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Políticos (III)

La noche (política)  más triste de Enrique

 Los hombres, todos los hombre y mujeres, tienen un día en su vida en el que sienten que el mundo gira al revés de lo que pensaban. Un día donde lo que era blanco/blanquísimo se torna negro/muy negro. Ese día político para el socialista Enrique Pérez Parrilla fue el 10 de junio de 1987, de noche, apenas unas horas después de cerrarse los colegios electorales y de que el recuento de los votos empezara a arrojar unos resultados inquietantes para el que era el presidente del Cabildo desde el año1983, con una mayoría absoluta holgada.

Las risas  y chascarrillos del periodista Agustín Acosta,  en plena noche electoral y todas las mañanas de los días laborables de los meses siguientes fueron el sonido que acompañó a Enrique en su amargura, fruto de una derrota inesperada y que el entendía injusta porque no valoraba la gestión de cuatro años. Y posiblemente tuviera razón. Ese mandato del treintañero Pérez Parrilla, profesor de matemáticas, hombre de carácter, culto y convencido socialdemócrata, estuvo lleno de aciertos pero también se movió en una etapa de cambios y enfrentamientos que los socialistas no supieron encauzar.

 

Enrique Pérez Parrilla llevaba/lleva/llevará la política hasta el final y desde el principio en sus venas. Ya en las primeras elecciones democráticas locales, en el año 1979, Enrique se puso en el cartel socialista como presidenciable y no se bajó del mismo hasta el año 2003, después de 6 campañas electorales, 24 años de consejero, 11 años de presidente y una victoria (1983) por mayoría absoluta, la única. Aunque ganó las de 1983, beneficiado por la ola del cambio que corrió por España con la victoria del PSOE y Felipe González, el año anterior, él hizo el grupo duro de su entorno desde la oposición a Antonio Lorenzo, que fue presidente, con la UCD del momento, de 1979 a 1983. En ese mandato, el PSOE del joven profesor, tenía cinco consejeros de los diecisiete que conformaban la corporación. Allí estaba Enrique ya con dos maestros más, que también han tenido un protagonismo político importantísimo en este periodo: Segundo Rodríguez, criticado como socialista inicialmente por su pasado de alcalde de Tinajo en época franquista, y José María Espino, que volaría después solo desde la Alcaldía de Arrecife que durante tantos años disfrutó. También tenía a su lado como consejero a un hombre combativo, seco, reflexivo e inteligente como el controlador aéreo Guillermo León Russo, el que dirigió años después con mano dura el Consorcio antes de que José Manuel Fiestas Coll creara Inalsa. El cuarto hombre de Enrique, y con el que formaba el quinteto, era el emprendedor Santiago Hernández Aparicio, que aunque acabó, con el tiempo, siendo director general de una de las empresas turísticas más solventes de Lanzarote,  en aquellos momentos era un gran conocedor de la agricultura de exportación, donde fue intermediario de cebollas durante muchos años.

 

Todos ellos, menos José María Espino que desembarcó con éxito en el Ayuntamiento de Arrecife, acompañaron a Enrique en su travesía por el gobierno, en un mandato cargado de ilusiones de izquierdas y proyectos sociales. Eran los años del socialismo en toda España. El rojo ya no era sangre, ahora era esperanza; ya no era escándalo sino solidaridad. En ese ambiente, de cambio, el joven profesor de izquierdas comienza su periplo de presidente. A sus tres escuderos de tiempos de oposición, suma otros que le fueron igual de incondicionales como Santiago Guadalupe, hombre del deporte de la época, José Antonio Rocha, Antonio Rodríguez (otro controlador aéreo, parecía que Enrique pensase que para volar alto en política también son necesarios) y Juan Delgado Cejudo. También estaban el prestigioso abogado y ex presidente Paco Gómez, muy poco dado a los avatares políticos, más pragmático,  y José Antonio González Arroyo, que llevó los centros Turísticos y que se alejó de Enrique después para estar inmerso en casi todos los movimientos de renovación del PSOE insular.

