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Javier Nart, al lado del ciudadano

Sé que tiene 72 años. Pero en ningún momento de nuestra conversación, tengo en cuenta que ha nacido en 1947, en Laredo. Me sigue impresionando su voz, la forma pausada de construir su expresión verbal  y su contundencia. Es difícil interrumpirle, no solo no se deja sino que insiste de tal manera en su exposición que cortarle es pecar de maleducado. Está acostumbrado a hablar, a ser el centro de atención, a despertar admiración por sus formas y sus contenidos, bien documentados y sensibles con las necesidades de la mayoría. Es un progresista que se fue del partido socialista catalán cuando la corrupción empezó a tocar al PSOE de Felipe González en los años noventa del siglo pasado  y migró a Ciudadanos cuando el PSC empezó a claudicar a los contoneos nacionalistas. Él era, él  es, progresista  por encima de todas las cosas. Le interesa el bienestar de la gente y no está dispuesto a sacrificar lo universal por el localismo castrador y desmoralizador que se aviene al chovinismo como respuesta a todas las necesidades.

Su conversación segura, de buen conversador, acostumbrado no solo a dar su opinión sino de hacerla prevalecer en los escenarios más difíciles, fluye confiada. Contundente. Te hace sentir un amigo, y sabe encontrar rápidamente anclajes en el  otro, que le garantizan un oyente entusiasmado mientras él  expone datos, expone anécdotas, expone vivencias, expone planteamientos políticos y defiende su trabajo de europarlamentario desde 2014, cuando se ganó ese derecho al ser el más votado en las primarias del partido naranja. El ya ciudadano Javier Nart  es un abogado, político, antiguo corresponsal de guerra y escritor y desde 2014 es diputado del Parlamento Europeo dentro del Grupo de la Alianza de los Liberales y Demócratas por Europa. Se considera un hombre de Estado, del estado español, sin complejos, como buen ciudadano, y defiende también el trabajo callado que busca el consenso entre los españoles, primero, y entre los semejantes ideológicos europeos, después, para garantizar cosas tan básicas como el convenio de pesca con Marruecos, que tanto interesa a la flota de Canarias.

Nart es listo y experimentado y un periodista de una ínsula pequeña africana  como Lanzarote le suena a tertulia universitaria entre clase y clase. Como un tentempié en su ajetreada vida de europarlamentario. Muestra sorpresa cuando intuye en el periodista más conocimientos de las circunstancias tratadas de las que él esperaba. Pero lo hace con entusiasmo, recargando las respuestas con un plus de intencionalidad y profundizando en el mensaje.

 Dribla con estilo, pero sin demasiado éxito, la pregunta de cómo vive un hombre de su bagaje de izquierdas la campaña electoral de Ciudadanos pujando con Vox por el voto de extrema derecha. Pero no se sumerge ni se evade. Prefiere encarar la pregunta con un planteamiento más intelectual. Escapándose al “tú más” de la rivalidad partidista y apostar por echar de menos mensajes electorales que vayan al problema real. Se asombra de que no se hable del Brexit y sus consecuencias, de lo mal que se afronta la reconcentración de la riqueza entre los más poderosos y la caída libre de mucha clase media. Que no se diga nada de los miedos de esa clase media que ve que sus hijos vivirán peor que ellos, que no ven futuro a pesar de que se han formado concienzudamente. Le asusta que el ascensor social que era la formación se haya roto en el sótano dejando estancado a un montón de gente que se ha sacrificado sin premio.

Le recuerdo a Javier Nart al verlo, en el bonito patio de Hotel Singular “Princesa Ico”, en el centro de la Villa de Teguise, que hace exactamente 30 años le saludé personalmente  en Barcelona. Fue en 1989, minutos después de acabar el programa televiso Tribunal Popular, donde él era el incisivo fiscal que se batía frente al abogado defensor Ricardo Fernández, su amigo, en temas candentes. Era un programa de máxima audiencia, cuando solo estaba Televisión Española. Pero a mí me hacía ilusión saludarle porque conocía su etapa de corresponsal de guerra, de hombre comprometido con las causas ajenas, de hombre de izquierdas, de voz profunda y lucha convencida.

Treinta años después, no quise perder la oportunidad de pasar una hora con él. Primero en el patio del Princesa Ico, después en la furgoneta de Ciudadanos, que nos trasladó al Hotel Beatriz, en Costa Teguise, donde tenía un mitin. Y, finalmente allí, hasta que su asistenta, una exquisita Adriana, se lo llevara con afiliados y simpatizantes en un quiebro rápido donde ni él ni yo tuvimos tiempo ni ganas de llevarle la contraria. Nos bastó su sonrisa conciliadora para saber que ya llegaba tarde a su mitin.

Hablamos de escritores, como Vázquez Figueroa, vinculado a esta isla y amigo suyo al que nunca ganó al dominó. De buceo, deporte que ha practicado en numerosas ocasiones en Lanzarote y hasta en Bruselas, en una poza de más de cincuenta metros de profundidad. Y se sorprendió de que yo no buceara siendo de Lanzarote, y me dijo que él lo hacía cada vez que podía, a pesar de que no sabía nadar. Me mostró su preocupación por el impacto que va a tener la tecnología en el mercado laboral con la desaparición de un montón de puestos laborales.

Pero, por encima de todo, me gustó su jovialidad. Su convencimiento de que la política tiene que ser otra cosa y su compromiso por solucionar problemas, sin atrincherarse en dogmas. Me habló de un trabajo en el Parlamento Europeo que yo desconocía y la voluntad de estado de muchos de los representantes al margen de colores e idearios políticos. Se me hace difícil hacerme la idea de ver a Javier Nar sometido a las corrientes en las aguas cercanas al Roque del Este, en el Archipiélago Chinijjo, sin poder decir ni una palabra. Sin aprovechar el silencio submarino para que su tono de voz característico impregne todo de intencionalidad progresistas y voluntad resolutiva. Será porque en Canarias es una hora menos, pero me supo a poco ese tiempo que pasé oyéndole entre su descanso y su mitin en Lanzarote.

  

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