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Buena persona es quién quiere, no quién puede

Buenas personas (III)

Son tan buenas personas que se ruborizan cuando se lo dicen. Están tan alejadas del mercantilismo de las emociones y del humanitarismo que no quieren ser protagonistas por cómo son y por las cosas que hacen. Solo desean seguir siendo así, aportando su granito de arena a un mundo más feliz. Y yo lo entiendo. Aunque reconozco que yo lo que quiero es promocionar esos valores como señas de identidad de este pueblo nuestro y conseguir que cada día haya más personas como ellas y nos sintamos todos orgullosos de que sean así y de tenerlas cerca.

Pero vamos a seguir con mi lista de buenas personas, de aquellas que yo mismo doy fe de que son unas campeonas del intentar hacerle mejor la vida a los demás. Vamos rumbo a los 10+1, con las cinco nuevas incorporaciones. Y lo hago otra vez con cuatro hombres y una mujer. Distintas profesiones, distintas capacidades, distintas formaciones, distintas oportunidades y distintos sueños. Pero se parecen como dos gotas de agua en su voluntad de hacer el bien, de ayudar al otro a llevar la mochila de su existencia con el menor quebranto posible.

Conocí a Tere Viñoly Camacho hace más de veinte años. Era su principal competidor en su relación de pareja. En muchas ocasiones se quedaba compuesta y sin novio, porque mi amigo Carlos Suárez se entretenía conmigo, hablando de proyectos e historias que nunca llegaban a nada pero que nos ilusionaban un montón. Tere es la persona que todo el mundo quiere tener cerca porque lo mismo se ofrece para quedarse con tus hijos cuando vas de viaje, que para organizarles la fiesta de cumpleaños. Cómo conozca qué problema tienes ya no descansa hasta que no lo vea solucionada. Ya le puedes decir lo que quieras, pero ella se mantiene firme en su propósito. Ella está siempre disponible, aunque esté más ocupada que nadie como jefa comercial de Infornet, como estudiante de Derecho por la UNED, como madre, como  pareja, como todo lo que sea todos los días. Ella no puede estar quieta, ella no puede evitar intentar hacer el bien. Y lo consigue.

Un luchador afable

Cerca de mí, también está mi familia, mi experiencia vital con ellos a lo largo de un montón de años. Y no quiero dejar de meter a alguno en esta lista. Por justicia, por nada más. Uno de ellos es Rayco García González, un treintañero que ha sido toda su vida un luchador por hacerse su propio camino. Un niño, primero, que no se asustaba ante nada  ni ante nadie. “Eso te lo hago yo, Tío”, me decía cada vez que tenía que hacer yo alguna cosa en la casa o en la finca. “¿Pero tú has hecho eso alguna vez ?”, le preguntaba yo a aquel pollito con más músculos que el gimnasio de Juan en hora punta. “¡Bueh! Eso se hace así, le das para allá, después le das para acá, aprietas un poco, le pones la tapa y ya está”. Y, efectivamente, ya estaba. Era la primera vez que lo hacía pero lo hacía como si esa fuera su profesión. Y así con todo.

Es tan buena persona, que el egoísmo no cabe en él, a pesar de medir casi 1,90 metros. Y, en eso, es igualito al padre. Si la cuestión se discute entre él y otro, siempre ven primero los derechos e intenciones del otro. Que van a cazar y cogen dos piezas, no se lleva una cada uno. No. El otro se lleva la suya y ellos le dan la otra. Resultado final del partido: 2-0. Ceden siempre. No están dispuestos a  hacer daño a nadie. Ni sin querer. Sin ir más lejos, Rayco lucha contra Miguel Reyes y este se lesiona la rodilla al atacarle con un garabato y Rayco se queda una semana preocupado. Lamentándose de la mala suerte de Miguelito, que se va a perder el resto de la temporada y tiene que pasar por el quirófano. “Si yo sé que va pasar eso, me dejo caer”, me dice.

Sale al terrero con ganas de tirar al contrario y sufre por las expectativas de los aficionados de su equipo cuando cae.  El alma le acompaña el cuerpo al suelo cuando cae con uno que él cree que tendría que haber vencido. Pero, sin remordimientos, se levanta, le echa una sonrisa al rival, le abraza, le levanta la mano y si dirige a su silla, serio, preocupado, como si fuera culpa suya que los seguidores quieran ganar la luchada sin darse cuenta que los del otro equipo también quieren lo mismo.  Fuerza, arte, nobleza, como lucha canaria misma.

