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¿Por qué los mismos lanzaroteños que van al aeropuerto en taxi llegan a Las Palmas y cogen la guagua?

 

 

Hasta hace poco, los políticos lanzaroteños decían, con toda la desvergüenza que les caracteriza, que en Lanzarote no hace falta guaguas porque los lanzaroteños y los turistas prefieren el coche particular o de alquiler para moverse. Que, en Lanzarote, a la gente le gusta tener coche, que eso te da libertad de movimientos, que aquí todo el mundo vive bien y las guaguas son para pobres. “¿Pero tú te imaginas a Pepito o Juanito esperando la guagua en la parada, o yendo en guagua al lado de no sé quién. Esta es una isla rica”, me soltaban con la misma soltura y confianza como si estuvieran diciendo que dos por dos son cuatro.

 Siempre pongo el ejemplo numérico porque nuestros políticos son más de números que de letras. A ellos, eso de las letras les suena a préstamo y con sus cuartos son muy recelosos. Sería mucho más difícil que acertaran a decir dónde se pone “ay, ahí o hay”, que acaban siempre respondiendo con un risueño “ayayay”. Pero la ortografía no ha sido nunca un impedimento para engañarnos a todos y acabar ricos. Cosa que tampoco he entendido nunca: cómo una persona que se dedica toda su vida a la política: donde hay un sueldo cierto y limitado, acaba amasando una fortuna. Bueno, sí lo entiendo, pero no sé cómo lo aceptamos con absoluta normalidad.

Quizás sea por eso, por su afán por los números y su desprecio por las letras, por lo que les molesta tanto que les digan su defectos, sus carencias, su falta de empatía y de responsabilidad con los suyos, con lo de todos. Solo buscan números, convirtiendo a las personas en potenciales electorales.  “Esos son cuatro gatos, pasa de ellos. Esos son del enemigo, pasa de ellos. Dale cuatro duros aquella asociación, arregla aquello de aquella que lo otro depende de eso”. Y así todos los días de Dios. Cuatro años de sumas y restas de votos, de compras de emociones, inventándose problemas para proponer soluciones que, al final, tampoco hacen porque, ganadas las elecciones, empiezan a hacer otros números.

La historia de las guaguas en Lanzarote ha tenido mucho que ver con todo eso. Pero ellos mismos se han cargado la isla idílica que heredaron. Ahora, en Lanzarote ya es muy evidente que no somos todos ricos. Ahora, la población crece sin parar y cada vez son más los residentes que vienen de otras partes del mundo, trabajadores que llegan a Lanzarote a buscarse la vida. No a fardar en taxi, ni a estar de saborea en saborea y tiro porque me toca. Y se le ofrece un sueldo bajo y unos servicios muy caros. No tienen casa, la cesta de la compra está por las nubes y  también carece de capacidad financiera para afrontar la compra de un coche nuevo. Son personas normales, que trabajan pero que se ven agobiadas porque los mismos que les llaman para trabajar, que dicen que no tienen trabajadores, les empujan al abismo.

El transporte público podría ser una balsa de ahorro, reduciendo los gastos de movilidad, calculables en unos doscientos euros mensuales con coche privado, a nada. Parece de cine, pero es que el transporte público es gratuito, lleva dos años siéndolo, y en Lanzarote no se cuenta con un servicio adecuado para ahorrarles ese dinero a todos sus vecinos que quieran. Al mismo tiempo que se bajaba la presión que sufren nuestras carreteras, finitas porque estamos en un territorio frágil que es, además, el principal atractivo de la isla. Y se apostaba por una descarbornización en sintonía con los nuevos objetivos de sostenibilidad.

Cuando oigo al consejero de Transportes del Cabildo de Lanzarote amenazar a los taxistas con que vendrán a Lanzarote los Uber y demás empresas, me dan unas ganas terribles de mandarle a la mierda. Sí, a la mierda, al más puro estilo de Fernando Fernán Gómez: “¡A la mierda!”. O sea, que los Uber y similares tienen todo el derecho a venir a Lanzarote, que están en todos lados, pero el transporte público que ya se prestaba en diligencias en siglos pretéritos en todo el mundo, no importa que esté como está.

 ¿No sería mejor dejarse de tanta tontería, y hablar con los usuarios de las guaguas y con quienes no pueden ser usuarios porque no tienen líneas acordes? ¿No sería mejor dejarse de tanta defensa a los técnicos y ver qué se hace donde sí tienen técnicos experimentados en prestar servicios a los ciudadanos y no en negárselos? ¿No sería mejor si no se tiene ni idea ni ganas de hacer nada, dedicarse a otra cosa? ¿No sería mejor garantizar un servicio universal, colectivo y barato para todos los ciudadanos y visitantes de la isla en lugar de estar con pejigueras dilatorias para beneficiar a unos y perjudicar a otros? ¿No sería mejor que solo aquellos que necesitan un transporte de puerta a puerta cojan un taxi o un Uber y la gran masa poblacional pudiera moverse en guaguas? ¿ No garantizaría eso la movilidad también de nuestros menores y mayores, dependientes ahora de adultos cansados de hacer de chófer obligado de familiares?

Los lanzaroteños se ven obligados a ir al aeropuerto en taxi, salvo que tengan un familiar que les haga de chófer, costándole más caro, a veces, que el billete del avión. Y llega a Gran Canaria, cruza la calle y coge la guagua Global y se acerca a Las Palmas más feliz que Ricardito. De vuelta, coge la guagua hasta el aeropuerto y llega a Lanzarote y se pone en una cola inmensa de gente esperando un taxi. ¿Si hubiera una guagua que lo llevara con la misma diligencia, precio y calidad que la Global en Gran Canaria, no pasaría de esperar un taxi? Pues imagínase si es gratis. Pues es gratis, pero no tenemos guaguas. ¿Solución? No recibir a los taxistas. En fin: “A la mierda”.

elperiodicodelanzarote.com