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La “semana negra” de Cándido

En una semana donde los protagonismos estaban claros, se coló, sin quererlo Cándido Reguera. Parecía una semana para disfrutar de las fotos y el video de los hombres de Ferrari en Lanzarote, las fiestas de la Candelaria de Tías y, por televisión, durante el fin de semana, de la escandalera de los socialistas en Sevilla. Pero, el alcalde de Arrecife apareció en primer plano, desde el lunes, cuando se supo que había revocado el nombramiento  de la secretaria accidental, Asenet Padrón Niz, y gestionaba de manera precipitada la vuelta a Arrecife del funcionario capitalino Javier López, que se encuentra en comisión de servicio en el Ayuntamiento de Teguise, donde ejerce de secretario también accidental, para que cubra la vacante.

 

Desde que empezó este mandato, Reguera, con el apoyo de los socialistas con los que forma gobierno municipal, ha ido haciendo cambios en distintos departamentos. En este sentido, tiene la ayuda inestimable de su compañera del partido y concejala de Recursos Humanos, Nayra Callero, que con la misma facilidad que sonríe agradablemente se muestra firme y sin concesiones.

 Al principio, no sorprendió el cese de la secretaria accidental. Se sabía que no estaban contentos con ella, que era una secretaria nombrada por Isabel Déniz, en sus tiempos de gloria, y ya habían filtrado que no era muy cumplidora ni demasiado obediente. Además, se sabe que Arrecife es una ciudad llena de trampas para políticos y funcionarios. Acorralada por las investigaciones judiciales emanadas del caso Unión y Jable  y pendiente de sentencias millonarias por el desbarajuste urbanístico, nadie se fía de nadie. Es el resultado lógico de muchos años de compadreo institucional, comportamientos irregulares y cientos de funcionarios pendientes de quienes le facilitaron su acceso a la cosa pública. Arrecife no ha sido muy diferente al resto de la isla, pero, al igual que Yaiza, a su ayuntamiento le ha tocado que los jueces analicen su gestión y las paredes de cristal con escuchas policiales e informes periciales muestran un panorama nada ejemplarizante.

 Cándido Reguera llegó al Ayuntamiento de Arrecife gracias a las actuaciones judiciales. Sin intervención judicial, no hubiera habido moción de censura ni todas las fotos, entrevistas y comparecencias públicas de Reguera, que le consolidaron para ganar estas elecciones. El sabía que estaba sentado en un polvorín. Y le gustaba. Porque le gustan los retos, le encanta la política, y el protagonismo. Lleva 25 años en política. Sin arrugarse, aunque está semana se arrugó un poco. Fue consejero del Cabildo con el CDS, en 1987 por primera vez,  y acabó en el PP de concejal de San Bartolomé, siguió con casi tres legislaturas de Diputado Nacional y aterrizó en Arrecife, con la clara voluntad de ser su alcalde, a pesar de que el PP no estaba ni mucho menos donde está ahora. Y lo consiguió. Aprovecho la única oportunidad que tuvo, en un campo lleno de minas que tenía que cruzar con compañeros sospechosos y un ejército de funcionarios lleno de espías, malas costumbres y algunos vicios. No se amilanó, defendiendo una política de derechas abiertamente, sin complejos, y dando la cara siempre.

 

Pero el Cándido de las mil aventuras políticas, de adrenalina incombustible y comportamiento mediático se asustó esta semana. Se asustó de verdad cunado vio que el escrito de la ya ex secretaria se filtró y se dio a conocer a través de los medios que había entrado en su despacho, sin su autorización y se había servido los expedientes que pedía la Fiscalía sin reparo ni delicadeza ninguna, acompañado, además, por su corte preferida, el socialista José Montelongo (que ha recibido un fuerte tirón de orejas de su partido por esta incursión en el limbo), su mano derecha Nayra Callero y el abogado “meteseentodo” Federico Toledo. Además, Asenet, que estaba dispuesta a poner a Cándido en un brete, denunció que faltaba documentación después de la misteriosa visita del cuarteto.

 

Cándido Reguera se arrugó. Pero no retrocedió un ápice. Lo de la secretaria ya estaba hecho. Ahora, tocaba dar una explicación creíble de los hechos del 29 de diciembre. Cerrado en el despacho el miércoles, rodeado por su corte, asustado y bajo de moral, pedía asesoramiento a diestro y siniestro para dar explicaciones públicas. Sabía que en la calle se le estaba llamando de todo, que afectaba a su imagen. Que era un tema delicado del que nunca se zafa uno del todo. De los que te persiguen y dejan sospechas. La imagen de un alcalde autoritario, poco respetuoso con los funcionarios, que usa a su antojo los expedientes municipales y que da acceso a los mismos a personas ajenas al Ayuntamiento. Sonaba mal. Peor todavía cuando eran los expedientes relacionados con algunas conocidas empresas, con más música y cables en la administración capitalina de la que se considera buena.

 

El jueves, a las diez horas y cinco minutos, aparecía Cándido Reguera en el salón de plenos para comparecer en rueda de prensa. Estaban casi todos los medios, muchas cámaras, muchos periodistas, como le gusta a él. Pero esta vez no estaba contento, no estaba ágil. A pesar de que estaba flanqueado por sus lugartenientes, Nayra Callero con su permanente sonrisa y vestida toda de negro y el socialista José Montelongo, haciendo de gris con su americana habitual. Intentó no salirse del guión que llevaba escrito. Las palabras medidas: “No hay que confundir custodia con la imposibilidad de acceso a los documentos públicos”, “el original se había remitido ya al Fiscal, quedándose la secretaría con copias autentificadas”, “se produjo una confusión, me confundí y me llevé la copia equivocada”, “la secretaria confirmó que no faltaba documentación” “la secretaria no estaba llevando los expedientes y el trabajo con la diligencia debida”, “permítanme que  no entre en más detalle porque es una trabajadora de este ayuntamiento”.

 

Reguera salvó el escollo de los periodistas, con más nerviosismo que dificultad. No hubo grandes reparos y las explicaciones eran convincentes. Pero Cándido no estaba contento ni antes, ni durante, ni después. Sabe que calculó mal. Que la secretaria cumplió el peor de los recorridos al darse cuenta de las intenciones de Cándido. Sabe que si la hubiese cesado a principios de diciembre, ya había el suficiente malestar con ella, hubiese podido ver los expedientes con Federico Toledo tranquilamente en la mesa de la Secretaría donde se reúne cada quince días con su grupo de gobierno. Cumpliendo los requisitos, pidiéndoselos al secretario accidental nuevo. Sin saltarse los pasos administrativos necesarios, sin ningunear al secretario. Sin que nadie lo supiera. Pero no fui así.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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