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¡Guapo!

¡Comienza el baile! (XII)

A lo largo de la historia democrática española, y también fuera, con nombres muy sonados en Estados Unidos, por ejemplo, la belleza masculina se ha convertido en un atractivo político que suma. Podríamos quedarnos con los gritos más recientes que las seguidoras socialistas le dedican en sus comparecencias públicas, especialmente en mítines, al secretario general del PSOE, Pedro Sánchez.  Pero, claro, no quiero personalizar en caliente, en pleno periodo preelectoral, en ningún líder nacional actual. También, es evidente, porque ni ese ni ningún otro atributo personal ni colectivo, ni de mérito ni de genes, ha permitido todavía considerar como un éxito la trayectoria del secretario general socialista, si exceptuamos sus dos batallas internas, en las que sí se ha impuesto con claridad y absoluta solvencia.

Pero sí hay otros casos más relevantes en los que sí se habló de la incidencia de su físico y simpatía como valores determinantes en resultados electores. Se hizo con el primer presidente constitucional, Adolfo Suárez, que, incluso, salía tanto en la revista rosa ¡Hola! como en los tabloides y sábanas de la época. Y no era algo improvisado. Se buscaba explotar ese perfil del presidente, esa risa encantadora que tanto gustaba a las mujeres pero que también engatusó a muchos hombres. Esa imagen de hombre total, con aspecto deportivo y trato amable fue el complemento perfecto para un candidato que quería dejar atrás la imagen del pasado dictatorial (del país y de él) y dar el perfil de un político europeo. Tampoco le vino nada mal a Felipe González su juventud, gracia andaluza ni su aspecto físico. Está claro que no se puede decir lo mismo de Alfonso Guerra, que ganaba adeptos entre los seguidores socialistas gracias a su contundencia discursiva y su mano de hierro. Las cosas son como son y no hay que darles demasiadas vueltas para que se manifiesten.

Pongo estos ejemplos sobre la mesa para evidenciar la importancia del aspecto físico, la presencia  y los modales, por injusto que nos pueda parecer a los que no somos tan agraciados, en el éxito empático, a primera vista, también con los electores. Que no es más que la extensión al terreno político de las claves sociales en las que se desarrollan las relaciones humanas. Cuando alguien ve, por primera vez, a otro alguien hay una indubitada reacción química, si se quiere, que hace que surja o no una empatía entre ellos. Está claro que ese interés inmediato en conocer a la otra persona no está inspirado en sus méritos, que desconocemos, ni  en su experiencia, que tampoco acertamos a vislumbrar en las miradas iniciáticas.

 Por los antecedentes históricos masculinos, por las manifestaciones presentes en mítines de líderes masculinos, por la fácilmente contrastable influencia que ejerce en la sociedad contemporánea la estética y el potentísimo negocio que mueve el sector de la belleza (escondido muchas veces en eufemismos de salud), universalizado ya en hombres y mujeres, me sorprende que se criminalice los comentarios en los que se le reconoce a un hombre o una mujer sus fortalezas en este sentido. Me parece, sin más rodeos, injusto que se considere que un hombre es machista cuando destaca la belleza de un candidato o una candidata y que se trate el tema como si no tuviera trascendencia en su forma de llamar la atención del electorado. No se suele ver tan mal, tampoco, aunque es exactamente lo mismo, cuando una mujer destaca lo guapo que es este o aquel candidato. Aunque también los  hay que abominan los comentarios en ambos sexos, porque entienden que unas elecciones no son un pase de modelos o  concurso de belleza. Como si alguien estuviera legitimando que se votara a nadie por ser más guapo o guapa que otros y otras juntos. Y en eso se equivocan de forma garrafal.

Unas elecciones, eso que llaman la fiesta de la democracia, son, en todos los países, con sus matices, una exhibición sin límites ( dentro de la ley y el sentido común)  de los valores que inundan la sociedad. Por eso no es raro ver a un político en campaña haciendo cualquier cosa que crea que hagan y les gusten a sus electores. Lo mismo se balancean en un parque infantil, que juegan a la bola con los abuelos del lugar, que se van a podar las parrar o de visita a los enfermos de un hospital. Se trata, en definitiva, de buscar la empatía con elector. ¿Quiere eso decir que la gente va a votar el guapo o guapa por el simple hecho de serlo? ¡Claro que no! Pero es indudable que esa simpatía, esa atracción o esa valoración positiva a primera vista los pone en disposición de oírles, de recibirles en su casa en los puerta a puerta, o estar pendiente de si sale en la tv o no. Y mientras se fija en su sonrisa, en su melena, en su bigote, o en su camisa, el otro o la otra le va vendiendo su programa sin perder ni las maneras ni la compostura. Eso es así, objetivamente. Y es todo un éxito.

Y eso no tiene nada que ver con machismo ni sexismo. No tiene que ver con banalización ni con marginación. No tiene nada que ver con machismo ni con el patriarcado. En cambio, sí tiene que ver con una sociedad sexualizada, donde a la gente, hombres y mujeres, le gusta gustar, se siente bien interactuando con los demás. Por eso, ahora y siempre, consideraré esos valores una fortaleza de los políticos y políticas, que los que no lo tienen ( o no los tenemos, si nos salimos del ring político) lo tendrán que suplir con un discurso más alegre, con una campaña más creativa, con un esfuerzo intelectual mayor, porque tanto una cosa como la otra están perfectamente ancladas en el marketing político y social.

Los/as que consideran que es ser machista reconocer el poder de atracción que ejerce la belleza en las personas comunes y no tan comunes ( y el electorado no deja de ser eso, personas) están equivocadas. Quienes quieren equiparar a los que consideran que la belleza tiene sus influencia en el primer contacto visual con perros maltratadores o machistas marginadores de una parte de la sociedad son meros ignorantes, incapaces de gestionar dos variables en un escenario inestable y difícil. Quienes ven el mismo trato en el que resalta la belleza que en el que humilla por su carencia están muy equivocados. Quienes quieren convertir a hombres y mujeres en cosas insensibles que se relacionan entre sí exclusivamente bajo códigos alfanuméricos y robotizados no aspira a una sociedad más justa sino simplemente a una sociedad sin emociones ni sentimientos. Si poner en valor las fortalezas del otro, con consideración y respeto, es políticamente incorrecto, habría que empezar por cambiar lo políticamente correcto. Lo que debe ser incorrecto es poner en solfa a alguien por no tenerlas o humillar. Lo otro es simplemente no querer reconocer que somos humanos precisamente porque estamos dispuestos a elegir lo que nos gusta por encima, incluso, de los viene mejor. Así lo creo yo. Y así lo digo. Que es de lo se trata cuando uno escribe. En transmitir  ideas, en reflexionar entre letras y signos de puntuación, en hacer pensar a otros sin esperar el aplauso fácil. ¡Punto y final!

       

   

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