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Héroes en casa

 

El mundo da tantas vueltas que acabamos mareados o nos despertamos de golpe.

Recuerdo ahora cuando era pequeño y soñaba con ser un héroe al más puro estilo del Capitán Trueno o Jabato, con un poquito más de vestimenta que Tarzán y de forma menos aparatosa y bipolar que Superman, del que me gustaban más sus paseos de tonto fingido por las redacciones, disfrazado de Clark, que sus increíbles vuelos por Nueva York, haciendo de su capa un sofisticado ala delta. No veía la manera de sobresalir en mi pandilla, donde los había más fuertes, más guapos, más ricos y también más tontos. Mientras zangoloteaba por los polvorientos caminos del Tías pre turístico  y llegaba a mi casa con una ganas tremendas de comerme el bocadillo de jamonilla que, entre las prisas y el mono de merienda, a veces acababa antes en el suelo que entre las dos rodajas de pan, mi mente volaba entre los numerosos personajes de comic, que llenaban mi cuarto de casa rural, buscando mi propio personaje.

Con el tiempo y los años, la realidad se impone. Y hay que ir aceptando que las oposiciones de héroes son convocadas sin previo aviso y que muchas veces es el azar el que nos hace quedar como verdaderos héroes o como truculentos villanos. Se nos presentan las oportunidades, algunas, pero nos falta el arrojo suficiente mientras que, en otras, nos sobra arrojo y sobreactuación en situaciones en las que solo tenemos que comportarnos como vulgares ciudadanos, que es lo que en definitiva somos todos, hasta que nos toca la varita mágica de la heroicidad dormida.

A medida que van pasando los años, y confundimos los recuerdos de nuestra propia infancia con las pericias de Zipi y Zape, envueltos ya en la frágil memoria de Rompetechos, que nos colocan en esperpentos heroicos a la altura de Mortadelo y Filemón, aceptamos que nos dirigimos al cementerio de elefantes sin más colmillos que mostrar que nuestras propias desventuras en una rutina llena de miedos, contratos basura y obligaciones familiares, que atendemos de forma responsable pero sin la ilusión que dan esas escapadas por rascacielos y aventuras urbanas del hombre araña o el mítico Aquiles en tierras griegas.

Pero nunca es tarde si la dicha llega. El refranero español se alía con el coronavirus Covid-19, qué nombre tan familiar para un ser tan ruin, y nos da la oportunidad de ser héroes todos. No importa la edad, ni la condición, ni la formación, ni las horas de vuelo, ni las especiales cualidades deportivas o intelectuales. Viene, además, esta oportunidad, con manuales de uso, sin letra pequeña, sin quiebros legales, sin malas intenciones, sin precios abusivos. Está facilito, facilito. Quién no lo consigue es porque es un antihéroe de cojones.

Esta oportunidad a mí no se me escapa. Consiste, básicamente, en quedarse en casa. Haciendo lo que te plazca, aguantando los días que nos impongan. Pero puedes salir a pasear al perro, a comprar alimentos, medicamentos, productos electrónicos y esas cosas tan básicas para sobrevivir. Pero es que te dejan ir a la nevera todas las veces que quieras, hacer deporte, ver la tele, usar la videoconsola, navegar sin límites por internet, hablar por teléfono con los seres queridos e, incluso, no coger las llamadas de los “pesaos” de siempre, con los que, incluso, puedes usar la excusa de que estabas durmiendo, porque se permite sestear cuántas veces quieras al día. También se nos permite a los hombres experimentar cómo se han podido sentir las mujeres a lo largo de los siglos encerradas en casa, llevando toda la responsabilidad de la misma y encima trabajando todo el día, cocinando, limpiando y aguantando las trastadas de  cabrones por maridos. Aunque sólo con pensarlo, me agoto. Y ya no me parece tan fácil mi última oportunidad para ser un héroe.

En fin, que esta dura etapa, con un ejército de virus infinito suelto por la nuestro planeta, dispuesto a colonizar nuestros cuerpos sin aceptar el “no es no” por respuesta, nos da la oportunidad de ser héroes todos. Quedándonos simplemente en casa. Encima que nos salvamos de los invasores invisibles (que no invencibles) nos dan el pase de pernocta de ciudadanos normales y nos convertimos en héroes. ¿No te animas? A mí, Plin… Me lo quedo. Me quedo en casa.

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