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Nueva ola, misma zoociedad

Allí sentado en la cafetería de Martín, paisano de Barranquilla que cada sábado me acerca a la madre tierra con sus buñuelos y empanadas, un tertuliano casual  comentaba de mesa a mesa su indignación: “el covid y que nos iba a hacer cambiar y no hemos cambiado nada, somos peor sociedad”.

El ‘pero’, oportuno, del hombre, trabajador del sector de bares y restaurantes, venía a tenor de ese coloquio cafetero e improvisado sobre el renacer de la industria turística, sus buenos datos de ocupación hotelera en verano y la incertidumbre que planea de cara a las temporadas de otoño y fin de año. 

Me llamó la atención que el tertuliano centrara el debate en la ‘zoociedad’ resultante de la pandemia y no descargara toda su opinión en el auge del negocio turístico ni en la arremetida de la insufrible inflación. —Martín, otro café—, pedí para seguir la conversa.

Aunque es obvio que cada persona tiene una responsabilidad individual y que su actuar influye para bien o para mal en la sociedad, no ayuda ni el comportamiento ni las decisiones de muchos cafres de la dirigencia política y gremial que no son ejemplo de nada. Y lo peor, que entre más cerca estén o pertenezcan a la cúspide del poder estatal o continental, llámense políticos y/o empresarios, mayor serán las repercusiones globales de sus decisiones. Lo estamos viendo, guión, sufriendo.

En cualquier caso, como gente de a pie, no tenemos excusas para justificar conductas deleznables contra una persona, la sociedad o el medioambiente, ni antes, ni durante, ni después de la pandemia. Tolerancia cero con los cafres.

Revive la inquietud y se remueven épocas de desolación porque ya empezamos a escuchar de nuevo y con fuerza que personas de nuestro entorno tienen o vuelven a estar contagiadas. Cada país lleva su cuenta y maneja  sus códigos ante un problema común; mientras que en España hablamos de la séptima ola y de la llegada de nuevas variantes, el Gobierno de Colombia pide el refuerzo del esquema de vacunación para afrontar el quinto pico de contagios del covid (19), y ya estamos en el segundo semestre del (22).

Las autoridades sanitarias españolas acaban de pedir “prudencia” recomendando el uso de la mascarilla sobre todo en espacios interiores. Los datos oficiales registran 188 muertes por covid la última semana y nos alertan del crecimiento del nivel de incidencia en la población de mayor de 60 años. Aunque podían ahorrársela, el mensaje de sensibilización y de llamado a la responsabilidad aporta intencionadamente la estadística histórica: la cifra de fallecidos por coronavirus en España alcanza las 108.730 personas. Hoy el 92, 7 por ciento de la población española ya ha recibido la pauta completa de vacunación, más de 39 millones de personas, pero está visto que no hay lugar a la relajación.

Aquí me remito al concepto planetario y más primigenio de bacanería donde es necesario considerar, y ahora más que nunca, que nuestras acciones tienen consecuencias sobre los otros. Tenemos no solo la capacidad de actuar con la conciencia de pertenecer a un grupo, sino que si somos parte de él, el sentido común nos conduce a ayudar a encontrar soluciones creativas a problemas colectivos, conductas que son reconocidas como inteligencia social, escasa en estos tiempos tormentosos en los que parece que no somos conscientes o nos importa poco que nuestro comportamiento individual afecta al grupo y que la sociedad afecta al individuo. 

Es lo mínimo exigible para hacer viable la convivencia, aceptar la condición humana del otro. Olvidamos el principio básico de la biología que nos enseña desde pequeños que las interacciones basadas en la colaboración y la coordinación son las que nos han permitido convertirnos en seres humanos y evolucionar como tales.

Ahora que una vez más nos toca la inquietud por el covid, deberíamos, por fin, tomarnos en serio la adopción de conductas responsables como miembros de un colectivo llamado sociedad. Está en juego la vida y el bienestar, nada menos.

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