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Censura cuartelaria, César como escudo

 

La celebración del centenario del nacimiento del genio lanzaroteño César Manrique no ha servido para sacar lo mejor de él pero sí para ver lo peor de la Fundación que creó personalmente en vida. El “secuestro” del libro de Fernando CastroCésar Manrique: Teoría del Paisaje’, que denuncia el propio autor, amigo personal, biógrafo y reputado estudioso de la vida y obra de César hunde a la que debe ser seña de vanguardia cultural insular en las tinieblas más profundas del comportamiento reaccionario, queriendo convertir la celebración en un monologo unidireccional en el que no sólo se impida debatir sobre la obra del artista universal,  más allá de la hagiografía construida por la propia Fundación César Manrique (FCM), no siempre respetuosa con la propia condición y obra del  autor, sino utilizada también para investir como fuente de derechos y sabiduría a la propia FCM y sus líderes.

Pero lo más grave de todo no es que la Fundación inspire el comportamiento castrador, sino que use para ello una administración pública, el gobierno insular, para ejecutar tan envenenada actuación. Y lo que es peor, que se ejecute con semejante alegría y alborozo por quiénes deberían defender por encima de caprichos, fobias y filias, la libertad de expresión, el enriquecimiento de un debate científico y la participación de toda la sociedad, que es quien legitima y de quien dimana el poder de la propia institución.

Desgraciadamente, el catedrático de Historia del Arte Fernando Castro, tiene toda la razón  cuando considera que la medida adoptada por la presidenta socialista es propia “de la Inquisición, los regímenes dictatoriales, la Alemania nazi o la España franquista”, y por lo tanto inadmisible en un sistema democrático.

Hace unos años, cuando el propio Castro  era  santo de devoción de la propia FCM, de la que formó parte de su patronato por expreso deseo del propio artista, presentó en la Sala José Saramago su libro ‘César Manrique’, junto al crítico Fernando Castro Flórez, el viceconsejero de cultura del Gobierno de Canarias, Alberto Delgado y el presidente de la FCM, José Juan Ramírez.

En ese acto, José Juan Ramírez recordó que uno de los objetivos de la FCM es “favorecer nuevas interpretaciones y visiones críticas sobre César Manrique y señaló que su figura no ha dejado de crecer en los últimos quince años”.  Ahora, una década después, parece que la idea de la Fundación, ya no es debatir sobre la figura de César sino expandir, como mera propaganda cocinada en sus cuarteles, el relato que ellos mismos han creado y que no aceptan que nadie cuestione. No les duele la figura de César sino que se critique su propia actuación, la de la propia FCM, utilizando la coraza intelectual del artista como escudo para defender sus propias miserias humanas.

Nadie ha pedido nunca que un joven abogado, que fue elegido para presidir la FCM por César Manrique por ser hijo del que fuera su gran amigo y protector, de exactamente la misma edad que él, fuera un genio. Tampoco se ha pretendido que un filólogo que llegó a la isla en busca de trabajo, que encontró en el Colegio Internación que dirigía el socio del emrpesario Juan Francisco Rosa, Rafael Lasso, fuera una eminencia del arte ni de Cesar Manrique, al que ni tan siquiera llegó a conocer personalmente. Pero mucho menos se esperaba que, presidente y director fundacional, se subrogaran todo el conocimiento y se llegaran a creer  los eternos poseedores de la verdad absoluta sobre César, por decisión divina porque sus carreras profesionales y personales distan mucho de dar cobijo al conocimiento científico necesario. Y que busquen monopolizar la figura del artista, a través de un mensaje único, apoyados por la oficialidad gubernativa con la que hacen campaña electoral y piña es, sencillamente,  decepcionante.  Revestirse con los ropajes de la izquierda progresista para acabar actuando como los denostados reaccionarios no es sino reducir la figura de César a una farsa insostenible.

Es curioso que César Manrique fuera capaz, ayudado por un gobernante, y amigo, de una institución franquista, el Cabildo de aquella época, de abrir una ventana al mundo moderno y actuar como un soplo de aire fresco en una sociedad insular retardada y pobre y, ahora, los líderes de su Fundación,  ayudados por una institución democrática, otra vez el Cabildo, pretendan recuperar valores de los que tuvo que zafarse el artista para llegar a ser quien fue. Más que curioso y contradictorio es penoso. Una vuelta a las hogueras de libros y versiones discrepantes,  al mensaje único, es la peor referencia que se le puede dar al año del centenario de ese genio que todos tenemos derecho a querer y conocer sin que nadie se apropie de él. Una pizca de cordura no vendrá nada mal en esta vendetta que pretende convertir en supremo lo que simplemente es un déficit de cultura y democracia. O de cultura democrática.  

elperiodicodelanzarote.com