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Ni un asintomático social  

 

Parte de guerra (15)

Martes, 5 de mayo de 2020.  Son las siete de la mañana. Entramos en el quincuagésimo segundo día de confinamiento.

La luz al final del túnel nos está deslumbrando a todos. A mí, también. Llevaba ocho días sin evacuar parte alguno desde mi trinchera. Son momentos de cambio; doblegada la curva, entramos en la desescalada. Se habla menos del coronavirus y más de la vuelta a la calle, al trabajo, a la nueva normalidad. Y con ella, vienen también los deslumbramientos, los enfrentamientos políticos, las fotos por doquier de quienes se creen que lo mejor que pueden hacer, en circunstancias tan calamitosas, por los demás, es enviarles, a través de los medios de comunicación, una estampita con su imagen en “pose solidario”.

 Me temo que los asesores de prensa de los políticos locales  no diferencian entre marketing político, de crisis y de guerra. Para ellos y sus asesorados, el mejor ataque es una fotografía (o miles) de su patrocinador en cualquier circunstancia. ¿Se creen modelos o tan desconocidos que sin una ración permanente de imágenes de ellos  no nos vamos a dar por comidos estos días? ¿O simplemente piensan que si no nos mandan su foto no sabemos a quiénes agradecer o valorar sus acciones? Ahí dejo eso.

La batalla en el Doctor José Molina Orosa ha sido intensa, no exenta de miedos, pero siempre profesional y cercana a los afectados. Pudo haber sido mucho peor. Hubo víctimas y también recuperaciones muy trabajadas y sacrificadas.

Les decía que, a muchos, los alivios del confinamiento les están produciendo alucinaciones. Dan la impresión de que no han aprendido nada, después de más de 50 días de encierro ni con el dolor ajeno. Parece que si no ven caer a sus padres, hermanos o ellos mismos enfermos, en medio del tormentoso séptimo día del ataque del coronavirus SARS Cov-2, no van entender los riesgos reales de esta pandemia. De la trascendencia que tiene en el control de la propagación del mismo el confinamiento, el aislamiento y el comportamiento responsable para romper la cadena de transmisiones. Parece que no se dan cuenta de que hemos sido unos afortunados, con 5 muertos y 84 personas diagnosticadas de Covid-19, con distinto sufrimiento, al experimentar un confinamiento temprano, fruto de la declaración del estado de alarma el 14 de marzo, cuando la isla estaba llena de turistas y aparentemente libre del contagio del coronavirus.

No han sido 52 días fáciles. Ni los serán los que quedan por delante para alcanzar, si el coronavirus no lo chafa, la nueva normalidad que apuntan, que me temo que será mucho peor que la que teníamos. Veo demasiada resistencia, por quienes han mandado siempre, a permitir una nueva realidad más justa, más respetuosa, más solidaria.  Y también observo una mayor debilidad de quienes podrían timonear ese cambio hacia algo superior. El empobrecimiento de las capas populares,  el atasco del desarrollo de la Unión Europea y la debilidad del gobierno español me hace temer por el futuro, no solo por el presente. Hay a quienes no cambia ni una pandemia. Salvo que se los lleve por delante. Y, aun así, seguro que nos dejan un representante o vástago en la tierra tan intolerante como ellos. No pinta fácil.

Desde el frente sanitario en la isla, todos los días nos llegan noticias positivas. Con el hospital Doctor José Molina Orosa como referencia, y con Atención Primaria como punta de lanza en el seguimiento domiciliario, los sanitarios de Lanzarote han demostrado su enorme profesionalidad. No es casual que se hayan producido ya 63 altas de los 84 casos acumulados diagnosticados en la isla. Menos casual parece todavía que empiecen a salir, de la Unidad de Medicina Intensiva (UMI), pacientes que llegaron con un mal pronóstico, con factores de riesgo y patologías previas, que después de batallar durante semanas intubados, o no, con la asistencia de los sanitarios consigan salir y volver a la vida. Es verdad que cinco personas han fallecido. Nada más y nada menos que cinco personas. Cinco bajas valiosísimas que no solo recibieron todo el apoyo médico necesario, sino que encontraron en los sanitarios el único aliento posible ante una enfermedad que aísla ante el peligro al afectado, alejado de su familia por la facilidad y fatalidad del contagio. La angustia se eternizaba entre sus familiares y amigos, que ni tan siquiera pueden acompañarles en el último adiós.

Pero, ahora, un día sí y otro también, las noticias que provienen del Hospital Doctor José Molina Orosa son positivas. Diez días consecutivos sin nuevos diagnósticos positivos; el continuo vaciado del hospital, donde apenas hay ingresados cinco pacientes con esta enfermedad, solo dos quedan en la UMI/UCI/UVI y otros tres en la planta, que ya están con un pie en la calle. Apenas 16 casos activos nos quedan. Parece que estamos en la mejor disposición para afrontar desde el lunes la primera fase de la desescalada, en la que entró La Graciosa, desde ayer, por méritos propios, al no tener ni un caso en todo el periodo de la pandemia. Ahora tendrán que seguir teniendo cuidado, son los más vulnerables, al tratarse de una sociedad en la que no hay nadie, teóricamente, con anticuerpos.

Mi sobrino Juan me desconsuela con su paseos por Montaña Blanca, con vistas espectaculares de Tías, nuestro pueblo. Ël sigue viviendo allí y no pierde oportunidad para disfrutar del alivio del confinamiento en la franja horaria reglada.

