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El regreso de los abrazos

En eso que llamo ‘paradas técnicas’ cuando ando por la calle en plan de relax o aunque no lo esté pero con margen de tiempo, que no es otra cosa que hacer vida social hablando con gente amiga y no tan conocida de lo divino y de lo humano, es notoria la mejoría del estado de ánimo de mis interlocutores.

Te rechazan el puño para abrir la mano y saludarte como dios manda, se lanzan a abrazarte sin dudas, asisto también, con o sin mascarilla, al regreso de los dos besos del habitual saludo protocolario callejero. Imagino que igualmente ustedes  han escuchado el “dame esa mano que ya se puede”.

Es natural que supliquemos cercanía y calor humano como reivindicación de la alegría y la vida misma después de sufrir, obligados por las circunstancias de salud pública, la limitación severa de nuestra libertad, el mayor de los poderes individuales.

Aunque la pandemia se mantiene, con la disminución de su incidencia y la suspensión temporal de restricciones y la reactivación económica en unos sectores productivos más que en otros, mejora nuestro estado de ánimo.

Ahora percibimos menos rabia, cansancio, tristeza y miedo. Se nota que hay ganas de celebraciones, y no solo de confluir en fiestas públicas, que también, sino de reencontrarse en celebraciones privadas sin cortapisas.

En Canarias apenas tenemos una semana de la suspensión de restricciones, todavía temporal pendientes siempre de cualquier vuelta de tuerca del covid, pero es un alivio para la industria de la cultura, la que con su arte nos llenó el alma en los momentos más duros de encierro, y para el público que vibra con las expresiones escénicas, el saber que los eventos ya pueden realizarse en las mismas condiciones de prepandemia, como la actividad deportiva también.

Sin restricción de aforos, horarios de cierre de ocio nocturno, sin prohibiciones para la realización de fiestas populares y verbenas, la sonrisa es más amplia. Todo lleva consigo un impacto económico sacrificado por más de dos años. Parece, parece, que ya nos hemos sacado de encima la irritante camiseta de la excepcionalidad para enfundarnos la de la nueva normalidad.

Desde el inicio de la pandemia, los colegios oficiales de psicólogos de España tuvieron que crear en tiempo récord guías y recomendaciones, con material de lectura y vídeos, para ayudar a la población en general a sobrellevar el confinamiento, incluso ofreciendo herramientas específicas para colectivos especialmente vulnerables como los mayores o enfermos.

Había protocolos para comunicar malas noticias, afrontar el duelo, violencia de género, guerras, migraciones y refugiados, suicidio, terrorismo o catástrofes naturales, entre otras situaciones complejas de la realidad, pero la ciencia también tuvo que actuar rápido para paliar el deterioro de la salud mental por el covid, y lo hizo. Si no lo hemos agradecido, es el momento de hacerlo.

La vida es bella, es el título de una de mis pelis favoritas, por no decir que mi preferida. Allí, en medio de la crueldad del holocausto nazi, del exterminio a mansalva de seres humanos, el director y actor Roberto Benigni, nos regala una historia de amor, de solidaridad y emoción, llena de saludos y abrazos, de actitud positiva frente a la peor tragedia.

Y traigo a cuento el film, porque creo que su escena final resume las penurias de la pandemia y nuestra vuelta a la alegría. El sacrificio de Guido, el sacrificio de su vida, permite la supervivencia del pequeño Josué que se une a su madre Dora para llevarse el premio más preciado: el reencuentro con besos y abrazos. Aunque en una de mis ‘paradas técnicas’ el carnicero me recuerda que después de la guerra de Ucrania ya vendrá otro follón para fastidiarnos la sonrisa, y razón no le falta.

elperiodicodelanzarote.com