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La muralla de Los Pirineos, una experiencia tormentosa

Una lluvia a cántaros, con fuerte descarga eléctrica, y una neblina que impedía ver más allá de veinte metros convirtieron el primer día del Camino en todo un reto inesperado

El Camino de Santiago, desde Lanzarote (II)

Llegamos a Saint Jean Pie de Port ( San Juan Pie de Puerto), Francia, dejamos las maletas en la casa rural en la que íbamos a pasar la noche y nos fuimos a cenar a una terraza en el centro del pueblo. La fisionomía del mismo es la propia de los pueblos vascos, de hecho pertenece al País Vasco francés y la zona se conoce como la baja Navarra. Después de 92 kilómetros en taxi, casi dos horas metidos de curva en curva, desde Pamplona hasta aquí, nos apetecía estirar las piernas y llenar el estómago. En la terraza, casi llena de clientes, se percibía la multiculturalidad del camino, aunque, al poco, empezaron a irse todos y a nosotros nos acabaron por apagar las luces en clara señal de despedida forzada.

 Pagamos y me sonó el teléfono. Era mi hija. Muerta de risa me dice que me dejé sobre la cama el chubasquero, el protector de la mochila, el pequeño botiquín que me había hecho y un forro polar. Mientras más se reía ella, más tartamudeaba yo. Se lo conté a los dos José que me acompañan en esta aventura de hacer el Camino Francés, de recorrer más de ochocientos kilómetros hasta Santiago, y acabaron imitando a mi hija y metiendo puyas.

San Jeant Pie de Port, es un pueblo cn aspecto vasco y raíces vascas. Es el inicio del Camino Francés.

- Seguro que no llueve. estamos en septiembre y la noche está buenísima - Dije, más como un deseo que como una convicción.

- No te creas, en estas zonas cambia el tiempo muy rápido. y cuando llueve, llueve de verdad - Me soltó mi cuñado José Manuel mientras  José Alberto, Pepe Reyes, hacía gestitos inequívocos de que no tengo remedio.

Subir y subir

A las seis y media de la mañana, apenas unos segundos antes de que sonara la alarma del reloj, el estruendo de un trueno me paró la respiracíón. ¿Qué coño fue eso? ¡Un terremoto! un segundo trueno y el ruido del agua golpeando las paredes me puso rápido ante la realidad menos deseada. ¡Ay, mi madre, y mi chubasquero en Lanzarote!

Las vacas también viven de paisaje.

Desayuné aguantando las bromas sobre mis vestimentas ausentes de mala gana pero con buena cara. Llegó el momento de coger la mochila, me la puse al revés. Otra vez, Jose, muerto de la risa, me recomienda ponérmela bien. Los trece kilos se pegaron a la espalda como si siempre hubiesen estado allí. Salimos a la calle empedrada, caminamos diez metros y volvimos corriendo al comedor. Estábamos completamente enchumbados. Mojados hasta lo más profundo. En apenas unos segundos, nos baño. A partir de ese momento, entendí lo que era llover a cántaros. No eran gotas, eran baldes  (cubos, para los no nativos) de agua que te tiraban desde el cielo con absoluta despreocupación. Mientras, seguía la descarga eléctrica, los truenos y yo sin impermeable. Pasaba el tiempo y no salíamos. Jose planteó los riesgos de meternos en Los Pirineos con esta tormenta. No hizo falta que se extendiera mucho, todos habíamos visto la película The Way y recordábamos que el protagonista hace el camino porque su hijo murió durante una tormenta, el primer día, en esta etapa.

Se inicia la subia a Los Pirineos.

Todos estábamos de acuerdo en la dificultad añadida que significaba este tormentón a la propia exigencia de la ruta, donde hay cuestas que son verdaderas murallas y hay que salvar más de 1200 metros de altitud en el recorrido. Pero no coincidimos a la hora de darle una respuesta. Jose dijo abiertamente que cogiéramos el autobus  ( él llama así a la guagua) hasta Roncesvalles y empezar a caminar mañana desde allí. Pepe y yo nos miramos, no dijimos nada, ni hacía falta que dijéramos nada para saber que no íbamos a renunciar a cruzar los Pirineos, con lluvia o sin lluvia.

La neblina también se alía en nuestra contra.

- ¿Aquello que se ve allá es un Lidl?-, pregunto. Los dos dijeron que sí y los arrastro bajo la lluvia hasta el supermercado alemán con el propósito de comprarme un chubasquero. Mojados hasta el tuétano, rebuscamos en la tienda sin encontrar nada. Pero entre una cosa y otra, parecía que llovía menos. Así que decidimos acercarnos al centro del pueblo para recoger la acreditación para la Compostela y seguro que por allí hay alguna tienda con chubasqueros. Es lo lógico, si en esta zona llueve y vienen muchos peregrinos, habrá tiendas que vendan paraguas, chubasqueros y demás.

Subida, lluvia y neblina, ¿alguien da más?

- Llévate tú por eso y sigue dejando tú sobre la cama en tu casa el impermeable-, dijo Pepe provocando las risas de los tres mientras caminábamos bajo la lluvia. No conseguimos la acreditación pero sí unos chubasqueros con buena pinta pero demasiado baratos para ser buenos.  Los compramos, cruzamos el río Nive por el puente mediaval y nos metimos en la rue d´Espagne  que nos llevó hasta una señal que indicaba Chemin de Saint Jacques de Compostelle y eso quiere decir lo que quiere decir, no hace falta saber francés para eso.

