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Gloria a Gloria

Reconozco que hablar de la Guardia Civil siempre me ha dado cierto respeto. Su recio reglamento disciplinario, su creador, su historia salpicada de bandazos patrióticos, su militarismo, sus jornadas interminables, su tricornio, su pistola, su pareja, todo, por separado y junto, me impone (a veces, hasta me ha asustado). Reconozco que era mucho más, y peor,  cuando era un adolescente y dedicaba parte de mi tiempo de lectura a leer, a escondidas, El Capital, la obra cumbre del padre intelectual del comunismo, Karl Marx, el primer gran cuestionamiento  filosófico, económico y social del capitalismo, primero en la edición de bolsillo y luego en los tres tomos, ya más complejo. Había instructores ya en el instituto a esta forma de pensar y teníamos hasta “clases particulares” de profesores avezados y entregados a la causa. En esos ámbitos,  donde lo mismo se hablaba de Mao Zedong  que de los Jemeres Rojos y  Bandera Roja, mencionar el verde oliva de los uniformados era como tentar al diablo. Pero, claro, la vida es más larga y ancha que las aulas de marxismo.

Al mismo tiempo, en esos mismos años, un poco antes, conocí a una de las mejores personas  que he tenido el placer de tratar. Y era Guardia Civil. Y era (y es, afortunadamente) un ejemplo de persona. Su amabilidad, su paciencia, su don de gente, el cariño con el que nos trataba a mi hermana pequeña y a mí, a toda la familia en general, su absoluta disponibilidad para llevarte y traerte de cualquier lado a cualquier hora. Su absoluto convencimiento del bien que proporcionaba su trabajo, su cumplimiento entusiasta con sus obligaciones, su determinante  entrega y férreo respeto a las leyes y a los ciudadanos, me daba la otra imagen de la Benemérita, la que no se entendía en aquellos ambientales de proclamas y encendidas ansias de cambio social que aspiraba, desde las aulas especializadas, acabar con las clases (sociales). Plácido (Quiñones), hasta el nombre parecía que se le puso con la intencionalidad  de predestinarlo. Después ha habido otros, guardias civiles respetuosos que te paran en la carretera, que te ayudan en el monte, que te socorren en los extravíos, que ponen en riesgo diariamente su vida para salvar a los demás. Y ahora aparece Gloria Moreno, la sargenta del Servicio de Protección de la Naturaleza  (SEPRONA) de la Guardia Civil,  que sobrevive empapelada en una tonga de expedientes que le han abierto sus propios jefes en lo que  podría interpretarse como un abuso del rigor disciplinario.

Por mí relación familiar, cercana, con Plácido, sé lo que significa un expediente para un guardia civil, cómo lo viven, dentro de su mentalidad de hombres y mujeres rectos/as y respetuosos con la norma. Cuanto más recto y escrupuloso, mayor es el sufrimiento. Creo que él pudo jubilarse sin ser víctima de ninguno, aunque acabó hastiado de la estructura excesivamente jerarquizada y del “impongo porque tengo galones”, y se le veía en sus ojos el sufrimiento ante la posibilidad de que otros buenos compañeros pudieran caer presos de esos enrevesados procedimientos que siempre acababan en castigo. Inmerecido, pero castigo. Y entonces, veo a Gloria, una mujer sargento (todavía el diccionario no acepta la accesión sargenta para lo que ella es, refiriéndose con este nombre a la mujer del sargento o la mandona de turno) que llegó a Lanzarote en 2014 ilusionada con su destino a una isla singular, Reserva de la Biosfera, espectacularmente bonita, como jefa del destacamento del SEPRONA en la isla.

Pero al poco tiempo todo se truncó. Su acertada actuación en Alegranza, donde los caciquillos de turno, por dinero unos y por apellidos otros, se embostaban, a base de bien, con alitas y pechuga de pollos de grasientas pardelas cenicienta, ave migratoria protegida que anida en el islote. En una de esas bacanales en las que no falta de nada, la guardia civil mandó a parar bajo las órdenes de la segoviana, con trece años ya en el cuerpo civil y militar, con voz de niña pero con arrestos de señor benemérito. Y se armó el escándalo y se encendieron los desafíos y amenazas. Y don dinero, y don relaciones, y don abolengo se conjuraron contra aquella tricornio que apareció del mar  con moño y mando.  Y a partir de ese momento, cree ella, paso que daba, expediente que se le abría. Se cerraba uno leve pero se abría, por otro lado, otro grave o muy grave. Así hasta ahora. Ha ganado batallas en ese campo minado de lucha contra decisiones arbitrarias de coroneles y generales (¡Sí, señor!), pero está a las puertas de un juicio en la Audiencia Provincial, que se celebrará a mediados de octubre, en el que se le acusa, por denuncia de un compañero, de presunta falsificación documental y el fiscal le pide nada más y nada menos que cuatro años de cárcel. Todo un reto.

No conozco personalmente a Gloria. Nunca he hablado con ella. Pero sí conozco a muchos de los que se desternillaban en Alegranza, con la boca llena de pardelas y las narices superventiladas. Amigos mutuos me hablan de ella como una enorme señora investida con las esencias buenas de la Benemérita. Aun así, reconozco que las primeras veces que oí su nombre fue en boca de sus detractores iniciales, sus denunciados a pie de finca, o de bar, que la llamaban, ellos sí, la sargenta, más que por sus galones, por su contundencia e inflexibilidad. Posiblemente no sea mujer que busque amigos en el  desempeño de sus funciones y que también aterrizara en Lanzarote con su primer destino de sargento le pudiera hacer pecar de dura en exceso, pero el verla a ella sola frente a tanta estrella, contra una estructura tan pesada y monolítica, despierta el sentido de la solidaridad. Además, por el hecho de pegarles el susto a los “comepardelas” esos, que se creen los reyes del mambo, yo la hubiese “condenado” a cuatro años de vacaciones, con todo pagado, donde ella quisiera. Eso sí, pagado a cargo de esos desalmados, que teniéndolo todo, tienen que saltarse la ley para sentirse a gusto.  Comportamientos así, dan gloria a Gloria, a la propia Guardia Civil y a toda la sociedad. ¡Es que da gloria!

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