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Las confesiones de Sor Ana

La actualidad me llevó a visitar las dependencias de Calor y Café. Nos había llegado la noticia de que los alimentos escaseaban y de que esta ONG, al igual que Cáritas, estaba pasando por apuros. Ciertamente, la fuente que me llevó a aquel lugar exageró la realidad pero mi estancia allí fue decisiva para toparme con la realidad de Sor Ana, siempre más intensa, honesta y valiente que la mayoría de los que diariamente cruzamos las calles quejándonos de todo.

Me contó Sor Ana que su comedor seguirá dando de cenar a las 60 personas que diariamente lleva atendiendo desde hace bastante tiempo. Sin embargo, tenía dudas de que los carros de comida que dispensa cada 15 días a 70 familias lanzaroteñas pudieran seguir siendo una realidad. ¿Los motivos? Varios. El primero, que el tan anunciado Banco de Alimentos no cumple en tiempo y forma: todavía se espera la entrega de agosto aunque, para el caso, flaco favor hace a los estómagos hambrientos ya que la última vez dejó apenas 14 tarros de leche y seis paquetes de galletas. Para partirse de risa si no fuera porque hablamos de lo que hablamos.

 Pero lo más aberrante de todo este asunto es la política de las grandes empresas. Antes, Calor y Café se nutría de Cocelan, que por desgracia es una muesca más en la pistola de esta crisis terrorista y ha desaparecido, al igual que otras muchas empresas. Hasta hace unos meses, Hiperdino y Kalise le daban los alimentos a punto de caducar pero unas supuestas políticas sanitarias hacen que ahora estas compañías canarias destruyan todo tipo de género alimenticio aunque esté a tres días de caducar. Ya me dirán ustedes quién es el desalmado que ordena eliminar diariamente toneladas de comida. Pues bien, intenté saber quién era y llamé a las centrales de las dos empresas. En ambos casos no pude pasar de puestos intermedios que me remitían a teléfonos en los que nadie contestaba. Los que sí lo hacían me hablaron de un cambio de legislación sanitaria, por no decir de políticas de empresa. Dan ganas de reír. Del LIDL mejor ni hablamos porque jamás, desde que llegaron a la isla, fueron capaces de hacer rodar una bola de queso a los más necesitados.

 Y todo esto me lo contaba Sor Ana con cierta desazón y asumiendo lo absurdo, mezquino y egoísta de la naturaleza humana. Aún así, sigue pidiendo que la sociedad se involucre más a la hora de arrimar el hombro y que los políticos sean también más eficientes. Directa pero amable, con carácter pero dulce, de paz pero combativa y, sobre todo, con mucha dignidad. Oliendo a limpio, con la mirada sincera, la monja me hizo recordar a mi abuela, que hace unos meses nos dejó después de haber pasado 94 años por una vida en la que conoció de todo, sacrificio y sufrimiento incluidos.         

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