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El voto del niño

Cuando paseas por una ciudad o un pueblo, a veces, puedes llegar a saber hasta quién es el alcalde sin haberlo visto nunca ni tener idea previa del sujeto. No siempre es fácil pero tampoco tan complicado.

Si nos acercamos a un pueblo, aparcamos el coche y empezamos a caminar, veremos distintas cosas. Habrá o no esculturas, parques, farolas, edificios públicos y esas cosas. Si llegamos a un sitio donde las esculturas son sólo de caballos sin jinete, los principales espacios públicos tienen forma de cuadra y el escudo del pueblo es una herradura, no cabe duda de que estamos en un pueblo donde la mayoría de los vecinos son ganaderos, donde los caballos son  la principal ocupación  y que el alcalde es un populista de mucho cuidado. Seguramente que si hay  esculturas ecuestres de más de 20 años, además no sería raro que fuera un cuatrero y que se haya montado a las mejores yeguas del vecindario. El nombre del partido se lo pone usted y el del sujeto es lo de menos porque ya sabemos que es un caradura.

 

A pesar de todo, hay que reconocerle al buen aprovechado que ha hecho lo posible para que su pueblo se identificara con él envolviéndose con él en los cantos de sirenas que son las costumbres mal entendidas y sus debilidades. Pero es cierto que había caballos, que la gente se dedicaba a la ganadería y que el equino era máxima figura del pueblo, sólo superada por el alcalde consentido.

 

Pero hagamos ahora la lectura al revés y más próxima. Recorramos la isla de Lanzarote pero no digamos lo que vemos. Recapitulemos. ¿Qué echamos en falta? ¿Qué vemos en otras ciudades que escapa de nuestro entorno como si fueran poseedores del mal divino? Ya lo sé, faltan muchas cosas. ¿Pero qué echaría de menos hasta un niño de dos años? Efectivamente, un parque infantil, Uno, ni tan siquiera veinte; no del tamaño de Euro Disney sino del tamaño de una cancha de tenis: no con mil aparatos sino con los  cinco o seis reconocibles para todos. Es realmente penoso. No hay un parque infantil en condiciones, donde los niños puedan jugar sin riesgos como pasa en casi todas las ciudades.

 

Los políticos están convencidos que sus actuaciones tienen que ir encaminadas a satisfacer las demandes de los electores. Sólo de los electores, no de los vecinos. Entonces, los menores de 18 años, pueden pedir un parque a gritos pero no serán atendidos por muy justas que sean sus reivindicaciones. Simplemente no votan. Y ya está, para el político no existen. No pagan impuestos, dirían los americanos.

 

Se equivocan y no lo saben. El único voto que vale doble es el de los menores. Ante la frustración de los niños son sus dos padres quienes se rebelan, las deficiencias que afectan a los menores son fácilmente detectables por padres volcados en la educación y satisfacción de sus hijos. En Lanzarote, hay más de 20.000 menores de edad, hijos todos de mayores de edad, alrededor de 40.000 personas son padres de menores y se vuelven locos por encontrar un parque. Al tenerlo cerca, bien equipo, con medidas de seguridad y abierto muchos de ellos verían mejorar su calidad de vida y la de sus hijos.

 Las escuelas municipales deportivas, ya más para niños con edades superiores a los 7 años, fueron una importante inversión electoral para muchos políticos. ¿Cuándo se darán cuenta que los niños no sólo votan sino que tienen doble voto? Me imagino que habrá que esperar a que sus novias o mujeres paran o a que se atrevan a quedarse durante más de un día con sus hijos en casa. Demasiado tiempo para unas personas que posiblemente se metieron en la política para vivir lejos de sus casas y sus responsabilidades domésticas.  Tampoco hay que pensar por ello que la mejoría que se nota en los bares, zonas de veraneo o puticlubs tenga algo que ver con las preferencias de la clase política. Seguro que con estas zonas ha pasado lo mismo que con los parques infantiles.

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