PUBLICIDAD

Yo me desconfino, tú te desconfinas, pero pasito a pasito

Parte de guerra (13)

Sábado, 25 de abril de 2020.  Son las seis de la mañana. Entramos en el cuadragésimo segundo día de confinamiento. Ya se ve la luz al final del túnel. Se habla más de desescalada y desconfinamiento que de lo contrario, o de la Covid19 y el coronavirus que la provoca.

Han pasado 42 días, con sus respectivas noches, y eso hace mella. Aunque yo estoy por decir que me he acostumbrado a estar en mi casa, en la trinchera. He creado mis rutinas, he evitado dejarme llevar por los malos pensamientos o entrar en un bucle negativo.

 He trabajado mucho, he escrito mucho y he leído otro tanto. Ayer, además, fue mi cumpleaños. Sí, todos los años, desde que nací, coincide con el de César Manrique, que cumplió 101 años, aunque desde 1993 los haga a título póstumo. Ayer se acabó también su centenario, sin celebraciones finales, fruto de la pandemia. Su propia Fundación se encuentra en estos momentos cerrada, como todos los museos en España, y sus empleados acogidos a un Expediente de Regulación Temporal de Empleo. Fue un centenario más polémico que instructivo. De más protagonismo de sus hacedores del bien y del mal que la suya propia. Y no precisamente porque no hubiera actos, sino, contrariamente, porque se puso más interés en ponerle el cuño de cada uno a cada acto en lugar de reivindicar unidos la figura del genial visionario. Fue imposible que dejaran sus cuitas personales y políticas para unirse en pro de la figura de Manrique. ¿Será posible conseguirlo para afrontar la reconstrucción de la isla todos juntos? Sinceramente, lo dudo.

Mi hijo no se la juega mucho para comprarme el regalo en tiempos de confinamiento. Libro digital de temática periodística. Éxito seguro.

Ayer fue mi cumpleaños, pero hizo mucho más ruido el de mi amiga Tere Viñoly, que una década después se unió a la celebración de sus cumpleaños el 24 de abril.  Hasta su tienda, se acercaron los servicios de emergencia con sus alarmas puestas para desearle un “Feliz Cumpleaños”. Yo me conformé con reproducir, en mi casa, la comida que elijo para este día. Nunca he sido de grandes celebraciones. Me conformaba con ir con mis hijos y con mi mujer a comer al Monumento al Campesino, a La Marea o a Las Cadenas. Los últimos años, han sido en Las Cadenas; con Juan Rivera y su oferta gastronómica, siempre se pasa un rato agradable. Y por supuesto, con buen cabrito (baifo, para los locales), un buen Emilio Moro y una copita de Rubicón Moscatel.

Ayer, me puse el delantal y entre visitas a la redacción, visionados de rueda de prensa de la presidenta y textos varios, me hice un sancocho. No suelo cocinar, más allá de  hacer una ensaladilla, que aprendí  en mis años universitarios, un arroz, mejor si es blanco con  papas  y huevos fritos, o unos pollitos en salsa. Por eso me parecía una experiencia añadida para mi cumpleaños. Tampoco era nada difícil: un sancocho. El sancocho de toda la vida. El pescado salado en remojo desde la noche anterior, para que el cherne vaya cogiendo tino. Si no es pescado salado, a mí no me parece sancocho. Hasta con burro, si no hay mejor pescado, me parece preferible al pescado fresco. Que está muy rico, pero ya no es sancocho. Las papitas sancochadas (cocidas, para los de allá y más allá), el pescado sancochado, y los huevos sancochados. Con el gofio, tuve que cambiar el de toda la vida del sancocho por el gofio merienda. Si no, mi hija me dice que me lo coma yo. Y el gofio ese es pura repostería. Tardé más en hacer el gofio y el mojo verde, que todo lo demás. Y puse la cocina que parecía que se hubiera hecho allí todos los menús de la isla.

 Pero salió mi sancocho y lo llevé hasta la terraza. Allí comimos ayer. Y allí estuve sentado hasta las siete de la tarde. Primero comiendo, después disfrutando de la tarta y el vino y, finalmente, de videollamada en videollamada. Mis hijos, mis soles, los primeros. Luego, muchos familiares y amigos. Muchos de ellos, duchos en las videoconferencias, metían a unos y otros y llegamos a estar unos cuántos de tertulia amena durante largo rato. Parecía, es verdad, que estuviéramos en un restaurante todos juntos. Además, el vino solo bajaba cuando yo me servía. Fue muy agradable. Después de 42 días de confinamiento, ya se empieza a disfrutar estas cosas. Un año más, un día menos…

La calle es importante pero no todos están ahí, ni nos vamos a encontrar con ellos al salir. Echo mucho de menos, en estos tiempos de confinamiento y cumpleaños, a mis padres. En la imagen adjunta, con mi hermana María de las Nieves y yo, en una de aquellas fotos que nos hacíamos para el libro de familia de honor. El gran honor fue tener a estos padres.

