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¿Se trata de recaudar más o de gestionar mejor?

La izquierda y la derecha andan enfrascadas en una batalla trascendental para su propio futuro inmediato. Las encuestas apuntan a un cambio de tendencia y los que gobiernan se aferran al poder y los que aspiran a ocuparlo, o a recuperarlo, cabalgan desbocados entre promesas mil y dibujos de paraísos universales. Ambos ponen la verdad por detrás de sus aspiraciones y tienden a la simplificación de sus ideas en burdas maniobras electorales, con las que intentan amedrentar al votante, con conclusiones que acaban siendo absurdas cuando no mentiras nada piadosas. En esa batalla ganan vigencia los estereotipos de los que ven la recaudación de más impuestos como una oportunidad para mejorar la educación y la sanidad públicas y los que aspiran a menos impuestos para favorecer el crecimiento económico y liberar renta disponible en el consumo. Son patrones mundialmente conocidos y que en esencia reflejan dos formas de construir una sociedad.

Pero, sinceramente, ¿mejoran la sanidad y la educación porque se suban los impuestos?¿Todos los impuestos van a sanidad? No y no. Ni mejora la sanidad y la educación por el simple hecho de que se suban los impuestos ni todos los impuestos van para la sanidad y educación públicas. Es verdad que si no hubiera impuesto alguno no habría sanidad ni educación públicas. Ni habría Estado en general, mucho menos como lo conocemos hoy. Aquellos que apuntan a la educación y a la sanidad como principales afectados en una reducción de impuestos no busca sino el apoyo de quienes dependemos de la educación y la sanidad pública para sobrevivir en este mundo lleno de injusticas y favoritismos. Y, por supuesto, que no queremos que nos reduzcan los derechos sanitarios y educativos. ¿Aceptaríamos igualmente un aumento de impuestos para duplicar el gasto militar? ¿O no se pagan con impuestos? ¿Aceptaríamos igual que nos subieran los impuestos si fueran para pagar sueldos extraordinarios de políticos, asesores o amigos varios? ¿O estos no se pagan con impuestos? ¿Aceptaríamos que nos subieran los impuestos para pagar las comilonas, viajes y demás de los políticos? ¿Y para pagar sus obras inacabadas, sus despilfarros en obras o servicios innecesarios? ¿O no se paga todo ello con impuestos? ¿El problema es cuánto recaudamos o cómo lo gastamos?

Ni tan siquiera los presupuestos que van destinados directamente a Educación o Sanidad son un reflejo de la calidad del servicio que recibimos. Muchos millones de esas cantidades impresionantes se pierden por los vericuetos de la gestión pública antes de llegar al enfermo o al alumno en forma de mejora del servicio. Hasta el punto, por poner un ejemplo local y público, que un médico puede seguir cobrando su sueldo sin ni siquiera aparecer por su consulta si es menester su voto para dar mayorías a partidos amigos en otras administraciones. ¿Los impuestos destinados a sanidad, en ese caso, mejoran el servicio o alertan de los vicios de una administración que esconde debajo de la bandera sus inmundicias?

La sanidad y la educación públicas, obviamente, necesitan muchos recursos. Pero hasta ahora han sido demasiado utilizadas para recaudar muchos más impuestos que nunca llegan a sus consejerías o para desviar en estas su impacto de una clara mejoría. Es sorprendente, por  ejemplo, la capacidad que tienen muchas empresarias de adecuar sus suministros a las consejerías boyantes. Si sube el presupuesto en una, allí están ellas. Si sube en la otra, allí vuelven a estar las mismas. ¿Para mejorar los servicios? No, para que nada cambie.

El sufrido ciudadano no ve correspondencia entre la subida de impuestos y la mejora de sus servicios sanitarios y educativos. Que es verdad que han mejorado, pero nunca han llegado a los niveles de sacrificio demandado ni a lo que tendría que corresponderse con los niveles alcanzados de recaudación. La cuestión no es tanto cuánto recaudamos sino cómo lo gastamos. Siempre que sea más importante liberal hasta el último concejal de la lista que acortar la lista de espera en un día, no mejorará. Siempre que sea prioritaria la obra de lucimiento personal de los miles de políticos frente a una mejor dotación de medicamentos, la cosa no variará.

Al elector se le hace muy difícil atender esos mensajes cuando vive asqueado por el despilfarro que aprecia en la administración a todos los niveles. Cuando se da cuenta que todo de lo que presume el político de una o de otra manera lo acaba pagando él y los suyos. Porque impuestos se pagan durante todo el día, durante todos los días del año. Desde que encendemos la luz, ponemos el coche en marcha, comemos, compramos cualquier cosa, viajamos, nos hospedamos en un hotel, y no solo son el IRPF, el IBI, y otros de fecha de pago publicitada. Vivir es pagar impuestos. Como para que encima te estén echando a la cara que reclames un buen servicio cuando te pones enfermo o mandas el chico al colegio. La cosa no es tanto cuánto más sino cuánto mejor se puede hacer. Y, si llegado ese momento, hay que apoquinar más, seremos una inmensa mayoría la que apoyaríamos que así fuera. Por el momento, la cuestión no es de falta de impuestos sino de impostores políticos de sobra.

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