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Arcadio Tejera, el hijo del terrero

 

Las bombillas que cruzaban a unos tres metros de altura la cancha eran incapaces de vencer la oscuridad de la noche. En un local inadecuado que hacía de terrero, el Tao visitaba Haría para enfrentarse al Unión Norte. Estaba empezando la década de los ochenta. Los aficionados de toda la Isla se arremolinaban, unos contra otros, bajo una amenazante lluvia que parecía venírseles encima en aquella intemperie. Pero no se iban; querían ver a aquel hombre de cuerpo pétreo, andar humilde (sus ojos siempre buscaban la arena, cabeza cabizbaja) y tremendamente dinámico en la brega. "Arcadio, tú solo puedes con todos ellos", gritó alguien. Pero Arcadio Tejera, puntal del Tao, no es hombre vanidoso. Se mete la camisa por dentro de los calzones al estilo que sólo los buenos luchadores saben hacer y se lanza al terrero.

La alegría de los seguidores del U. Norte cesaba después de grandes delirios. Los del Tao veían agarrar al único que les quedaba. La conmoción estaba servida. Tejera sabía que la responsabilidad contraída era grande, pero no le importa.

Hombres de gran calidad cayeron ante él como si de chiquillos se tratase. Juan Betancort, Ricardo Lemes, Celso Betancort, Lito Figueroa... y así hasta nueve triunfos seguidos. Arcadio no atiende siquiera a la llovizna que caía continuamente desde hacía diez minutos. Estaba pletórico. Sus músculos, marcados como los de un gladiador romano, bañados por el incesante fluir del sudor, recibían con alivio las gotas de agua. Fue una fiesta para los aficionados y un recuerdo inolvidable para el luchador lanzaroteño más completo de los años 80.

Quedan lejos los años en los que este fornido luchador, en los recreos del colegio, se enfrentaba con destreza a sus compañeros, valiéndose de las mañas que sus hermanos les enseñaban a base de costalazos para imponerse con facilidad. "Hazme eso otra vez, Házmelo otra vez", repetía desde el suelo a su hermano mayor. Quería aprender y aprendió a corta edad. A los 16 años (allá por el 78) ya era todo un puntal. Su época de plenitud se alargó hasta el 85. Después, las lesiones, los problemas con la vista y el desgaste de tantos años de esplendor se impusieron. Ahora, a sus 33 años vive la lucha desde fuera del terrero, con el ansia de un puntal que quiere bregar.

Texto extraído íntegramente del libro “Lanzarote, en el terrero” editado en 1995 del que es autor Manuel García Déniz.

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