 

Los socialistas ganaron de calle aquellas elecciones de 1983, apenas se les resistieron los ayuntamientos con alcaldes de largo recorrido como en Tinajo, con Luis Perdomo, y Yaiza, con Honorio García Bravo, que venían desempeñando el cargo desde tiempos del dictador, y San Bartolomé, con Antonio Cabrera, que era un político experimentado. Todo lo demás cayó ante la el himno socialista y los hombres de Pablo Iglesias en Lanzarote. En Arrecife se quedó José María Espino, en Tías se instaló Florencio Suárez y en Haría, Juan Ramírez. ¿Y Teguise? ¡Ay, Teguise, ay! La rojita y dulce manzana estaba bichada. Y Teguise era también socialista y le dio su voto mayoritario al PSOE, mayoría absoluta, como en Arrecife, en Tías, Haría y en el Cabildo. Pero allí entre los concejales electos había otro treintañero, con bigote, capataz agrícola, hermano de diez conejeros más, nacido en Yaiza, que estuvo preso por vender apartamentos que no tenía, y que estaba dotado de una creatividad sin igual. El día de la toma de posesión en Teguise, sólo sonó un nombre: Dimas. Con la ayuda de Tolosa, un concejal de PSOE, el primer tránsfuga de Lanzarote, Dimas dejó sin Alcaldía al PSOE y Sergio Machín, que iba en esa lista, tuvo que estar cuatro años en la oposición, viendo como Dimas no dejaba de crecer políticamente. Ese mismo día empezó Enrique Pérez Parrilla a perder las elecciones.

 

Los lanzaroteños no miraban para lo que hacía Enrique Pérez en el Cabildo, recogido puntualmente todos los viernes en las páginas de Lancelot, la única publicación de la isla, sino que seguían las andanzas de Dimas Martín en Teguise, a través de la única emisora de radio, Radio Lanzarote, que daba los “Buenos Días, Lanzarote” destacando su dueño, director y principal periodista Agustín Acosta  “las heroicas actuaciones del buenhacedor” del dos veces Martín.

 

La batalla estaba servida. Se polarizó hasta el infinito. Mientras tanto, la población de Lanzarote vivía un periodo difícil. Estaba el turismo, pero mucha gente  seguía vinculada al campo y a la pesca. Pero el sector primario se derrumbaba. Los productos de exportación la cebolla y el tomate perdían mercado a pasos agigantados y la política tradicional no era eficaz para gestionar esas angustias y necesidades. En cambio, “las fabulosas ideas” de la calenturienta mente de Dimas repetidas hasta la saciedad en la radio calaban y movían a la masa. Por otro lado, El joven profesor y su equipo modernizaron Inalsa, gestionaron los Centros Turísticos, crearon infraestructuras sociales y pusieron los cimientos del Plan Insular de Ordenación del Territorio, que acabaría aprobándose a mediados del año 1991, por unanimidad, bajo la Presidencia de Nicolás de Paiz pero con el empuje decisivo de los socialistas.

 

También hicieron desde el Cabildo cosas en Agricultura, bajo las órdenes del consejero Santiago Hernández pero no se les valoró y se tomaron a risa como la adquisición de un semental y la importación de unas decenas de camellos de Mauritania. La gente quería que le compraran sus cebollas que se podrían en la finca, que le dieran un buen precio, que le ayudaran a comprar los fertilizantes y que le ayudarán a mantener a los animales. Exactamente lo que estaba haciendo Dimas y repetía una y otra vez por la mañana. La derecha (política, empresarial y sociológica) se dio cuenta que el líder era Dimas, que se podría salir del cerco socialista con el populismo de Dimas. Y empezaron a surgir apoyos y más apoyos. A los mediáticos, se le sumó el hombre de la derecha en Lanzarote, Rafael Stinga, agraviado por su derrota al Senado frente a Juan Ramírez en las elecciones generales de 1986, Honorio García Bravo, con su AIL, y lo que es más importante, con su potencial económico. Pero antes, había que ganar el Cabildo y Dimas era necesario pero no suficiente todavía. Se busca a una persona de perfil neutro, de prestigio, para encabezar la lista y se apuesta por el abogado y ex presidente Nicolás de Paiz pero se mete como independiente a Dimas Martín. Un hombre serio y cabal para presidente pero empujado por otro que es una maquina de ideas y un encantador  de serpientes. El cóctel ya está preparado para hacer saltar por los aires el Cabildo socialista del profesor.

