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Ojo a la educación, no es un asunto menor

En septiembre, cuando regularmente se inicia un nuevo curso académico, en este caso el 20 - 21, ya no nos parecería tan descabellado ver aulas vacías o incluso semivacías en una dinámica inédita con alumnos de primaria, secundaria y universitarios obligados a turnarse por días a la semana para ir a recibir clases presenciales para no atestar las aulas si de aquí a cuatro meses, solo cuatro meses, debemos seguir manteniendo las recomendaciones sanitarias de distanciamiento social por el covid -19.

Colegios, universidades, distintas entidades de formación reglada y la comunidad educativa en general, cuerpos directivos de centros públicos y privados, profesores, alumnos y familias, tuvimos que adaptarnos rápidamente al nuevo escenario de la educación continuada online. No había muchas alternativas de un día para otro y las plataformas virtuales, más utilizadas en el día a día a otros menesteres, pasaron a ser un recurso imprescindible en el desarrollo del necesario aprendizaje. En México tenían camino adelantado por la terrible experiencia de los terremotos que dejó   instalaciones destruidas y la opción única de clases online, así que allí el rodaje ha sido más veloz.

Ese tránsito, en cuanto a la forma de transmitir conocimientos y fomentar entre el alumnado el análisis y el pensamiento crítico, quizás más importante este segundo objetivo que el primero,  ha sido aparentemente fácil porque presumimos que en todos los hogares hay móviles de excelentes prestaciones, tablets, ordenadores  y alta velocidad de navegación en internet, pero las desigualdades desenmascaradas por el covid también han visibilizado la brecha de acceso a recursos tecnológicos y otras carencias existentes entre regiones y países del mundo.

Está siendo la educación online todo un desafío para profesores, alumnos y familias por los recursos, por la inclusión, pero también por el fondo y los contenidos que llegan al estudiante. Hay debate. ¿La educación que se imparte es o no de calidad? La universidad a distancia tiene largo recorrido en muchos países con muy buenas valoraciones permitiendo al estudiante compatibilizar el estudio con el trabajo, y a menor coste que la educación netamente presencial. Seguramente al ser una minoría nunca lo vimos como un asunto “importante”, y ahora sí, cuando no solo vivimos un periodo de adaptación a toda prisa, sino que toca reimaginarnos al tiempo el futuro cercano.

La virtualidad impuesta por el covid ha llegado (¿para quedarse?) con cambios en los criterios de evaluación. Menos notas y más evaluación cualitativa y de competencias para dictaminar un aprobado o un reprobado. La pandemia además ha  hecho pedagogía en las familias. Me apunto entre los padres que priorizan lo aprendido y su aplicación en situaciones de la vida real, con un mercado laboral poscovid que será mucho más avasallador, antes que una nota sin más, sin que ello exima al alumno de su responsabilidad de sacarlas adelante porque es el sistema y las reglas consentidas que tenemos y el trampolín para ir superando niveles.

El cambio a la virtualidad en la educación también trae desgaste mental para profesores y alumnos. Entendidos en la materia advierten de la importancia de saber gestionar las emociones para no abandonar. En los estudios universitarios hay más volumen de trabajo y existe la sensación en época de confinamiento de que unos y otros nunca desconectan.

Ha habido un cambio social brusco donde el desgaste también viene dado por la falta de contacto o conversaciones distendidas entre los alumnos, entre alumnos y profesores y entre profesores y profesores. Ahora se añoran los diálogos o debates en la cafetería, en sala de profesores y las risas en momentos de ocio.  Cómo no, hacen falta también las actividades artísticas y culturales, promotoras indiscutibles de pensamiento crítico, y actividades festivas y deportivas. Frente a estas desventajas nos queda, o al menos eso espero, la autoreflexión hacia un cambio que desarrolle entre nuestros jóvenes un pensamiento mucho más crítico con la lectura como pilar fundamental.

La tecnología puede masificar la educación superior y de calidad. En un campus virtual pueden tener oportunidades más estudiantes mejorando la exigencia de los criterios de selección. Rectores de universidades de prestigio admiten que la virtualidad debe rebajar los costes para familias que hacen grandes esfuerzos para que chicos y chicas puedan estudiar, sobre todo en países  en los que la educación es un negocio tan lucrativo que hacen lo que no está escrito para conservar la educación pública en una parcelita marginal.

Una situación idílica sería potenciar la educación online sin olvidar la investigación e interacción de la que hablaba antes. La comunidad educativa deberá seguir siendo una comunidad viva y dinámica capaz de cuestionar el  modelo neoliberal de atesorar riqueza sin más, modelo de desprecio absoluto a la educación y a la sanidad pública. ¿Les suena el covid? Nuestros jóvenes seguramente tendrán que enfrentarse desde administraciones públicas y desde empresas privadas a problemas más gordos que el covid-19. Versados en la educación abogan por revisar el cambio de sistema  de evaluación, el cambio de sistema de admisión a universidades y el cambio de sistema por el que los estudiantes realizan sus prácticas. No son pocos los desafíos, así que padres de la patria: a escuchar más a los educadores.

elperiodicodelanzarote.com