Hoy es sábado, y los sábados son del presidente. Durante el confinamiento, los sábados son días de anuncios desde Moncloa. Hoy parece que tendremos alguna noticia de esa propuesta de desconfinamiento que hace el Gobierno de Canarias para que las islas empiecen a tomar contacto con la calle, después de 42 días de estado de alarma. No me pregunten qué pienso del mismo. Reconozco que yo hubiese preferido tener el estudio epidemiológico realizado antes de empezar la desescalada, pero lo que hay es lo que hay. Sé que hay gente que está desesperada por abrir, hay gente que está dejando de ganar mucho dinero. Y si antes mataban por ganarlo, ¿por qué no van a dejar ahora que se mueran unos cuántos? Es duro lo que digo, pero no es menos cierto. Así que espero que la administración pública anteponga la vida de todos a los réditos de unos pocos. Lo antes que se pueda, todos a la calle, con todas las recomendaciones y sugerencias que se quiera. Antes de que se pueda, ninguno. No juzgo, simplemente aviso. Las recaídas las tendrían que pagar quienes toman las decisiones precipitadas.

Tengo muchas ganas de ir a la calle. Como todos. Echo de menos un sinfín de cosas. Pero me interesa la calle que conocía, las relaciones de antes. No me interesa en absoluto volver a una calle que ya no es la mía. Que manda en ella un virus. Que cualquier estornudo, me provoca un sobresalto. Que mire una acaricia como una agresión. Que una persona a menos de un metro y medio se convierta en una violación de tu intimidad sanitaria. Hay que hacerlo, y lo haré encantado. Pero sólo porque está el bicho. Y sólo hasta que llegue la vacuna.

No es la primera vez que el mundo vive inmerso en una complicación sanitaria. Ha habido muchas a lo largo de la historia, y en épocas con muchas menos capacidades para combatirlas, y con las masas populares más empobrecidas. De hecho, en los ratos que dedico a la lectura de textos sin propósito periodístico, he estado leyendo “En una pensión alemana”, un libro de la escritora neozelandesa Katherine Mansfield, en el que narra las vivencias de una viajera inglesa en un balneario alemán, donde se deja ver la visión negativa que tenían, en aquellos años primeros del siglo XX, la gente del lugar, de los ingleses. El libro no es que sea una maravilla, pero también es verdad que lo escribió cuando apenas tenía veinte años. Pero su vida personal, la de la escritora, la de Katherine, sí está llena de cosas que la convierten en una adelantada. Por una parte, si alguien que muere a los 34 años, deja una producción literaria que la sobrevive ya tiene su interés. Por otra, que una adolescente consiga que sus padres, en contra de su voluntad, la dejen salir de Nueva Zelanda, una isla tan grande  como lejana, para ir a estudiar Literatura a Londres, ya demuestra predeterminación. Y si, encima, es una bisexual que mantiene al mismo tiempo una relación con un hombre y una mujer, ambas llenas de altibajos, pues está claro que no era una persona del montón. Y acaba muriendo de tuberculosis, en medio de una fatídica hemorragia, en París. En fin, con 20 años más que ella cuando murió, reconozco que me queda mucho por experimentar.

Ahora, estoy con “Su Alteza Real” de Thomas Mann. Y este sí que me está gustando mucho. Me suena todo lo que cuenta y me gusta como lo escribe. Pero tanto ese libro como el de Katherine salen del mismo sitio. Llegaron a mí al mismo tiempo, plastificados, con tapa dura, en una colección que llamaron “Gran Antología de la Literatura Universal del Siglo XX” que compré hace ya treinta años, pagándola en incómodos plazos mensuales cuando era el redactor jefe de La Voz de Lanzarote, una de las dos únicas revistas semanales,  o semanarios, que había a finales de los años 80 en la isla. La otra era Lancelot, que empezó su periplo en 1981. Solía gastarme mitad de sueldo en comprar libros, periódicos y revistas. Algunos, como estos, han permanecido sin abrir, treinta años después. Soy de los que me gusta tener siempre lectura al alcance de la mano. Y leer lo que me apetece en cada momento. Y me apetece cualquier cosa. Pero todo a su momento.

Desde el viernes de la pasada semana, desde el 17 de abril, que fui a la farmacia, no he salido de casa. Para nada. Es verdad que mi profesión me roba mucho tiempo. Y me da un entretenimiento de calidad para mis gustos. Cuando escribo, el tiempo vuela. Cuando leo, el tiempo vuela. Cuando salgo a la calle, el que vuela soy yo. Me da grima la gente con mascarilla y guantes en la calle. En el hospital o en la frutería, lo veo normal. Pero en la calle, no. Nunca vi a nadie por la calle con mascarilla y guantes, fuera del carnaval, cuyo propósito mer gustara. Será cuestión de adaptarse, de ver como normal lo que quieren llamar la nueva normalidad. Pero para leer y escribir en mi casa no me hace falta ni mascarilla ni guantes. Me lavo las manos mil veces, mantengo la distancia interpersonal con mi mujer y mi hija pequeña y sigo escribiendo y leyendo. Para soñar tampoco hacen faltan mascarillas y guantes. Sigo viendo en mis sueños abrazos vividos y besos sentidos y familiares y amigos queridos sin guantes ni mascarillas.

Prefiero soñar que la nueva realidad se esforzará en hacernos más iguales, más solidarios, más felices y no en alejarnos de esos momentos íntimos donde es imprescindible saltarse todas las barreras interpersonales. Habrá que esperar. Sigo a la espera.

Comentarios  

#1 Bea 25-04-2020 14:00
Felicidades Manuel,

24 de Abril, nace el escritor y periodista que traduce palabras en sentimiento y realidad.
Letras libres que alzan el vuelo venciendo la distancia en pleno confinamiento.

No habrá batallas ni guerras que resistan a tus letras.

Felicidades y gracias por regalarnos una vez más los partes de guerra!
Citar

Escribir un comentario

Código de seguridad
Refescar