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Alertas, política, calima y carnaval

Por unos días, Canarias ha sido el territorio más contaminado del Mundo a causa del intenso episodio de calima que hemos sufrido desde el pasado día 22 de febrero. Acogiéndonos a este hecho, podemos entender la gravedad de las circunstancias y la necesidad de respetar, al máximo, los requerimientos de la alerta decretada por el Gobierno de Canarias ante la adversidad meteorológica. La casualidad de que haya coincidido este excepcional fenómeno, que no se daba en las islas desde hace más de 40 años con la misma intensidad, con la celebración de los carnavales, las fiestas más populares de Canarias, que se celebran en la calle, al aire libre, ha estresado mucho más a la población insular. Algunos quisieron entender, de forma caprichosa e irresponsable, que en estas circunstancias se puede elegir, al libre albedrío, entre cumplir las exigencias de una situación de alerta y permitir que la gente se exponga a posibles contaminaciones para atender el fervor inmediato de la diversión carnavalesca.

A cualquier ciudadano que se le pregunte por sus prioridades, antepone la salud a cualquier otra. La salud suya y la de su familia, y de todos en general. Después prioriza la salud financiera, que no se dañe su base económica, entendiendo por la misma no solo su patrimonio personal sino también los ámbitos de los que extrae sus ingresos. Y detrás de esas variables de salud y situación económica suele colocar el divertimento. Son, además, tres pilares básicos para la felicidad individual y colectiva. Por ello, hay que dar como acertados los protocolos que salvaguardan las circunstancias de riesgo como la que hemos vivido estos días en Canarias a causa de esa tormenta de fuertes vientos e intensa calima. Se incide en la importancia de evitar el contacto con la calima y sus micropartículas, se organiza de forma extraordinaria el subsector turístico con especial atención a los aeropuertos, como infraestructuras estratégicas económicas y sociales y se activa los servicios de emergencias para evitar, aminorar y sofocar los daños que se puedan dar en las propiedades particulares y públicas.

 En otras islas, no en Lanzarote, se orilló la irresponsabilidad ante la presión popular por hacerse a la calle con la máscara (no con la mascarilla) y el bombo carnavalero. Se priorizó la alegría inmediata frente a la seguridad y salud. El hecho de que el ciudadano no vea el peligro, no note de forma inmediata el daño, no significa que la negligencia no tenga consecuencias. Tampoco se notaría de forma inmediata la relevante incidencia de la contaminación nuclear y nadie dudaría de sus irreversibles consecuencias. En estos casos, se pide, sobre todo, voluntad pública y experiencia política. Hay que armonizar seguridad y diversión. Y en estos casos, la armonización responsable nos dicta que dejemos pasar el riesgo para disfrutar en plenitud de las fiestas.        

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