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Pamplona, la primera ciudad del Camino Francés

La ciudad de Pamplona es el primer registro de gran ciudad del Camino. Encontrarte con los servicios de una ciudad de cerca de doscientos mil habitantes rompe la dinámica del ambiente rural pero aporta otras exquisiteces que vamos a aprovechar.

Tres días de caminata, cerca de 70 kilómetros recorridos y llegamos a la ciudad de los Sanfermines

El Camino de Santiago, desde Lanzarote (III)

Llegamos temprano al puente de la Magadalena, sobre el río Arga, entrada por los fosos de la muralla a la ciudad de Pamplona, capital de Navarra, una comunidad foral llena de un encanto especial que atraviesa el Camino durante seis espectaculares jornadas. Nosotros ya hemos hecho las tres primeras, la parte de los Pirineos, con sus bosques de hayas y robles y sus subidas y bajadas por puertos como el de Erro, obstáculo natural que se presenta antes de llegar a Zubiri.

¿Llegué a Pamplona o a Monzambique? La inmigración solidaria con el peregrino sobre el puente de la Magdalena, en la entrada a Pamplona/Iruña

 

El hecho de que en la segunda jornada, después de superar la primera entre Saint Jean Pie de Port y Roncesvalles, no encontráramos alojamiento en el final de etapa clásico en el pueblo de Zubiri, y tuviéramos que seguir caminado después de mandarnos un menú del peregrino, al peso del mediodía, cinco kilómetros y medio más, para pernoctar en la tranquila aldea de Larrasoaña, nos dejó apenas a quince kilómetros de Pamplona. Un paseo, después de las dos jornadas anteriores con unos veintitantos por zonas montañosas. Ha sido una caminata tranquila, con pases urbanos por los pequeños pueblos de Akerreta, Zuriain, Irotz, y por Villana y Burlada, que ya huelen a ciudad por su entramado urbano y por su proximidad a Pamplona.

Los bosques de hayas y robles de Navarra son uno de los grandes atractivos del Camino Francés.

En el mismo puente de la Magadalena, mientras poso para una foto con Pepe Reyes, que nos hace  José Manuel, un inmigrante africano, con más alegría que los del Río en plena Macarena, se me abraza a la vez que grita "¡amigo!". Me hice una foto con él, me volvió abrazar y se fue. Deben de ser las cosas del Camino.  A pesar de ser mediados de septiembre, en tiempo era casi veraniego, con lo que llegamos al hotel, nos cambiamos de vestimenta y fuimos a dar una vuelta por la ciudad. Después de tres días tan maravillosos como rurales, el ambiente urbano de una ciudad de casi doscientos mil habitantes apetecía. Sobre todo, la visita a la parte histórica, sus tascas y terrazas. La catedral, el Museo de Navarra y todos sus encantos centenarios.

Típico paisaje rural de Navarra, conmigo en primer plano.

En primer lugar, Pepe Reyes, que ha sido un asiduo visitante de esta ciudad en sus fiestas de Los Sanfermines nos lleva a hacer el recorrido del encierro de los toros que tantas veces he visto, casi de madrugada, en televisión. Pasa por varias calles del casco viejo, desde la cuesta de Santo Domingo hasta la plaza de toros. Son 875 metros. Nada más que eso, pero me imagino lo eterno que se harán cuando se oyen las pisadas de las bestias entre una multitud pavorosa. Primero, Santo Domingo, después el Ayuntamiento. Mercaderes, Estafeta, Telefónica, Callejón y finalmente, el alivio de la Plaza de toros. Es un recorrido histórico que vuelve histérico a cualquiera. Visto así, no parece tanto. Pero claro, faltan el millón de personas de todo el mundo que invaden esta ciudad los primeros días del mes de julio, se multiplica por cinco la población habitual, y esa decena de toros entre bravos y mansos. El paseo, después de tres días caminando, acaba en una tasca sobre las dos de la tarde. Un pacharán típico y de vuelta a la calle.

El Camino te lleva por distintas superficies. Te puedes ver caminando por montañas, calles, carreteras, senderos de todo tipo, o como este caso, saliendo de un pueblo por una empinada cuesta de hormigón.
El bosque, otra vez el bosque. ¡ Qué maravilla!