Antonio y Fran, buenas personas de compañeros

En los diez años que trabajé con Agustín Acosta Cruz,  tuve a cientos de compañeros. Periodistas, fotógrafos, publicitas, diseñadores, maquinistas, dueños de la empresas, familiares del dueño de la empresa, locutores, administrativos. Pasó mucha gente por allí. Todos los profesionales de aquella época lo saben porque la mayoría pasaron a trabajar por aquel piso de la calle Constitución, 2, en la que teníamos la redacción. Y porque también era vox populi lo rápido que se dejaba de trabajar con Agustín si no cumplías las exigencias de la empresa. Yo estuve diez años pero Antonio Morales Hernández estuvo todavía más tiempo, superó incluso al propio Agustín, aunque por poco. Pero ese ya es otro tema.

Antonio Morales llegó a la Voz  con poco más de veinte años. Estábamos haciendo una selección para contratar un maquinista. Aunque ahora parezca que fue en el siglo XVIIII, ocurrió hace 32 años. Necesitábamos a alguien que fuera capaz de escribir a máquina, no había ordenadores todavía en la redacción, todo lo que redactábamos los demás para enviarlo a Las Palmas a través de un artilugio, de cuyo nombre no me acuerdo, enchufado al teléfono. Habían pasados unos diez pretendientes del puesto antes que Antonio y había otros tantos citados para después de Antonio. Pero el puesto fue para él. Me hizo recordar a don Román El practicante, que cuando te estabas preparando para ponerte la inyección, te decía que ya te la había puesto. Nunca antes, ni nunca después, he visto a nadie escribir a aquella velocidad. Pero Antonio no se quedó en eso. Aprendió a diseñar y mil cosas más para convertirse en uno de los hombres imprescindibles de la empresa.

Desde Agustín al último empleado querían a Antonio. Porque Antonio siempre estaba para todos. No sabía decir no y se comprometía con todo. Hasta el punto que el primer día que hicimos el primer diario impreso de Lanzarote, llegó por la mañana y se fue a su casa al día siguiente por la mañana. Con la sorpresa de que sus padres habían denunciado su desaparición en la Comisaría de Policía porque se creían que le había pasado algo y no sabían que había dejado la redacción para seguir trabajando en la imprenta. Una buena persona, sí señor.

El trabajo es un buen lugar para conocer bien a las personas. Es muy difícil que conviviendo todos los días con alguien, no se vaya viendo los defectos y virtudes del que se sienta a tu lado. Es imposible que no le veas algún día de malhumor, sin ganas de trabajar, haciendo argollas, poniendo a parir algún compañero o jurando en arameo. Pues no, no es imposible. Y se llama Fran J. Luis, es el ingeniero de Lancelot TV y una persona envidiable y muy querida en ese medio de comunicación, donde es una de sus piezas fundamentales.

El conocer a Fran J. Luis es una de las grandes aportaciones que me ha hecho Lancelot TV en estos 16 años de colaboración en Café de periodistas. Si Fran me dice que no puede, yo no insisto. No puede. Porque si le pides a Fran cualquier cosa que él pueda hacer, no solo te la hace sino que te da mil consejos más para mejorar la experiencia que pretendes tener. Y lo hace con una sonrisa, en un ambiente tan amistoso que ya lo consideras un amigo. Si todos fuéramos como Fran, dispuesto siempre a trabajar, tranquilo, capaz y positivo, el mundo sería mucho mejor. No me queda la menor duda.

El fisioterapeuta de cabecera

Desde que le vi la primera vez, me sorprendió su curiosidad. Su desparpajo al preguntarme varias cosas, su vasta cultura al hablar de uno u otro tema con igual pasión que fruición. Aunque era la primera vez, no era un desconocido. Daniel Reyes llegó a mí a través de su padre, uno de mis mejores amigos y una de las personas que más aprecio. Así que tampoco me extrañó que la conversación primera, y las siguientes, se desarrollara en un ambiente cálido. Pero a Daniel no le incluyo en esta lista de buenas personas por eso. Sino por lo que hace por lo demás, entre los que me incluyo.

La fama que tiene Daniel como fisioterapeuta en la isla entera la conozco bien porque allí donde quiera que vayamos a hacer senderismo, aparece alguien que le conoce y que le pide cita. Da igual que sea en el sendero del litoral del Timanfaya, que en Caldera Blanca o en  el Valle del Malpaso. Pero es que si vas a su consulta, y me ha tocado pasar por ese taller alguna vez también, y ves cómo le tratan sus pacientes y como él los trata a ellos entiendes perfectamente la fama que tiene. Pero es que ese trato es una característica de él. Que seguro que ha desarrollado en su ambiente familiar y traslada a todos los ámbitos en los que se mueve. Es una persona generosa, dispuesta siempre a dar lo que tiene y de ayudar a los demás. Puedes estar de acuerdo o no con sus opiniones, con su ideología o con sus gustos, pero estaremos todos de acuerdo en que si está Daniel y necesitas algo que él tiene, esa carencia queda cubierta y los dos felices.

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