un entusiasmo contagioso. Deja una amplia herencia cultural, de obligada consulta para que las próximas generaciones, que abre la puerta a una historia, tradiciones y leyendas que de no haber sido por su trabajo no sólo no se hubieran conocido ya sino que corrían el riesgo de no haberse conocido nunca.

Su larga experiencia vital, su entusiasmo investigador y su prestancia como divulgador le han convertido en una referencia cotidiana en medios de comunicación y ámbitos culturales para entender la parte más tradicional de Lanzarote. Sus palabras descubriendo cómo se creó, por parte de los agricultores lanzaroteños, el espacio humanizado del Paisaje Protegido de La Geria daba una visión bastante realista del inmenso trabajo, en condiciones realmente extremas, que tuvieron que hacer para convertir en un vergel montañas de cenizas volcánicas estériles. Sus recuerdos de los cabuqueros rompiendo piedras en las zonas rocosas, para trasladarlas luego en los camellos a la zona arenosa para hacer los socos de los hoyos de las parras, eran lo suficientemente expresivos para considera este espacio como un milagro de sudor y lágrimas.

Fue un hombre de principios del siglo XX que llegó airoso al XXI, orgulloso de su tierra y maravillado de la capacidad creativa de nuestros antepasados, con los que mantuvo un nexo artístico, cimentado en su respeto y curiosidad. Descanse en Paz, Juan Brito. Su obra lo hará inmortal entre los amantes de esta tierra y sus raíces y ramificaciones culturales.

  

   

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