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Tiempos de confinamiento y leche machanga

 

 

 

Llueve en Lanzarote, llueve en Tías. Mi hermano Antonio me hace llegar un vídeo, con una lluvia fuerte, al mediodía. en plena  Avenida Central de Tías. Él sabe que me encanta ver llover y que todas las lluvias nos llevan a los años 70, cuando las esperábamos como agua de mayo, esta vez está en las puertas, para regar los tomateros y las cebollas que ocupaban fincas e ilusiones de los vecinos.

 

Parte de guerra (12)

Domingo, 19 de abril de 2020.  Son las cinco de la madrugada. Entramos en el trigésimo sexto día de confinamiento. Y ya me suena, lo que quiero escribir en el primer párrafo, a cosa escrita. Creo que no puedo superar lo que ya dije hace dos semanas exactas, el quinto domingo de confinamiento. Aquel día inicié mi parte, el séptimo: “Domingo, día 5 de abril de 2020.  Son las cinco de la madrugada. Entramos en el vigesimosegundo día de confinamiento. Ya sé que el día de mi cumpleaños estaré en casa. Ayer, en su ya tradicional comparecencia en La Moncloa de este periodo de guerra antivírica, Pedro Sánchez me lo confirmó. Serán dos semanas más de confinamiento. Se alarga el estado de alarma hasta el 26 de abril.  Así que el 24, cumpleaños en casa. Por cierto, ese mismo día se acaba el centenario de César Manrique, que cumple 101 años. No sé yo si los trabajadores de la Fundación hacen teletrabajo o no. Ellos sabrán, que para eso se gobiernan solos. Pero no estaría de más alguna cosita virtual, que podamos compartir todos desde casa. Es una idea”.

Cuadro de Luz. Me asusta mucho más que no se levante esta palanca que otras que uso mucho menos al día.

Ayer, sábado, llegó la lluvia en pleno confinamiento. Una lluvia intensa, durante unas dos horas, en pleno mediodía, que volvió a poner las calles de Arrecife patas arriba. Una lluvia a mediados de abril que también en mi casa hizo saltar los plomos y con ellos todas mis alarmas. “Se bajó la palanca”, gritaron las mujeres de la casa. No había manera de que la palanca se mantuviera arriba y permitiera irrigar con electricidad la vivienda. Hoy en día, los hogares son plenamente dependientes de la suministradora de energía. Junto con la palanca, se viene abajo todo. Te quedas sin luz, sin nevera, sin vitrocerámica, sin ordenadores, sin wifi, sin tv, sin nada. Y cuando el problema está dentro de la casa, te quedas hasta sin la posibilidad de poder echarle la culpa, y algún grito, a Endesa. A pesar de todo, tuve suerte. Un electricista, un profesional inmenso, se apiadó de nosotros y acudió veloz a devolvernos las luces que la lluvia postrera nos había arrebatado. ¡Mil gracias, buen hombre!

La lluvia me quitó también mi espacio recreativo, convirtiendo mi terraza en zona de manantiales improvisados. Las tablillas resistían bien el chaparrón aunque acabaron lo suficientemente caladitas como para no poder volver a pintarlas hasta el próximo fin de semana. En los botes de aceite de teka lo explicita muy clarito: la madera tiene que estar bien seca antes de arrimarle la brocha empapada de su aceite. Así que ahora tengo los botes de pintura pero las maderas están indispuestas. ¡Qué rollo!

Unas horitas antes de que la lluvia me aguara el día, había empezado mi primera sesión diaria deportiva. Al ritmo que marca la rueda de prensa del Comité técnico del Coronavirus, en la 24H, yo avanzó por mi cinta eléctrica convertida en un sendero de un 12% de inclinación. Prefiero hacerlo manteniendo la mente entretenida en las intervenciones de mis cinco clásicos visitantes (aunque han tenido tres bajas por coronavirus) a media mañana, desde los inicios del confinamiento. Entre generales,  militares y benemérita, comisario general de la Policía y responsable de transportes, destaca la figura pequeña y despeinada, con voz ronca y lengua rápida, del coordinador de la cosa técnica, Fernando Simón. Con él, hemos aprendido muchas cositas sobre este coronavirus, lo que es el pico de una curva y que, a éstas, hay que doblegarlas como la voluntad del enemigo. Aunque yo, a estas alturas, ya estoy convencido de que el único punto de inflexión de toda esta situación será cuando el presidente Sánchez se nos presente un sábado por la noche sin fiebre vírica y nos quite en encierro en lugar de prorrogárnoslo quince días más por enésima vez. No hay prisas pero tampoco tengo ganas de hacerme falsas ilusiones. Por el momento, ayer nos volvió a prorrogar el estado de alarma hasta el 9 de mayo, precisamente el Día de Europa, de la misma Unión Europea que se resiste a implicarse en la lucha contra este monstruo venido de allende de los mares y a echar una mano en la reconstrucción económica.