  

Me gusta la idea de que se haya puesto la isla como unidad territorial evaluable para pasar de una fase a otra. Primero, porque es objetivamente válida: estamos aislados y sin conectividad con el exterior, salvo situaciones muy excepcionales, con lo que el control o no de la pandemia en la isla se deberá a causas endógenas. Y también porque me gusta la idea de reto compartido. De que el pase a las fases, lo vivamos como un éxito colectivo, nuestro, propio. Me temo que no hay el suficiente liderazgo insular ni compromiso político, ni visión política para entender el reto y la oportunidad que significan estas seis semanas para ilusionar a una población acogotada por el ataque de un virus altamente contagioso, por el confinamiento obligado durante semanas, por primera vez en sus vidas, y por el destrozo irreparable de sueños y expectativas.

Estas seis u ocho semanas. O las que sean. Este periodo de desescalada que tenemos por delante, que comenzamos ayer con la fase cero, con la preparación para entrar el día 11 de mayo, el próximo lunes, en la fase 1, en la fase de la vuelta a la terrazas, a los comercios y al trabajo de muchos “ertiados” deberíamos afrontarlo con otra mentalidad. Tendríamos  que llenarlo de ilusión, no solo de obligaciones. La ilusión es la vaselina de las obligaciones. Entran solas con un poquito de estímulo, y con otro poquito de engrase.

La desescalada es un periodo de transición a la nueva realidad. Pero sobre todo es un desconfinamiento pausado para no marearnos al pasar del encierro total a la calle sin límites. Es aprender a convivir con el virus. Es no olvidarnos de lavarnos las manos con esmero pero también con fruición. Acostumbrarnos a mantener la distancia interpersonal, en poner dos metros entre nosotros, pero con todo el cariño del mundo, que tampoco hay que estar baboseando al otro para ser felices, especialmente si sabemos que eso son concesiones al enemigo, y ponernos, con alegría, la mascarilla. Que no es carnaval, pero tampoco los diablillos que están sueltos son los de Teguise. Es un periodo ilusionante porque nos sacará del encierro para devolvernos a la libertad de elegir (siempre que escribo estas palabras, me acuerdo de Milton Friedman y su esposa y me dan ganas de borrarlas, pero no quiero tampoco que palabras tan lindas sean de uso exclusivo de los prohombres de la Escuela de Chicago).

Este periodo, estos dos meses, son muy importantes. Y exige un pragmatismo obvio. Pero es también una prueba de duración conocida, corta, que todos queremos superar y en la que todos nos tenemos que implicar. Es la prueba soñada por cualquier líder.  ¿Pero hay un líder o una lideresa en esta isla? Yo creo que sí. Y hay mimbres suficientes para que la desescalada no sea un mero rodar hacia el suelo, en solitario, desde la meseta de la curva de la pandemia. Es una oportunidad para ayudarnos unos y otros a cruzar desde la desolación al principio de nuestros sueños. Que no sea un periodo de reproches, de malas caras llenas de mascarillas contaminadas de lágrimas e iras. Sino todo lo contrario. Que nos ayudemos a superar, paso a paso, las exigencias, y comportamos los momentos dulces del periodo de transición. Que cada fase sea una conquista. Que celebremos cada pase de fase, como si hubiésemos ganado la liga, manteniendo la distancia, con las manos recién lavadas y con la mascarilla bien puesta, pero llenos de orgullo y vitalidad. Lanzarote puede conseguirlo, nosotros, entre todos, podemos hacer que el coronavirus sea el único que viva en la inmundicia en esta isla; que se muera de aburrimiento, asoleado, encima de una laja de cualquier llano a la intemperie.

La Unidad Militar de Emergencias enseñó a nuestra gente a desinfectar de forma segura. Ahora, el Consorcio de Seguridad es un instrumento fundamental para controlar la propagación del virus y garantizar la vuelta a la normalidad. En la foto, bomberos del Consorcio en La Graciosa, ayer, lunes, desinfectando espacios públicos.

Este coronavirus, la guerra contra él, nos deja también, entre sus múltiples enseñanzas, un tipo de individuo  que  puede ser enormemente revelador para estos tiempos. Posiblemente, en este periodo de angustia, en el que hemos temido caer infectados, muchos hemos soñado con pasar el impacto del virus en nuestro cuerpo con el menor impacto posible. Que nos inmunizáramos, fruto de un ataque con muy baja carga viral o que nuestro organismo tuviera lo que hay que tener (nada que ver con tenerlos grandes o pequeños, o menos o más pegaditos) para soportar el ataque sin síntomas. Ahora ya sabemos que esas personas reciben el nombre de asintomáticas. Y también sabemos que pueden ser tremendamente dañinas para su entorno más cercano. El hecho de que no sea consciente de que tiene el virus le hace actuar como si no lo tuviera ante sus ojos y los de sus amigos y familiares. Se convierte así en el aliado perfecto del coronavirus. En su alienado. De esta forma, podríamos entender también que aquello que consideramos lo mejor para nosotros, nuestra suerte individual, puede ser la peor desgracia para los nuestros. Una idea que no hay que olvidar en estos momentos de compromiso personal y colectivo de todos.

Lanzaroteñas y lanzaroteños de todos los pueblos de  esta isla nuestra, uníos… Vamos a disfrutar de esta vuelta a la normalidad. No hay vuelta atrás. De nosotros depende.

elperiodicodelanzarote.com