PUBLICIDAD

El litoral de Yaiza, en tres zancadas (I)

Tres jornadas de caminata por los casi 58 kilómetros de costas que separan Puerto Calero del Timanfaya

El litoral del municipio de Yaiza nos ofrece la oportunidad de movernos por una diversidad paisajística difícil de encontrar en otro lugar en tan poco espacio. El suroeste lanzaroteño concentra en sus cerca de 58 kilómetros de costas los suelos más antiguos y los más recientes de la conformación geológica de la isla. Además, es una sucesión de playas y acantilados de todos los tamaños y colores posibles.

Nada menos que 24 playas jalonan un litoral donde calas de arena blanca dan paso a otras de arena negra y estas a unas terceras de callados o grava. A lo largo de esos 57, 69 kilómetros de línea costera, nos esperan también dos de los tres puertos deportivos que tiene la isla, restos de los tiempos de la conquista y colonización de la isla y una amplia franja de más de 10 kilómetros donde se asienta la más moderna planta hotelera de Lanzarote. A partir de ahí, subiendo por Pechiguera a El Golfo, también nos espera el impresionante mar bravío que convierte esta parte de la costa en tan inhóspita como buena para la pesca, aunque siempre con sumo cuidado con las mareas y sus grandes olas. La fuerza del mar se percibe mejor, superada esta parte acantilada y las Salinas de Janubio, en las cuevas y bufaderos de Los Hervideros, ya en pleno Parque Nacional de Timanfaya, que acoge desde 1974 bajo su protección el complejo volcánico que se creó con las erupciones de 1930-1936.

No hay mejor forma de recorrer, observar y disfrutar esta incomparable línea de mar que hacerlo caminando. Se trata de ponerse calzado y vestimenta adecuados de senderismo y una gorra, echarse la mochila al hombro, donde no puede faltar agua abundante, protector solar y alguna barrita energética, y comenzar a caminar. Se trata de recorrer estos más de 57 kilómetros lineales de frente marítimo sin prisas y con las pausas necesarias. Aunque se podría hacer en dos jornadas, para hacerlo menos exigente, lo vamos a dividir en tres tramos. En el primero, iremos de Puerto Calero, límite del municipio de Yaiza con Tías, hasta la entrada de la zona urbana de Playa Blanca. El segundo día, haremos sólo la parte urbana, el litoral urbanizado que sirve de asentamiento a la zona turística más moderna de Lanzarote, alrededor de una docena de kilómetros de litoral. Y el tercer y último día llegaremos al Parque Nacional de Timanfaya, con vuelta a El Golfo. Solamente hay una palabra para definir todo lo que se puede ver: ¡impresionante!

Puerto Calero – Playa Blanca, monumental Los Ajaches

En el mismo límite fronterizo de los municipios de Tías y Yaiza, se encuentra Puerto Calero, una urbanización con puerto deportivo, viviendas residenciales y hoteles y apartamentos turísticos que es la primera población de este municipio que se encuentra cuando se viene de la capital de la isla hacia al sur. Barcos, restaurantes, residentes y turistas se entremezclan en este espacio urbano. Nos esperan por delante unos 24 kilómetros de experiencia a pie. La caminata es exigente y la mayor parte del recorrido transcurre por zonas aisladas dentro del Monumento Natural de Los Ajaches. Es una zona que alcanza altas temperaturas en verano, y se alternan entradas y salidas de barrancos.

Los primeros cuatro kilómetros entre Puerto Calero y el próximo pueblo, Playa Quemada, presenta un sendero muy cerca de los acantilados y en buen estado. El acceso al mar sólo es posible por las bocas de los barrancos que han erosionado la zona y permiten bajar a la orilla. Pero Playa Quemada aparece ante nuestros ojos antes de que nos demos cuenta. Es un pueblo pequeño, donde han ido apareciendo casitas y algunos apartamentos al lado de lo que fueron segundas residencias de los vecinos del interior del municipio. Tiene también cuatro restaurantes en la misma orilla del mar. Playa Quemada nos adentra en el océano entre piedras volcánicas y grava y a unos metros tiene la Playa la Arena, que combina la arena negra con callados, nombre que recibe en la isla la grava, esos cantos rodados que aparecen en las playas.

