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Encantados de conocernos

El pasado martes, el presidente del Cabildo, Pedro San Ginés, acompañado por el consejero de la Biosfera, Rafael Juan González, y el director del Centro de Datos, Miguel Angel Rosa, presentaron una encuesta de temas insulares donde se recogía la percepción popular de los mismos. Todo tenía que ver con que este año se cumplen 25 años de aquella declaración de Lanzarote como Reserva de la Biosfera que tuvo lugar en 1993, al mismo tiempo y de la misma forma que Menorca, la hermana mediterránea que nos salió a partir de ese momento, fruto de la declaración y de las coincidencias económicas, geográficas y demográficas que nos unen, a pesar de que nos han puesto en medio un océano, el Atlántico, una península, la Ibérica, y un mar, el Mediterráneo, por medio.

Aparte de la novelería de ir y venir a cualquier lugar, que les encanta a los políticos y a sus necesarios acompañantes, funcionarios y miembros de todo tipo de colectivos varios vinculados al Consejo, al científico, al social, al asesor, estas comparaciones entre islas de magnitudes parecidas pero con distinto rol en sus propios archipiélagos, ayuda a desdramatizar muchas de nuestras taras locales y a quitarnos complejos. Creo, además, que esa era la primera función social de esta encuesta: recalcarnos que lo mismo que pensamos aquí, al lado de Africa, lejos de España, piensan allí, cerca de España y alejados de nosotros. Que hay mucha cosa de isla en nuestras formas de entender el mundo y también en la forma que nos entienden a nosotros. Que tampoco es casualidad que el Programa sobre el Hombre y la Biosfera (Man and biosphere, MaB), creado por la Unesco en 1971, tardará nada más y nada menos que veintidós años en apostar por una isla completa, por dos, que Menorca comparte mérito, con unos 70.000 residentes, cerca de un millón de turistas y unos 800 kms2 de superficie.

Hasta ese momento, las declaraciones tenían que ver con partes determinadas de un territorio, poco poblado y con una enorme fragilidad pero no islas densamente pobladas y con un turismo de masas. Que lejos de corregirse con la declaración se han duplicado o triplicado estas variables, todo sea dicho de paso. A excepción de la superficie, que sigue inalterada, aparentemente, desde las erupciones volcánicas del siglo XVIII, las otras dos se han disparado peligrosamente aunque, de forma prevista. De aquellos setenta y pico mil residentes, con un alto componente de población local, hemos pasado a estos casi 150.000, el doble, con un desorbitado componente de población inmigrada. En cuanto a los turistas, del menos del millón nos hemos colocado, con indisimulada emoción, en los tres millones. Seguramente esa fuera la intención de la  mencionada declaración, escrito con toda la ironía y sorna que permita el MaB, la UNESCO y todos los consejos habidos y por haber.  

Recalca la Unesco como objetivo "conciliar la mentalidad y el uso de los recursos naturales, esbozando el concepto de desarrollo sostenible" y, a pesar de la alegría de los lugareños con la situación económica actual y de sus propias vidas manifestada en esas 800 entrevistas telefónicas de la encuesta y a mí, que quieren que les diga,  me cuesta creer que los lanzaroteños consideren, en general, que nuestra calidad de vida de hoy sea mejor que la de los años noventa. Entiendo que los lanzaroteños, como casi todo el mundo, muestren euforia cuando superen un percance y engañen a su propia racionalidad manifestando una respuesta que solo muestra su alegría por superar momentos peores recientes y no valoración de conjunto. Claro que si a uno le preguntan cómo está después de superar un infarto va a decir mejor que nunca, aunque hace diez años fuera un ciudadano sano y un deportista ejemplar. Al fin y al cabo, las valoraciones están sujetas a las variaciones experimentadas. Si usted nunca ha pasado ninguna experiencia mala, una experiencia buena menos satisfactoria que otra, se convierte en mala. Ahora, cuando hay una experiencia mala de verdad, el índice referencial cambia y se embosta usted de felicidad ante aquel hecho que no disfrutó en aquella ocasión. Además, nada tiene que ver la persona que valoró en los años noventa con la que valora ahora. No sólo porque hay personas adultas hoy que eran niños y adultos que hoy son más maduros sino porque más de la mitad de la muestra de hoy, si es representativa, está llena de personas que en aquella época y posteriores vivían en otros lugares. Y si están aquí y no allí, está claro que es porque aquí se encuentran mejor que allá, en el lugar que le parieron y donde tiene su familia y arraigo.

Está bien esta cosa de saber qué piensa la gente del lugar mayoritariamente. Pero tampoco está mal saber quiénes son y quiénes fueron la gente de este lugar. A quiénes le dan el premio y quiénes lo recogen y valoran. Porque, de otra manera, seguiremos engañándonos a nosotros mismos hasta que dejamos de ser nosotros mismos y nos convertimos en parte marginal de los otros mismos. Hay que hacer preguntas pero también buscar respuestas. ¿El propósito de la declaración era triplicar nuestro número de visitantes?¿Multiplicar por cuatro el número de coches? ¿Duplicar el número de residentes, ya incrementado considerablemente en el momento de la declaración? ¿Convertir en riqueza mal distribuida el uso y el abuso de nuestros recursos naturales? ¿Aumentar los niveles de pobreza familiar e individual? ¿Que sigan nuestros principales espacios naturales sin PRUG? ¿Que La Graciosa se haya convertido en un ejemplo del crecimiento "a escondidas" tanto económico como poblacional? Vale, no sigo.

Posiblemente, en Menorca haya pasado lo mismo. Lo desconozco. Pero sí sé que si eso es así, la declaración de Reserva de la Biosfera de poco sirve para contener y adecuar el crecimiento a pautas de sostenibilidad y protección eficiente. Que sí, que sí, que Lanzarote sigue siendo una isla bella, que nosotros somos cojonudos y que aquí todavía hay gente que se forra con viviendas vacacionales, pequeñas constructoras y del cuento de expertos que hacen las mejores facturas del mundo. Eso es verdad, pero lo demás tendríamos que replanteárnoslo. Y rapidito porque en eso nos va todo nuestro patrimonio personal, cultural, natural e histórico. Y no es un consejo, que "consejos" ya tenemos un montón. Es, simplemente, un aviso ante tanto marketing político y de pose.  Ahora, me dicen, los lanzaroteños valoran mejor la declaración de la isla como Reserva de la Biosfera. ¿Y no será porque en 25 años han descubierto que no ha servido de mucho y que les han convencido de que eso es lo mejor para que cada uno siga con lo suyo sin remordimiento?, pregunto yo.

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