La cinta me salva del sedentarismo y me ayuda a pasar "el mono" de senderismo.

El haber recuperado la cinta, me ha arrancado del sedentarismo, verdadero boicoteador de la salud y de los objetivos de bajada de peso. Sin ejercicio, la dieta del ayuno intermitente se hace inaguantable e ineficaz. Por lo menos, en mi caso. Que es el que me preocupa mientras dure el confinamiento y no pueda hacer ni bicicleta ni senderismo. Tres horitas diarias de cinta, repartidas en dos sesiones, una matutina y otra nocturna, son mis únicos ejercicios. El resto del día, la silla es mi gran aliada, ya sea sentado delante del ordenador, sentado delante de la tv o sentado en la cocina o en la terraza, hasta que llega la hora de meterme en la cama.

El cambiar sedentarismo por senderismo no es buena idea. Sobre la cinta, intento creer que camino por los impresionantes senderos de la isla. Imaginación al poder.

El confinamiento es, en sí mismo, una experiencia extraordinaria. En todos los sentidos. En primer lugar por la medida en sí y las circunstancias que lo provocan. Pero también como exigencia nueva para todos. Significa, sin previo aviso, de sábado noche a mañana del domingo, cambio total de rutinas muy consolidadas. Todo lo que queda más allá de la puerta de tu casa, desaparece. Y lo que queda dentro hay que adaptarlo.

El confinamiento no es más tiempo en casa. Es, en casa, durante todo el tiempo. Y en casas donde hay un sanitario o sanitaria significar estar en casa sin una de las patas fundamentales de la convivencia con tus seres queridos, sin contacto físico.

Llevo casi dos meses sin cortarme el pelo, sin visitar la peluquería César para que Pepe, mientras me vuelve loca la cabeza con sus singulares valoraciones de la política local y de la vida cotidiana, me corte los pelos que afean mi calvicie galopante. Acostumbrado a pelarme cada quince días, aproximadamente, vivo como algo nuevo y ajeno las matitas de pelos por aquí y por allí que crecen en mi cabeza.

Otra de las cosas que se nota, por lo menos en mi caso, que no suelo consumir de forma compulsiva por internet, es el considerable frenazo en los apuntes contables de mis tarjetas bancarias. Esas visitas a restaurantes, cafelitos, compra de revistas, billetes, y algo de vestuario  han caído a cero y se nota. Por lo menos, estoy ahorrando. Aunque, claro, tampoco veo que se  hayan hecho especiales ingresos en la cuenta matriz.

El confinamiento se nota también en mis tarjetas bancarias. El hecho de estar en casa ayuda a ahorrar.

El confinamiento en sí es un reto también. Una experiencia que nos puede matar, engordar, volver locos e, incluso, ayudarnos a ser más felices en el futuro. Nos da la oportunidad de experimentar con nosotros mismos, de alejarnos de la presión social que predomina nuestro tiempo y centrarnos exclusivamente en nosotros mismos. Nos da la posibilidad de preparar un nuevo desembarco en eso que llaman normalidad, de analizar sin prisas las cosas que nos hacen felices y las que no y saber que todo es relativo. Que puedes tener las mejores intenciones y los mejores sueños y, en cualquier momento, un virus de nada le da un vuelco a tus pulmones y tus corazonadas quedan fritas en una incineradora común. Es eso, y mucho menos. Es eso, y mucho más. Pero no es más que un periodo, limitado en nuestras vidas, que pasará. Y del que solo nos quedarán sus enseñanzas y las cicatrices de la batalla. Y algunos malos recuerdos de luchas por sobrevivir y pérdidas irrecuperables. Pero la vida es así. Se nace, en medio de la alegría de los nuestros; se crece, envueltos en nuestra propia alegría; nos reproducimos, en ratos de relajo divertido e ilusión compartida; y morimos, entre el llanto, de nuevo, de los nuestros, y la alegría, a veces disimulada, a veces publicada, de nuestros enemigos.

Es así, siempre morimos. Es lo único cierto, lo único que nadie podrá evitar. Por eso, la muerte hay que verla como una absoluta certeza y hay que vivir aceptándola y teniéndola muy presente. Es ella la que marca la duración de nuestra vida, pero solo eso. Somos nosotros, cada uno, los que decidimos qué actitud tomar ante los hechos que se presenta en esa misma y única vida. De eso no podemos culpar a la muerte, ni a nadie. Ni a nosotros mismos. Lo que tenemos que hacer es aceptar nuestra capacidad para atender nuestras urgencias o rebelarnos contra ella con verdadera pasión y firmeza.

Es la actitud, nuestra actitud, la de cada uno, la que nos hace felices irreductibles o infelices redomados. También en tiempos de confinamiento, de estados de alarma y leche machanga.

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