Playa Quemada se queda atrás. Seguimos el sendero por la parte alta del pueblo y nos adentramos en el Monumento Natural de los Ajaches, un macizo antiquísimo que nos muestra sus picos de más de 500 metros de altura y nos ofrece sus lomas y barrancos erosionados por los millones de años de existencia para transitar. Son unos 20 kilómetros, primero por sendero y después por pistas de tierra, completamente aislados entre el mar y el macizo. Los primeros kilómetros de caminata por un sendero escarpado, que corta de forma transversal, nos deja en lo alto de la playa de Los Pozos, de unos trescientos metros de largo, al final de un espectacular barranco que lleva al mar las aguas que recoge a lo largo de toda esa superficie que le separa de los pueblos del interior, Femés  y Las Casitas, a unos seis kilómetros de distancia del lugar y de tres de separación entre ellos. Desde aquí, desde lo alto, todavía se ven las jaulas marinas para la cría de lubinas y doradas, que hace años que tendrían que haberse retirado del mar, al caducar sus permisos de explotación. Bajamos a la playa, nos acercamos al viejo pozo que da nombre a la misma y miramos barranco arriba, haciéndonos la idea de cómo sería un día de fuertes lluvias en el centro de ese cañón.

Volvemos al sendero y salimos del barranco para subir la loma y continuar nuestro periplo hacia Playa Blanca.  La playa de Los Pozos, al igual que las dos anteriores y las tres restantes que nos quedan por ver antes de llegar a la punta de Papagayo, es de arena negra. Es un bonito contraste entre el secarral marrón de las lomas y ese suelo negro acariciado suavemente por olas desganadas.

  

El calor se agranda cuando nos adentramos en el próximo barranco y se desvanece un poco al volver a la loma, suavizado por los alisios, pero es una de las principales exigencias de la zona. Seguimos la pista, un poco más alejada ahora del litoral, a los pies del macizo. Vemos los picos de Hacha Grande y de Hacha Chico, que dan nombre a la zona, a lo lejos.  Las señales ayudan a no perderse, aunque siguiendo el camino y teniendo claro que nuestro objetivo es Playa Blanca, no tendría mucho sentido seguir señales que nos ingresan en el macizo y nos desvían hacia Femés. Nuestro objetivo es el litoral y ya se ven a lo lejos las playas de Papagayo, otro de los grandes tesoros naturales de este espacio.

      

Estamos acercándonos a esa punta impresionante y todo cambia. Se te quita el calor solo con ver esas calas de jable impoluto y aguas cristalinas invitándote al baño. ¡Son siete, siete playas! Playas de arena rubia, playa de aguas cristalinas, escondidas de las miradas lejanas por sus acantilados circundantes, playas salvajes que nos provocan para adentrarnos en ellas sin ropa ni remordimientos. Viendo esta maravilla, ¿nos puede sorprender, entonces, que los normandos Jean de Bethencourt y Gadifer de La Salle nada más verla, decidieran desembarcar y situar en esta zona el primer asentamiento en la isla, San Marcial de Rubicón?

Pero cada vez son más los turistas que llegan a la zona con sus propios coches, desde cualquier parte de la isla aunque, principalmente, de los que se hospedan en Playa Blanca, que tienen el paraíso a tiro de piedra.

Caminamos hacia la civilización, todavía por el sendero arenoso, cerca del mar y llegamos a las primeras muestras de urbanización, a las aceras, paseos marítimos. Es la trama urbana de Playa Blanca. Desde aquí hasta Pechiguera, una docena de kilómetros que recorreremos mañana. Quizás con menos pasión pero con todo el interés que conlleva divisar el mar desde un paseo marítimo urbano de primer orden. ¡Hasta mañana, pues!  

 

Escribir un comentario

Código de seguridad
Refescar