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Febrero español

Madrid, y otras ciudades españolas, se llenó de canas, artrosis y experiencia y, a la puertas del Congreso de los Diputados, presentaron batalla. Ya no están los abuelos para contarlas sino para seguir ganándolas y no perder así la dignidad. Son las mismas personas que vivieron, desde la distancia dictatorial y censuradora, las batallas liberalizadores de los jóvenes franceses en el recordado Mayo del 68. Movimiento aquel que convirtió la primavera del siempre Paris de ensueño y del amor en campo de guerra juvenil, donde los concienciados estudiantes se pasaron por el arco del triunfo tanta división de bloques y recortes. De aquella juventud a esta vejez. De aquella batalla para abrirse camino en la vida a esta otra para que no se las cierren antes de tiempo. De la primavera de Paris al Invierno de Madrid, del Mayo francés al Febrero español.

Se confunden quienes creen que los jubilados de hoy son los abuelos aquellos de la posguerra, envejecidos por la brutalidad del momento, desnutridos por la calamidad acuciante o asustados ante la imperante autoridad marcial. ¡Qué va! Estos jubilados de hoy son aquellos que salieron a la calle el día después de un 23F como hoy, en 1981, a decir que no querían regresar al pasado de la dictadura y a defender esa democracia que ellos ayudaron a instaurar. No les gusta quedarse en casa esperando que las cosas cambien cuando vienen mal dadas. Han hecho huelgas generales, luchado al lado de los sindicatos para conquistar derechos laborales y se han esforzado para poner en circulación las generaciones mejor formadas de la historia de España. Con su lucha, han conquistado mejores cotas de calidad de vida para ellos y su familia y han apostado por anclar a sus hijos en esos nuevos niveles de bienestar.

Pero ellos son la generación guerrera, la que no se calla, la que luchó para transformar la realidad y que se encuentran jubilados pero que siguen estando como robles ideológica y físicamente ( doy fe yo, que voy a caminar con uno que está a las puertas de jubilación y me pone en un aprieto todos los días). De clase pasiva, nada de nada. Activos y con mucha clase.

Parece que los políticos lo tenían todo estudiado menos esta previsible reacción. Nos han vuelto locos con todo ese rollo de que ahora se vive más, que las pensiones se ponen en riesgo, que se llega con mejor calidad de vida y que incluso se podría trabajar durante más años. Todo eso lo decían como si estuvieran revelando un hecho incontestable. Pero, los muy tontos, no tenían previsto que estos viejos no están tan viejos. Y que estos viejos roqueros están dispuestos a luchar hasta la muerte ( aunque, en estos casos, no parezca lejana ni por muerte natural), antes que ceder en sus derechos. Antes, que permitir que los traten como mendigos, como gente que vive de la caridad y no del fondo de protección que ellos han cargado día tras día con su trabajo para que los que se jubilaron antes tuvieran su pensión reparadora.

Me alegra enormemente este movimiento. Tener una prueba contrastable de que somos persona hasta el último momento y que nuestra reacción ante el abuso se convierte ya en intuitiva. Que si me tocas la paga, salto como si me tocas el escroto. Que el ser humano, además de bípedo y racional, es un portador de derechos inviolables. Que nacen y mueren con él. No antes, por mucho que viva. Si acaso después, para respetar su voluntad.

Me emocionan los documentales del Mayo del 68 pero también me emocionan esos hombres y esas mujeres por encima de los sexagenario/a/s que defendían con gritos, pancartas e, incluso, a patadas, sus derechos a las puertas mismas de quienes tienen que legislar para ello. El primero, el Mayo francés, me cogió en la cuna y este Febrero español, del 18, en plena vida laboral, pero de los dos recojo sus enseñanzas y las incorporo a la mochila vital. Si se amplía el tiempo de vida, se alarga la lucha o se disfruta la victoria. La derrota sólo queda relegada para el día final. No queda otra. Jubilados de todos los rincones de España, uníos. ¡Con la paga no se juega!     

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