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Paseo orillando la Bocaina y el desarrollo de Playa Blanca

El litoral de Yaiza, en tres zancadas (II)

 Es temprano y es bonito ver salir el sol sobre el mar, desde la orilla. La caminata de hoy, la segunda de las tres del recorrido por el litoral del municipio de Yaiza, es corta, apenas unos 12 kilómetros y se desarrolla por la parte más urbanizada de esta jurisdicción. Playa Blanca es la tercera y más reciente y moderna zona turística de Lanzarote. Y como era de esperar, está asentada al lado mismo del mar en una estirada franja urbana que se extiende desde la zona de Las Coloradas, lugar en el que iniciamos la caminada,  hasta la Punta de Pechiguera, donde se cierra la parte urbana y acabamos hoy.

El paseo marítimo de Playa Blanca nos ofrece de casi todo lo que se puede encontrar en una zona turística pero también unas imágenes increíbles de la bocaina y sus límites, donde conviven las islas de Lanzarote y Fuerteventura y el Islote de Lobos, separados por un trozo del atlántico que no tiene más de 16 metros de profundidad en estas aguas.

 

Empezamos a caminar también con la sensación extraña de encontrarnos en medio de la mayor mancha urbana de un municipio que tiene más del 80% de su territorio protegido con una u otra norma medioambiental. Ya dejamos ayer detrás el impresionante Monumento Natural de los Ajaches, con sus montañas, sus lomas, sus playas y su aspecto desértico y también en este municipio se encuentra más de la mitad de la superficie del Parque Nacional de Timanfaya, que comparte con su vecino Tinajo, una gran extensión del Paisaje Protegido La Geria y del Parque Natural de Los Volcanes. También tendremos la oportunidad de ver mañana, en la tercera caminata, espacios protegidos como El sitio de Interés Científico Janubio y El Charco de Los Clicos. Siete espacios naturales jalonan el municipio pero hoy estamos en la excepción y de ella no saldremos.

Avanzamos por el Paseo Marítimo hacia el pueblo originario de la zona, la Playa Blanca de humildes pescadores que fue, hasta que eclosionó el turismo aquí en los años 80 y alcanzó velocidad de crucero en las siguientes décadas, para transformar un pueblo de unos cientos de habitantes, con sus humildes casas, sus barquitos y el recordado bar de Salvador y sus paellas, en un emporio económico, con más de 14.000 habitantes, de buenos hoteles y apartamentos, de calles y aceras, de urbanizaciones y planes parciales que se alargan en la llanura hasta el mismo paseo que transitamos. Playa Blanca está pensada para el turista, por lo que su espacio tanto alojativo como residencial está salpicado de piscinas, bares, restaurantes, aparcamientos y comercios. Apetecería más, incluso, callejear y desayunar en un  bar y almorzar ya en esa zona vieja, remodelada, centro de todo, donde se encuentran dos de los mejores restaurantes de la zona, elegidos por los residentes y visitantes a partes iguales. En Casa Pedro y en el Brisa Marina, ambos en la propia Avenida, con lo que pasamos por delante de sus puertas, se comen los mejores productos de esta tierra.

Antes de llegar al centro de la ciudad turística, origen de todo, debemos recorrer casi la mitad del trayecto. Primero nos encontramos un puerto deportivo, Marina Rubicón, lleno de barcos deportivos y rodeado por un amplio centro comercial abierto de arquitectura tradicional. Para, más tarde, acabar en Playa Dorada, de arena rubia y aguas mansas gracias al espigón artificial que la cierra a los embates del mar. Desde aquí y hasta la playa del pueblo, la que da su nombre a todo y cuyas arenas no se necesita decir que son blancas, se agranda la maravilla de la vista del océano, con la isla de Lobos y Fuerteventura al fondo, cada vez más cerca.

En  la Avenida de Playa Blanca no es extraño encontrarse a senderistas que tienen el paseo  marítimo de principio o final de sus caminatas.

Senderistas locales y visitantes tienen el Paseo Marítimo de Playa Blanca como uno de sus objetivos para iniciar o acabar sus rutas por la zona sur de la isla y disfrutar del servicio de restauración de la zona.

 

También se ven los ferris que operan trayendo y llevando pasajeros de una isla a otra, unidas desde aquí con una nueva dársena, mucho mayor, que hace que gane protagonismo la actividad marítima. Si tenemos la suerte de llegar a tiempo, podremos ver a los bañistas de la playa del pueblo cogiendo sus cosas a la prisa porque las olas que crean los ferries de Fred Olsen al entrar en el puerto hacen de pequeño tsunami llegando las aguas hasta los mismísimos límites de la avenida. No dura nada, pero se convierte en un atractivo para los que están mirando y un pequeño susto para los que se quedan dormidos en la arena, ajenos a estos vaivenes del mar.

Dejamos atrás la zona de la avenida del pueblo, el puerto comercial, y la trama más residencial y tradicional para afrontar la última parte de la caminata. Dejando atrás la Punta Limones, el referente visual es una trama más turística que se escurre entre las faldas de Montaña Roja y se acerca al mar con anchas vías, largas aceras y multitud de casitas que tanto sirven para acoger turistas como para darle cobijo de lujo a visitantes que pasan largas temporadas aquí como segunda residencia.

El paseo Marítimo nos va ofreciendo nuevas posibilidades para entrar en el mar, calas tranquilas que son las delicias de sus bañistas y usuarios. La primera en aparecer, con sus espigones artificiales y sus rubias arenas, es Playa Flamingo. Después vendrán una tras otra las playas La Mulata, La Campana y la de Montaña Roja. Superado este espacio, entre playas y cientos de chalets, llegamos a Punta Pechiguera, que nos recibe con el faro nuevo y con el faro viejo, como si tratara de recordarnos lo que fue y lo que es Playa Blanca. La costa de Pechiguera no entiende de arenas rubias ni de baños a mar abierto. No hay playas en un mar que puede llegar a ser traicionero y que siempre se manifiesta con fuerza. Es rico en fauna marina y lugar de peregrinación de pescadores a caña y de rastreadores de lapas y mejillones. Pero, hasta ellos, acostumbrados a sus olas, y recelosos de sus cambios de humor en la pleamar, pican en sus amagos traicioneros. Es una mar para ver y para disfrutar con mucha cautela. Pero tiene su debilidad también. En la bajamar, deja unos charcones o piscinas naturales que son una delicia. Pero de eso ya hablaremos mañana, que hay que abandonar el paseo y volver al sendero para acercarnos al lugar. Hasta mañana.

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