 

Los enfrentamientos se fueron calentando a lo largo del mandato y los ataques ganaban en dimensiones. La dirección de la estrategia corría de la mano de Segundo Rodríguez, hombre de absoluta confianza de Enrique, número dos incontestable del Cabildo de aquella época, que comienza a disparar con munición gruesa no sólo contra Dimas Martín sino también contra su amigo de la infancia, Agustín Acosta, y su medio de comunicación, al que consideran plataforma enemiga hasta el punto de intentar prohibirle judicialmente que publiquen cualquier foto relacionada con el Cabildo en La Voz de Lanzarote, que nació como segunda revista en esos años de turbulencia y preelectorales, en diciembre de 1985. Lejos de achicarse, Agustín Acosta, espoleado por los críticos con el PSOE y  sin problemas de financiación, se torna más crítico si cabe. La enemistad entre Agustín y Segundo alcanzan su punto más álgido. Y el Cabildo, para compensar la batalla mediática, se inventa una radio pública, Radio Insular, que tendría que haber sido dirigida por un recién licenciado Jorge Coll, que apuntaba maneras y que no se arrugaba en su enfrentamiento con Agustín, a pesar de la diferencia de edad, medios y experiencia. Segundo quería pero la ética del profesor, posiblemente mal entendida, no le permitió que pusiese al que era uno de sus cuñados más pequeños al frente de este medio. Y como siempre, cuando no es quien debe ser, acaba siendo cualquiera. Y así llegó Armando de León, que aprovechó personalmente muy bien la emisora pero que no fue capaz de crear un producto mediático que le hiciera frente a Agustín Acosta. Mas bien todo lo contrario, el periodista de Haría sintió herido su amor propio y se entregó todavía más a su obra. Y lo consiguió.

 

Aquella noche, el 10 de junio de 1987, las risas brotaron ruidosas desde la Avenida Fred Olsen y se propagaron por toda la isla. El único error que delató a Agustín Acosta fue aquel grito en directo apenas reprimido, aunque lamentado pocos años después, donde decía “ganamos” con más entusiasmo que el propio Nicolás de Paiz. También es verdad que el Lancelot el viernes, 8 de junio, día de cierre de campaña, sacaba una portada con una caricatura de una carrera con los candidatos en la que ponía  a Enrique Pérez unas cabezas por delante del candidato del CDS. Tampoco Antonio Coll, Jorge Coll, Mario Alberto Perdomo y otros muchos tuvieron una buena noche aquel día. En cambio, Armando de León, que pidió el ingreso en el PSOE para garantizar el chollo de Radio Insular y los socialistas lo rechazaron ya estaba pensando que el era un hombre de la UCD, donde también estuvo Nicolás de Paiz.

 

El 30 de junio de 1987, Enrique Pérez Parrilla dejó la Presidencia del Cabildo a Nicolás de Paiz y no volvió a ganar unas elecciones más al Cabildo. Aún así ha sido presidente del Cabildo durante siete años, en la etapa en la que la política lanzaroteña ha estado liderada por Dimas Martín y su PIL. Pero de eso hablaremos en otro capítulo.

 

Aquel día, el CDS con diez consejeros, entre los que estaba un joven llamado Cándido Reguera, y un líder en ciernes, Dimas Martín, con el apoyo de la AIL de Honorio García Bravo, que tuvo dos consejeros, él mismo y primero el repeinado abogado Felipe Perdomo, que dejó el acta al poco tiempo para ser director general de Pesca del Gobierno de Canarias y le sustituyó Marcial Calero,  comenzó una andadura de cuatro años de gobierno que lo llevó a la casi desaparición en 1991. El PSOE, con sus nueve consejeros, empezó su declive y la convulsión interna donde aparecen los renovadores con la pretensión de jubilar a Enrique Pérez Parrilla. Jubilar al joven profesor, qué cosas. Ha estado ahí, a pesar de todos los pesares, y ha dejado atrás lo de joven y hasta lo de profesor para ser reconocido como el presidente, el único que ha estado 11 años en una época caracterizada por presidencias efímeras y numerosas. Pero esas ya son otras historias.

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