PUBLICIDAD

Las consecuencias de la gran juerga

¡Cómo lamento haber aceptado lo que me propuso uno que decía ser mi amigo!: irnos ¡¡8 años de juerga!!

¿En qué estaba yo pensando para aceptar lo que finalmente me ha arruinado la vida? ¿Cómo no me di cuenta de que aquel camino me conduciría a la perdición?

Yo estaba sano, no fumaba ni bebía, tenía trabajo, no tenía deudas y gozaba de un gran prestigio entre los que me rodeaban. Lo tenía todo.

Un maldito día, conocí a un tipo simpático que tenía un talante cautivador. Era una especie de encantador de serpientes que me hipnotizó. Ambos nos divertíamos, nos reíamos y comencé a cambiar mi conducta. Sin darme cuenta banalicé mi día a día, modifiqué las normas que hasta ese momento me habían servido para mi exitosa trayectoria y perdí valores. Mi única referencia pasó a ser lo que me decía aquel fulano que se hacía pasar por amigo.

Me vi inmerso en el “todo vale” y en el “no pasa nada”. Comencé a fumar, a beber, a comer en exceso y a trasnochar. Todo aquello me hacía sentir invulnerable, ilimitado, ¡invencible!

Fueron 8 años en los que me fumé miles de “champion league”, en los que me bebí barricas enteras de “tenemos el sistema financiero más sólido del mundo” y en los que me comí toneladas de “brotes verdes”. Las desenfrenadas bacanales provocaron que perdiera la concordia con mi familia y con mis amigos. La confianza de la que siempre había disfrutado con mis vecinos se tornó en crispación y recelo.

Mi comportamiento pasó a ser compulsivo e irreflexivo y, como no podía ser de otra manera, llegaron las inevitables consecuencias: Enfermé.

Me diagnosticaron cáncer, desaparecieron mis ahorros, me endeudé y perdí mi trabajo. La imagen de ganador que proyectaba poco antes, se había desvanecido.

Ahora estoy sumido en una profunda tristeza y lo único que me anima es la compañía de alguien que se preocupa sinceramente de mi presente y de mi futuro. Estoy seguro de que éste sí que es un verdadero amigo pues se ha acercado a mí en el peor momento de mi existencia, ofreciéndome ayuda y tratando de solucionar los graves problemas que padezco. Me habla de conseguir trabajo, de no gastar más de lo poco que tengo, de recuperar mi imagen y prestigio y de tratarme el cáncer que he desarrollado.

Precisamente respecto a esto último, al cáncer, insiste mi amigo en que urgentemente comience unos tratamientos durísimos: quimioterapia y radioterapia. Parece ser que los efectos secundarios son devastadores pero que es la única manera de evitar mi muerte. Le voy a hacer caso y lo voy a intentar. Seguro que voy a sufrir pero lo asumo pues quiero vivir.

Por cierto, nunca acaba uno de perder la capacidad de sorpresa. Resulta que el tipo cuya influencia me llevó al borde de la muerte, el tipo que tendría que estar pidiéndome perdón el resto de mi vida, y de la suya, por permitir mi ruina económica y por hundir mi moral, ese tipo ¡trata con toda su influencia de evitar que me someta al tratamiento que me recomienda mi gran amigo!

¡¡Menos mal que no le vamos a hacer ni caso!!

 

(*) Sigfrid Soria del Castillo-Olivares es miembro de la Junta Directiva Nacional del Partido Popular

Comments are now closed for this entry