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El tercer hombre

Una de las razones para desechar las guerras, inmediatamente después del respeto a cualquier vida humana, es que el tiempo y el roce pueden hacerte ver que quien considerabas un enemigo puede llegar a ser un amigo. Con el sociólogo Manuel González "Manolín", fallecido esta tarde, me pasó algo así. En aquellos tumultuosos años ochenta del siglo pasado en la vida política insular, no fuimos precisamente amigos. El estaba en la trinchera de Dimas Martín, pertrechando al líder local con su entusiasmo y conocimientos, mientras que yo estaba aquí, donde he estado siempre, en la prensa. Sin arrugarme tampoco, a pesar de que a veces ni tan siquiera era consciente de que iba en "un barco" que en cualquier momento podía ser parte del botín del enemigo. Tuvimos nuestros fuertes encontronazos. Por muchas razones, no cabe duda, pero casi siempre por su arrogante posicionamiento y provocador proceder, que no puedo imputar a su juventud, porque yo tenía dos años menos que él.

Pero sus peores enemigos, los encontró en su entorno más inmediato. Entre los que adoraban al líder o vivían de él, porque lo veían como un peligro en la corte del señor. El hecho de que fuera un joven sociólogo, un entusiasta sin límite y un provocador sin miedos le gustó a Dimas Martín desde el principio, que no dudo en ponerlo a su lado, oírlo con atención, y dejarle que moviera en su entorno los hilos de los medios de comunicación y el asesoramiento doctrinario. Y ese éxito, tan rápido como crucial, fue también su peor pesadilla. Los que temían que el dos veces Martín les desplazara, desplegaron velas al viento en su contra, con tanto anhelo y apasionamiento como él creaba un partido de la nada, el PIL, para ponerlo en manos de cuatro políticos convencidos de que unidos serían más fuertes, aunque no tardaran nada, después, en separarse y dejar en manos de Dimas toda su obra.

Aún así, el tercer hombre, el de las ideas, inmediatamente detrás del propio Dimas Martín, y del recientemente fallecido Matías Curbelo, la sombra de Dimas, el ejecutor de sus pensamientos y organizador de las ideas de Manolín, tuvo tiempo de separarse de Dimas Martín. Fue en 1993, cuando decidió, en medio de la ruptura del PIL, la primera, quedarse al lado de Honorio García Bravo, y asesorar a Sebastiana Perera, en su corto periodo de presidenta del Cabildo, hasta que Dimas se alió con su enemigo, que también era el de Manolo, el PSOE, y rescató la Presidencia para Enrique Pérez Parrilla.

El que fuera el diputado más joven del Parlamento de Canarias, de 1991 a 1995, con 27 años, y uno de los más entusiastas para derribar el gobierno de insularistas y socialistas que presidía Jerónimo Saavedra, para dárselo a Manuel Hermoso, con la connivencia de todos aquellos que después fundaron Coalición Canaria para mantener esos gobiernos nacionalistas hasta la actualidad, no pudo ser el primer secretario general del recién creado PIL. Dimas quería que fuera él; él quería ser él y entendía que su obra, todo el desarrollo estatutario y demás que había ideado, se merecía que sólo Dimas Martín estuviera por delante de él y que brillara su conocimiento y aportación al partido. Pero el cinturón de seguridad de Dimas, donde había desde periodistas a empresarios, prefirió que la elección fuera a recaer en Juan Carlos Becerra que, a partir de ahí, se afianzó a la sombra de Dimas, hasta llegar a ser consejero de Turismo de Canarias y presidente del Cabildo en 1995, y después negara al líder y volara solo hasta el PNL y volviera a la CC que abandona Dimas y el PIL de forma prematura.

Manolín era un hombre culto e inteligente, aunque sacrificó muchas de sus posibilidades por vivir como él quería, cercano a la fantasía y aturdido por la autocomplacencia estimulada. Amigos mutuos como Antonio Félix Martín Hormiga y Jesús Callero nos animaron a compartir tertulias y cafés, arriesgándose ellos a recibir alguna descarga malintencionada en los inicios de los encuentros, pero, en cambio, consiguiendo que, desde las profundas diferencias que teníamos, llegáramos a respetarnos como amigos en los últimos tiempos. De Manolo, que recibió el apodo de "El Facha" por intentar salvar de la quema un cuadro de "dudosa moralidad democrática" en sus tiempos de bachiller y no por causa de otra filia demostrada a favor de régimen que lideró el dictador, se podía aprender mucho y, sobre todo, se podía discutir siempre. Oportunidad que mantuvimos abierta hasta el mismísimo final, cuando hace unas semanas, nos reconocimos el aprecio mutuo y me respondió, al interesarme por cómo estaba: "A saber. Gracias".

No conozco despedidas alegres. Ninguna. Menos todavía cuando el que se va lo hace para no volver, a pesar de tener casi mi edad. Mucho menos cuando se pierde a una persona inteligente, culta, siempre dispuesta a cultivarse y a cultivar a los demás. Pero sobre todo si el que se va es un provocador nato, del que no puedes ausentarte, a veces para aplaudirle y otras para insultarle. Quizás ahora encuentre ese estado indeterminado en el que se puede estar sin estarlo del todo y se puede dejar de estar sin irse del todo. Aunque esta vez lo haga para siempre y sin humaradas que despierten sospechas o que carguen filias y fobias.

Después de todo, viviste como quisiste, no siempre al gusto de muchos, aunque te resistieras a pensar que todo se iba a acabar tan pronto. Un fuerte abrazo, Manolín. Y mi profundo pesar a su hija Cayetana, a toda su familia, amigos y a los muchos admiradores y admiradoras que tuvo en esta isla.  

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