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Enclaustrados, sí; quietos, no

Padres e hijos reconquistan las calles. Una hora, una vez al día, en un radio de un kilómetro de sus casas.

Parte de guerra (14)

Lunes, 27 de abril de 2020.  Son las cuatro de la mañana. Entramos en el cuadragésimo cuarto día de confinamiento.

Los días pasan sin prisas, sin pausa. Lo que nos parecía un tormento insoportable de dos semanas en la segunda mitad del mes de marzo, se ha convertido ya en 44 días e iniciando la tercera prórroga, que todo apunta a que no será la última.

Con los niños y sus padres en la calle, comienzan los alivios a la población. El sábado, si todo va bien, empezaremos los adultos a salir a hacer deporte y dar paseos.

Ayer, domingo, los menores de catorce años salieron acompañados por sus padres a la calle. La chiquillería contenida y dispersa rompió la soledad que reina en el espacio público, aunque también dejó imágenes para el temor con el que dicen ya próximo desconfinamiento. Tenían que ir tres niños de la misma familia, como máximo, acompañados por un adulto y el paseo tenía que ser de una hora al día, a un kilómetro de distancia, a mucho meter, de su casa. Pero la gente entiende lo que quiere y hace otro tanto. Es verdad que la mayoría cumple pero las normas son para todos.

En Arrecife, por ejemplo, los vecinos del Charco de San Ginés critican que mucha gente, mayores con niños, llegaban al lugar en coche para pasear en la zona. Si van en coche, no parece que vivan a un kilómetro y, además, en un coche sólo podría llevar a un niño, en el asiento de atrás y en el lugar opuesto al que ocupa el conductor, en alineación diagonal. Parece que hay gente que todavía, 44 días después, siguen sin interiorizar que las medidas de protección son una garantía sanitaria para nuestra propia salud y la de los demás. Que no se trata de una imposición de la autoridad para fastidiarnos la primavera de este año 2020.

En estos tiempos de pandemia del coronavirus Sars Cov-2, la gente ya no habla de tener mejor coche, mejor casa o mejor lujo. Ahora se farda con haberse hecho o no el test, sin entrar en disquisiciones sobre si fue la PCR o los test serológicos, conocidos también como test rápidos. El mensaje más extendido a lo largo de las trincheras domésticas y las redes sociales es el de "test para todos". Algunos lo consideran un mensaje claramente revolucionario; otros se conforman con que sea una exaltación del reproche al gobierno.

Toda la Avenida de Playa Blanca para ella sola.

La gente no quiere admitir la buena administración de las cosas. Sería fabuloso tener test a carretones, para dar y regalar. Que nos hicieran un test hasta para que dejáramos de llorar, cómo se les daban los chupetes a los niños empapados en azúcar o en alcohol para que se durmieran. No importaba que se convirtieran en alcohólicos o adictos al azúcar, que ya no se sabe qué es peor. Así, si no tenemos test para todos está claro que no se pueden hacer a todos y menos sin sentido médico o epidemiológico. Y si no tienes para todos, lo ideal es que no se usen de forma arbitraria y bajo histérica presión. Parece lógico, que tienen prioridad los que necesitan la confirmación de la enfermedad porque su vida está en riesgo. Parece lógico que se les haga a sanitarios que están en estrecho contacto con infectados, que los pueden infectar, y, además, pueden contagiar al resto de profesionales, vitales en la lucha contra el virus diezmando el frente. Y parece también lógico que, no habiendo test para todos, se dediquen algunos miles a hacer un estudio epidemiológico que nos dé una visión lo más ajustada posible al impacto del virus en nuestra sociedad. Este chequeo es fundamental para saber cómo y dónde desescalar primero bajo ese formato de “gradual y asimétrico”.

Otra cosa que me sorprende es la capacidad de mucha gente de pedir una cosa y la contraria. Personas que en estos 44 días, con sus respectivas noches, han estado rezando para no coger el virus, extremando la cautela y sin salir de casa, y, ahora, están deseosos de hacerse el test convencidos de que tienen anticuerpos. Pero si no te has expuesto al virus, por miedo, deberías aceptar, por sentido común, que la única inmunidad que tienes es la de la coherencia.

Test y desescalada son dos palabras que brotan con entusiasmo renovado en la población. Con entusiasmo, no siempre como muestra de felicidad. En el caso de test para todos, se respira cierta frustración. En Canarias, más si cabe. Al Gobierno de Canarias, de izquierdas, parece que le duele más la presión de la patronal y de CC, pidiendo la vuelta a la nueva normalidad filtrando las condiciones y plan de avance antes de que el gobierno central, la autoridad competente, le autorice a hacerlo. Por el momento, el gozo en un pozo.

El presidente adelantó que el martes se aprueba el plan de desconfinamiento.

En su comparecencia del sábado, Pedro Sánchez puso especial énfasis en destacar que en la pandemia entramos todos unidos y saldremos todos unidos. Aunque, claro, también habló de desconfinamiento gradual y asimétrico. Así que unidos, sí, pero cada uno en su tiempo.

En realidad, el anuncio más cercano a un alivio del confinamiento lo hizo el presidente al adelantar que, si todo evoluciona igual, bien, a partir del próximo sábado, día 2 de mayo, los adultos íbamos a poder salir a la calle a hacer deportes y paseos. La idea me gusta. Llevo los mismos días sin montarme en la bici que encerrado. Y antes del encierro en la trinchera, todos los días intentaba hacer una media de 20 kms. No será fácil volver a ese ritmo, pero cuánto antes empecemos mucho mejor. También adelantó que en el Consejo de Ministros de mañana, martes, día 28 de abril, aprobarán el plan de desescala que durará todo el mes de mayo. Así que en la cura va la enfermedad. O sea, que el mes de mayo seguiremos estando confinados con alivios varios, si no hay ningún revés.

En el 2004, en aquel programa "Somos los mejores", de Televisión Canaria, el popular vecino de Puerto del Carmen Juan Antonio Acosta animó al público y la audiencia con "su escándalo". En estas días de confinamiento, se echa de menos el calor de esas gradas del equipo de Tías animando, juntitos, a sus representantes.   

En mi caso (y en mi casa), cada día me encuentro más cómodo y adaptado a la situación. Me produce cierta angustia el futuro, pero el hecho de que todo vaya bien dentro de lo deseable, en esta pandemia, en los círculos más cercanos, me tranquiliza. El futuro llegará. Pero no hay que desaprovechar el presente, el que sea. Y hay que rentabilizarlo emocionalmente de la mejor manera. Ayer, mi mujer se empeñó en cortarme el pelo. He perdido todas esas greñas que se me amontonaban en la cabeza como nunca. También volví a la terraza a seguir pintando las maderas, ya secas de nuevo. Hago dos tandas de entrenamiento en la cinta, 100  y 80 minutos, en sesiones matutina y nocturna. Lectura de tres a cuatro de la mañana de “Su Alteza Real”, de Thomas Mann, y a las cuatro al tajo, a escribir hasta que el cuerpo aguante. Hoy toca también intervenir en “El Pejeverde”, en O2 Radio, con los amigos Sergio Calleja y Pedro Jacinto Martín. Y lo que el lunes nos eche. Seguimos confinados, pero yo no paro. Se puede estar parado, enclaustrado, pero nadie nos podrá obligar a estarnos quietos.

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