La vaca está sorprendida con nosotros

Seguía lloviendo, pero con los impermeables estos de 3 euros por cabeza, apenas nos mojábamos. Pero, el monstruo de Los Pirineos no da tregua y se presenta ya con un terrible repecho, ay, mi madre. Nos lo tomamos con mucha paciencia, sin prisas, mojaditos, con la mochila también protegida por el impermeable y con la cara cada vez más cerca de los pies. El paisaje es precioso, verdito/verdito y mojado se ve todavía más verde. ¿Verse? Lo que faltaba. se empieza a meter neblina, a medida que subimos más neblina, no se ve nada a 20 metros de distancia. Vaya, creo que nos quieren hacer todas las pruebas del camino en la primera etapa. Nos meten, de primera etapa, la más dura de todo el camino, con una tormenta insuperable, una neblina densísima y encima la afrontamos con chubasqueros de tres euros. Ya sólo falta que se rompan.

Dejamos atrás el último pueblo, Huntto, a partir de ahora todo es monte. Y nos acercamos a los 7,5 kms de asfixiante y húmeda caminata en vertical y sin visión a Orisson, un albergue con bar donde nos tomamos un cortado y empezamos a ver  peregrinos. Nada que ver sus impermeables con el mío, me cabreo. Especialmente los japoneses son extraordinarios. Ni tan siquiera en estas situaciones pierden su estilo y elegancia. Perfectamente vestidos con ropa ligera e impermeable, con mochila sin exceso de equipaje y con paragua liviano incorporado en la mochila. Es la versión más oriental y moderna de un caracol. Me daban sana envidia, se movían con una frescura y alegría que me ruborizaba con sólo pensar en quejarme. Seguimos para arriba, la neblina también.

Entrar a Navarra y el bosque se presenta impresionante.

- " Buen camino", oí a mi lado izquierdo y al girarme veo a una familia coreana que caminaba más rápido que nosotros.

- Buen camino-, contesto y les digo a mis compañeros que ese es el saludo del camino, y que ese  era el primero que nos dedicaban. A partir de ese momento, peregrino que se acercaba, peregrino al que le gritábamos "buen camino". Poco a poco íbamos entrando en la senda, estábamos en pleno aprendizaje y aclimatándonos. Primero vimos vacas salir de la niebla, después ovejas que se mimetizaban mejor con ella.

A los 16 kilómetros de marcha lenta, neblina espesa y numerosos buen camino, llegamos a la fuente de Roldán y a un hito grande de piedra que anuncia la entrada a Navarra. Lo cruzamos y dejamos atrás Francia y seguimos caminando entre cruces con flores, con nombres alemanes, brasileños de personas que se  quedaron por estos lares para siempre.

Ha dejado de llover, pero la pista pedregosa y resbaladiza se endurece precisamente cuando estamos llegando al collado (pico, monte)  Lepoeder, con 1430 metros de altura, las cota máxima de la etapa. Y si es la cota máxima, eso  significa que a partir de ahora toca bajar para llegar a Roncesvalles. Ya hemos recorrido 20,5 kms.  Lo peor se ha superado, pienso. Ya es bajada, ya no llueve, ya no hay neblina. Se me pone otra cara.

Nos metemos en un bosque precioso, con un sendero muy bien marcado. Cualquier despiste o desorientación y no volvería al camino más nunca. Todo los árboles y zonas me parecen iguales. Me fijo en las flechas amarillas de los árboles y las piedras como si me fuera la vida en ello. Aire puro, fresquito, un bosque espectacular y bajando. Me parece el momento más placentero del día. Hasta que de repente se acaba. El sendero se mete en un barranco destrozado y con una pendiente del copón.

la cerveza en Casa Sabina, en Roncesvalles

- ¿Chacho, vamos a bajar por ahí?-, les grito. Pepe está con la lengua fuera, así que no creo que diga nada.

- Hay otra opción, con menos pendiente, pero son unos cuatro kilómetros más - Me dice Jose en un tono neutro que no me deja entrever sus preferencias.

¡Cuatro kilómetros más! ¡Ni loco!

- Chicos, tengan cuidado con esto que está muy resbaladizo - dije, dejando claro que ya me tiraba al barranco.

Caminábamos rápido, a pesar de todo. Adelantamos a unos cuantos americanos y brasileños que bajaban con más temor que nosotros. Pero, de pronto, vi a una señora delante de nosotros que era la misma imagen del sacrificio y la dificultad para avanzar. Una peregrina/ peregrina. De las de antaño, de las que van a sufrir y sólo a sufrir. Por Dios, por la Virgen  y por quien se preste. Era lituana. Me sacaba a mí un palmo de altura y unos cuántos kilitos creo que también. Iba sobre una zapatillas, estilo esclava, que desde que la adelantamos no volví a mirar atrás porque estaba convencido de que la iba a ver desnarizada, en el suelo fangoso. Su mochila era del triple tamaño que la mía y la llenó a conciencia. Ya me daba vergüenza hablar de mi esfuerzo.

Roncesvalles.

Salimos, al fin del barranco y ya veíamos el pequeño pero histórico pueblo de Roncesvalles con su Monasterio, su albergue, dos bares, y nuestro hotel, un lujo para la zona, un sueño para descansar después de este día tan especial.

Nos duchamos y salimos a comer, abrigados, porque hacía frio. Pedimos un menú del peregrino, una sopa caliente, carne y un arroz con leche y empezamos con una cerveza. En ese mismo momento, por delante de la puerta de bar, junto con otros peregrinos, vi pasar a la lituana tan grande y cargada como antes y me parecía que sonreía. El Camino es milagroso, no cabe duda.

Saint Jeant Pie de Port es un pueblo con aspecto vasco y raíces vascas.

En el Orisson con nuestros impermeables recién comprados a tres euros por barba.

elperiodicodelanzarote.com