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Hasta siempre, Gregorio

Aunque a medida que vamos creciendo, madurando, envejeciendo nos encontramos con mayor frecuencia con la muerte, no es fácil aceptar la despedida irreversible. Contamos, desde que nacemos, con el preaviso de que en cualquier momento nos ausentemos o se ausenten para siempre las personas que conocemos. Aun así, no es fácil. La desaparición de una persona nos altera la convivencia, las expectativas del día e, incluso, los espacios dejan de ser igual. Y no hace falta que sea un vínculo estrecho, familiar o de amistad. Basta con que sea una persona conocida, respetuosa, afable, sincera.

Mi relación con el empresario Gregorio Armas, tristemente fallecido el pasado viernes, se limitó a compartir unos cuantos cafés algunos días por la mañana a lo largo de estos últimos veinte años. Compartíamos mesa y cortado – él también aprovechaba para comerse un pequeño bocadillo de queso- con cinco o seis personas más. Al principio, cuando los funcionarios y políticos del Cabildo estaban en la sede de la calle Real, la mesa era mucho más amplia. Más numerosa y todavía más variada. Pero no quiero extenderme en el marco de los encuentros, sino en una de aquellas personas, en Gregorio Armas.

 

Desde el primer día, me llamó la atención de Gregorio su fuerza. Su contundencia. Su carácter. Sabía escuchar pero siempre me dio la impresión de que no era partidario de callarse muchas cosas. Yo no sé si por ser capitán mercante de formación o empresario durante largos años en la pesca y en el turismo, pero era tremendamente pragmático. Sus comentarios eran tan cortos como certeros. Y en su mirada ya venían implícitos casi al completo. Después de oír a todos decir blanco, con tantas explicaciones inútiles y superfluas, me divertía ver como Gregorio, de forma campechana, cerraba el debate diciendo que aquello era negro por tal o cual cosa. No era polémico, todo lo contrario, le quitaba trascendencia a todo. Pero opinaba con sinceridad y de forma bastante crítica de cómo se hacían las cosas en Lanzarote.

 

En muchas ocasiones, me habló de la pesca y de Marruecos.  De las dificultades para que Agramar pudiera subsistir sin ayudas o lo que significaba poner una conservera en territorio sahariano bajo la supervisión de Marruecos. A veces, le provocaba diciéndole que mucho dinero de la pesca acabó en el turismo. “Y menos mal”, me contestaba. Evidentemente, la pesca en Lanzarote no se la cargó la inversión estratégica en el turismo, sino la situación de indefensión en la que cayó el sector tras la descolonización española del Sahara.

 

La fuerza de Gregorio hizo que tuviera un importante predicamento en el sector primario y también gozase del respeto del empresariado insular en general. Fue consejero del Cabildo en el mandato 1979-1983, cuando todavía quedaba algo de pesca, y su nombre sonó en muchas ocasiones para ser director general de Pesca del Gobierno de Canarias por su dilatados conocimientos del sector. Pero él siempre prefirió hablar con el director general que ser el director general. No estaba por la labor de ser político. Estuvo también en la Cámara de Comercio de Lanzarote y al cerrar las puertas Agramar y no salir adelante su proyecto de engorde y engrase de atunes en jaulas marinas, se concentró en la actividad turística.

 

Sinceramente, echaré de menos a Gregorio. Cuando camine por  la calle Real y sus alrededores, ya sé que no aparecerá. Ni me podré tomar un café con él. Hacía tiempo que no le veía, sabía que estaba enfermo. Ahora sé que no le volveré a ver y me apena.  Hay personas con las que se empatiza sin tener muchas cosas en común. De las que se aprende y con las que te apetece conversar. O tomarte un café. Y, desgraciadamente, no hay tantas como para no echarlas en falta.

 

Descansa en paz, Gregorio.

 

 

 

          

 

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