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La osa es tu vecina

Las imágenes son realmente impactantes. Al borde del precipicio, en la Montaña Palentina, una osa y un oso pelean de forma brutal. El oso se deja llevar por sus instintos de macho mientras que la hembra se interpone en su camino para evitar la muerte de su cría, del osezno. Cuentan los biólogos entendidos en la materia que son sucesos habituales, que los osos atacan y matan a las crías porque así las osas adelantan su periodo de celo. Que es tanto como decir el periodo festivo del macho.

Aunque suele ser al revés, que veamos a dos personas peleando y nos recuerden comportamientos de bestias, de animales, en este caso veía allí reflejado uno de esos muchos casos de violencia de género que se repiten cada día en nuestra sociedad. Por un lado, la osa, más pequeña y menos fuerte que el oso, defendiendo con uñas y dientes a su cría de las pretensiones letales de su rival. Entregada en cuerpo y alma ( ¿tienen almas las madres osas?) en la defensa del osezno. Por el otro, un macho fuera de sí, del que se puede dudar si tiene alma pero no del potencial de sus gónadas, enloquecido ante la posibilidad de adelantar la cópula unos meses. Llegué a interiorizar tanto el acto que, cuando caen osa y oso al vacío, sentí cierto alivio cuando el macho yace inmóvil. La hembra, malherida, sobrevivió al golpe y volvió con su cría, según confirman los que grabaron el vídeo.

Son duras las imágenes, por la brutalidad tan propia de animales de esas dimensiones. Pero me parecen mucho más desgarradoras cuando las proyectas en sucesos parecidos que hay todos los días en el ser humano. En seres con capacidad de discernir, de entender el desamor y cultivar el apego a sus hijos. Capaces de urdir un plan durante meses para intimidad a sus parejas, o a su ex, hasta el punto de envolverse en la venganza vicaria para hundirlas a ellas en el hondo precipicio del sufrimiento, dando rienda suelta así a esa brutalidad. El oso, desde sus gónadas, busca con la muerte de las crías una nueva oportunidad de copular. El hombre, desde su cabeza trastornada, solo busca dolor en la otra que le alivie sus gónadas heridas. Sin duda, son dos hechos de una crueldad supina, pero me temo que la evolución de miles de años del hombre no nos ha llevado, en muchos casos, a una mejor respuesta.

 La naturaleza nos ofrece, muchas veces, con claridad, cómo somos. Y en otras, como en esta, cómo no podemos ser.

elperiodicodelanzarote.com