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Ayudemos a nuestros héroes y heroínas

Les quisiera hablar de dos personas. Uno es concejal en Fuerteventura, la otra es sargento jefe del SEPRONA en Lanzarote.

El concejal de Fuerteventura, Álvaro, ha sido un elemento más que incómodo para los corruptos de Fuerteventura desde que entró en la arena política hace tres años. Denunciante implacable de todo tipo de corruptelas y chanchullos, hasta hace nada impunes en el sur de Fuerteventura, ha sufrido por eso mismo múltiples amenazas y contratiempos personales, incluyendo una brutal agresión a su hijo.

 

 La sargento de Lanzarote, Gloria, es una profesional intachable con enorme compromiso por el bienestar animal. De modo que cuando supo de las presuntas irregularidades que se estaban cometiendo en la perrera de Arrecife, decidió que eso había que investigarlo, inspeccionarlo y, llegado el caso, denunciarlo. Al igual que Álvaro, Gloria también ha sufrido las consecuencias personales de hacer lo que consideraba correcto en lugares corrompidos tras décadas de malsano clientelismo. De hecho, mientras escribo esto, la sargento se encuentra suspendida de empleo y sueldo.

No es difícil ver qué tienen en común estas dos personas. Ambas fueron capaces de sacrificar su situación personal, e incluso familiar, para hacer lo que consideraban correcto. No miraron para otro lado, como hacen el 99%. No lo dejaron estar. No se adherieron al pútrido statu quo. Al contrario, antepusieron su sentido del deber a cualquier otra circunstancia personal, por alto que fuera el precio que tuvieran que pagar.

Esto es tan raro en estas tierras, y sin embargo tan necesario, que hay que ponerlo en valor.

Hace varios años escribí un artículo en el que reclamaba la necesidad de que en Lanzarote surgieran personas como aquel Eliot Ness de Chicago. Un tipo que se enfrentó a la mafia de su ciudad, siendo plenamente consciente del enorme coste personal que tendría que pagar. Si luchaba contra los mafiosos no sólo sufriría él, eso era lo de menos. Sufriría su familia. En el mejor de los escenarios él y los suyos perderían el trabajo y nadie les daría otro nunca, en el peor sufrirían toda clase de agresiones y "accidentes". ¿Quién está dispuesto a sacrificar a quienes más ama? ¿Quién tiene derecho a poner en peligro a sus seres queridos por un "absurdo" (pensarán muchos) sentido del deber? Nadie. Nadie, por eso la corrupción es norma en casi todas partes. Cuando te dan a elegir entre plomo o plata, como sugería habitualmente el famoso narco Pablo Escobar, todo el mundo elige plata.

Sin embargo, estas rarísimas excepciones, apenas una entre un millón, son las que marcan el futuro de nuestra sociedad. Ellas son la diferencia entre un futuro más o menos próspero o el infierno en la Tierra que augura el dejarse llevar mayoritario. En la medida que seamos capaces de preservar y proteger estas rarezas frente a las enormes fuerzas inerciales a las que se enfrentan, nuestro porvenir será uno u otro. De su éxito individual depende nuestro éxito colectivo.

No obstante, detectar a estas personas adecuadamente no es tan sencillo. Por ejemplo, yo una vez creí ver en el denunciante de una famosa trama corrupta de Lanzarote a uno de ellos. Sin decir su nombre, para ahorrarme querellas, diré que esta persona parecía reunir los requisitos. Resultó ser un espejismo. La corrupción que él denunciaba era una muy concreta, pero no tenía ningún problema en mirar para otro lado cuando se trataba de los suyos. Eso, que él justificaba tras una supuestamente virtuosa "lealtad al partido", le convertía en una persona muy diferente de las que estoy hablando aquí.

Y si menciono este último caso es porque he percibido esa actitud demasiadas veces en Lanzarote. Gente que supuestamente lucha contra la corrupción, pero siendo muy selectiva en sus denuncias, ignorando a propósito lo que no interesa ver, mientras escruta a conciencia a sus enemigos. No hay nada de noble en eso. No hay valentía ni dignidad, solo más corrupción. Entiendo la necesidad de asociarse y hacer fuerza común para enfrentarse a determinados intereses, pero cuando tu asociación adolece de la misma falta de escrúpulos que aquellos contra los que luchas, te conviertes en parte del problema tú también, y serás tan responsable como los otros del negro futuro que nos aguarda si no preservamos y ayudamos a los verdaderos héroes y heroínas de nuestro tiempo. Héroes y heroínas identificables porque aparte de enfrentarse a los peligros a pecho descubierto, son personas que sólo deben lealtad a su propio sentido del honor. Un sentido del honor que nunca es de partido, que nunca es clientelar, sino que obedece a convicciones profundas e insobornables.

elperiodicodelanzarote.com