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Celebrar lo que no se es o no se tiene

Llegó mayo y con él se celebra el Día Internacional de los Trabajadores. Pero tal como está la cosa económica y laboral es como celebrar el cumpleaños de un difunto reciente: ni está el afectado ni se le espera. Desde Canarias, todavía la cosa se ve más fea. Una de cada tres personas en edad de trabajar está parada. En miles de hogares canarios, se vive de los ahorros, de la ayuda pública o familiar: no entra un euro ni por renta del trabajo ni del capital. Un panorama realmente penoso que da pánico a poco que lo pienses.

Y si nos salimos de la estadística, de la relación fría de números de personas y puestos de trabajo, de parados totales y parados sin prestación, de familias y familias sin ingresos, de destrucción de empleo y expectativas de futuro, la cosa, lejos de mejorar, empeora hasta provocar el llanto o la depresión.

 Tengo en el recuerdo, ahora, a una pareja amiga. Ella trabajaba haciendo sustituciones en Educación y él tenía un pequeño comercio. Repito, ella trabajaba y él tenía. En pasado. Ahora los dos tienen sólo una depresión que afrontan con riesgos evidentes de separarse. La tristeza que ellos anidan también es visible en sus dos hijos. Uno de diez años, el mayor, y una de seis. Iban a un colegio de pago. También iban a clases particulares de piano, de viaje por Europa dos veces años y vestían ropa de marca cara. Iban, digo. Ahora sólo van con la cabeza baja. Esperando que ocurra lo contrario de lo que pasó hace dos años, que no entienden qué es ni por qué pasó, pero sí que le ha cambiado la vida.

 Sólo el consuelo de que no son los únicos les mantiene en pie. Repiten mecánicamente, pero sin entusiasmo, la matraquilla de su psicóloga: “Ustedes no tienen la culpa, no han hecho nada malo ni mal, simplemente les ha cogido una locomotora mundial que ha arrastrado/arrasado la economía y a gran parte de sus actores”. Lo dicen convencidos de que tienen que agarrarse a algo; desilusionados por lo que ven. Son sólo dos de esos millones de parados españoles que hasta hace poco disfrutaban de comodidades y bienestar. Apenas conforman un hogar de los miles que hay en Canarias donde no entran ingresos y sí muchas obligaciones y recuerdos de autosuficiencia. Se te rompe el corazón. Como para quedar con ellos para celebrar el Día Internacional del Trabajo.

 Podemos regodearnos en las situaciones lamentables que se reproducen en nuestro entorno más cercano. Todos tenemos casos o somos parte de esos casos. Pero también podemos mirar más allá sin salirnos de nuestra geografía insular. Y podemos hacerlo con una actitud crítica. Las cifras de paro son lastimosas, producen daños incalculables en nuestra sociedad y en nuestros corazones, pero no son las únicas. Ni son tan fortuitas. Hemos vivido ajenos a nuestra realidad, creyéndonos que nuestras singularidades eran un cuento que contábamos en Madrid y Bruselas para que nos dieran uno eurillos extras. Y poco más. Ahora, con la crisis pegada al pellejo, nos damos cuenta de las limitaciones que presenta vivir en un territorio fragmentado, donde cuesta dinero y movilidad dependiente, y alejado de todos lados (vuelve a costar dinero y la movilidad se hace más dependiente del avión y sus compañías). Hemos permitido el caciquismo comercial que evita la competencia agravando precios y empobreciendo a la población. Sí, lo hemos permitido eligiendo a políticos que se convierten en nuestros enemigos desde el primer día y se sientan a la derecha de los especuladores para convenir precios y comisiones. No todos, pero dónde están los que no.

 Además, la clase  política (¿realmente no son una clase?¿no habría que volver a definir conceptos para darle cabida a estos privilegiados que actúan de forma endogámica para imponerse privilegios mientras imponen sacrificios a la sociedad?) ha permitido todos nuestros males con una complicidad escandalosa. ¿Es normal que en un territorio fragmentado, y por tanto abarcable, la economía sumergida represente más de la cuarta parte del total de la actividad? ¿Realmente en un territorio con 88 municipios con sus correspondientes administraciones, siete islas con sus cabildos insulares y una potente estructura autonómica que da cobijo a más de 60.000 empleados públicos se pueden alcanzar esos niveles de economía sumergida sin dar por hecho la complicidad de la autoridad competente? ¿Se puede reclamar una prestación pública por desempleo cuando se combina el cobro de la misma con el desarrollo de actividades en esa economía sumergida con el consentimiento de familiares, amigos y empresarios negreros reyes del mambo sumergido? Pues eso se da en Canarias y no se da en Escandinavia. Y quizás por eso y otro montón de cosas aquellos celebrarán el Día Internacional de los Trabajadores con banderitas rojas y las de sus propios países mientras nosotros guardamos duelo por nuestros trabajos perdidos.

 Hoy, 1º de Mayo, deberíamos levantarnos e ir directamente al espejo imaginario donde podamos vernos a nosotros mismos pero también a toda esa realidad que nos circunda, que hemos creado o hemos permitido crear por interés, por pereza o por ignorancia, y reflexionar un par de minutos sobre el porqué/por qué  de esta situación y el porqué/ por qué nosotros lo tenemos más negro que los demás. ¿A quiénes hemos votado?¿Qué hemos callado?¿ Cómo conseguimos el trabajo que perdimos?¿Cuáles fueron nuestras prioridades? ¿Cuánto nos reímos de los consejos de nuestros padres ahorradores y desconfiados con las expectativas nuestras? Y después de eso, que todo tiene un principio y un fin, se coge la banderita (esa no, ni del Madrid ni del Barcelona), una rojita, y se va a las once de la mañana a la calle Real, a Arrecife, y participa en la concentración de los sindicatos. No sé si sirve de mucho pero por lo menos que los que mandan y esos mercados del diablo se enteren de que no estamos vencidos, aunque sí dolidos.

 De todas formas, a los más pesimistas, les recuerdo que los últimos estudios dicen que somos más felices si mantenemos contactos con semejantes. Y allí van a estar muchas personas como usted y como yo, que vivimos atemorizados por lo que nos venga. Pero que no se nos noto, que nos vuelven a subir los impuestos y los precios, a bajar el sueldo, a recortar los derechos y a destrozar nuestras  ilusiones.

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