Nos apetecía romper los rigores del peregrino y darnos un homenaje cuando casi rozamos el ecuador de esta primera experiencia del Camino. Quedan cuatro jornadas todavía para llegar a Logroño, donde acaba esta primera aventura peregrina, que nos llevará su tiempo completar para llegar a Santiago de Compostelana y, después, a Finisterre. Con tranquilidad sí, pero sin saltarse ni una etapa. Aunque no estaba previsto en los preparativos que hicimos para afrontar el Camino, decidimos sobre la marcha que en las ciudades del Camino romperíamos ese casi ayuno de ermitaños para disfrutar de las excelencias gastronómicas del lugar, siempre dentro de un orden y ajustado a nuestra bolsa común, que llenamos todas las mañanas para pagar los gastos de forma conjunta sin estar todos tirando de cartera en cada momento. Me tocó cargar con esa responsabilidad, que acompañé con una detallada contabilidad en la que figuraba cantidad gastada, bien o servicio adquirido, lugar en el que se había hecho el desembolso y hora del día. Una bobería más, propia de estos momentos de relax, pero que me fue muy útil para recordar qué habíamos hecho cada día.

Llegada a Zubiri, segundo final de etapa del Camino de Santiago. Nosotros no encontramos alojamiento y tuvimos que caminar 5,5 kilómetros más hasta Larrasoaña, un pueblo histórico del Camino pero muy tranquilito.
A veces, el camino es carreterra. Y los riesgos que se corren no existían en el medievo.

El Restaurante Europa, en pleno centro, no es para ir todos los días, aunque su exquisita calidad bien valdría que la Seguridad Social lo recetara alguna vez. Unos espárragos impresionantes con una mota de mayonesa, una ensalada donde los  ingredientes estaban tan frescos que parecían cultivados en el mismo plato y una carne en su punto me hicieron concentrarme en la placentera degustación sin preocuparme por mis pies, que presentaban alguna ampolla sobre los castigados dedos. Todo eso regado con un buen vino de la zona y un servicio exquisito nos sacaba de golpe del Camino y nos metía de lleno en los gloriosos fogones del norte peninsular. Pero una simple mirada a mis zapatillas abiertas, con mis dedos y empeine doloridos a la vista, me devolvía a la realidad. Mucho peor fue la cuenta, que nos dejó nuestra contabilidad en pérdidas y sin liquidez, lo que exigió una aportación extra de los tres socios peregrinos. Pero Navarra, bien vale un sacrificio, ¡hip, hip, hip!

Explotación minera cerca de Larrasoaña. No es de lo más bonito, cierto.

Sustituimos la sobremesa por un paseo por la zona universitaria y recordamos que Pamplona o Iruña, que así se llama en euskera, es tierra foral pero también del Opus Dei. Aquí tiene sus centros logísticos más llamativos con su Universidad, hay otra pública, y su tan famosa Clínica. Pero ese ya es otro Camino, el promovido por San Josemaría Escrivá (1902-1975). Prefiero recordar mi primera vez en la ciudad, cuando descubrir Iruña, Nafarroa, Kalea y demás palabras vascas me sorprendían y entusiasmaban. Era un veinteañero y de aquí eran mis compañeras periodistas del momento, de las que me acuerdo siempre que vuelvo: Idoia, Iosune, Irune, todas ellas de nombres muy vascos. Aunque, ahora, cuando pienso en Pamplona, Sanfermines, se me aparecen las fotos que publica Iñaki Malón con toros de mentira en las calles de verdad de su querida ciudad natal.

No hay secreto: la impresionante vegetación tiene agua que la sostenga.

Nos recogemos pronto, apenas un pacharán, para calentar, que ya empieza a hacer frio, y mañana tenemos que madrugar que nos esperan 24 kilómetros de caminata y, al final de la etapa, Puente la Reina/Gares. Son las 21:30 horas, apago la luz. Buenas noches y mucha suerte.

Hay que ir preparado: el agua se puede presentar en cualquier momento.
Cualquier sitio es bueno para poner las señales del camino. También para descansar...
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