PUBLICIDAD

Jorge

Jorge Peñas, abogado, candidato de Podemos al Senado.

No tenía la más mínima intención de escribir una sola línea sobre estas elecciones. Ni una. El que quiera saber qué pienso sobre ellas y sobre los candidatos, le basta con buscar en este mismo periódico digital en los meses de marzo y abril de este mismo año. Vaya hombre, no tengo mejor cosa que hacer que ponerme a escribir lo mismo sobre los mismos porque ellos decidieran repetir el entuerto porque son incapaces de hacer los deberes que ellos mismos se obligaron a hacer, y por los que cobran unos buenos euros y se reservan otros tantísimos privilegios. ¡Ni una línea, ni una! Lo dije clarito, pero ya ven, aquí estoy. Y todo por ir ayer, a media mañana, a dar una vuelta por el centro de Arrecife y tomarme dos cafés, uno de ellos en el bar de mis amigos los de “El Pelao”.

Tampoco tenía intención alguna de cambiar el mundo con ese paseo por el centro de la capital insular más abandonada de Canarias. Consistía en despejarme un poco y comprar la medicación para la enfermedad rara que me entretiene. Pero, claro, la calle se presta a que ocurran cosas no previstas. Y eso es lo que me gusta de la calle, precisamente. Y me encontré con dos viejos socialistas, bueno, no tan viejos, pero sí experimentados. Con uno, que es para mí como un hermano, y que hacía años que no veía, pasé un buen rato recordando viejas batallas y no tan viejos guerreros venidos a más últimamente. No importa que abran trincheras en otros lados, que sean miembros del club, si con ellos, cuando los ves, te sientes como en casa. Rápidamente, se crea un ambiente de confianza, donde fluye todo con absoluta naturalidad y transparencia. Siempre lo he dicho, no dejaré de ser amigo de alguien porque abra trinchera en otro lugar. En cambio, nunca seré amigo de los que se dedican o aspiran a abrir fosas comunes al alba. Aunque sea de forma figurada. Con el tiempo, los fantasmas ya no te asustan ni te divierten.

Después de reírnos un rato, y destripar la realidad, cada uno abrió patas para su destino. Y cuando ya iba a velocidad de crucero, convencido de que entraba en la farmacia Matallana al segundo, alguien se agarra a mi brazo y me detiene en seco. Si me para en seco cuando voy a mi entusiasta velocidad de crucero, comiéndose incluso la inercia, es que se trata de un hombre fuerte o de un pesado enorme. Y, efectivamente, era un hombre fuerte. Otro socialista, al que también conozco desde los años noventa del siglo pasado. Y es tan fuerte como hablador. Y tan hablador como buena persona. Y tan buena persona como comprometida con la izquierda. Y empezó a hablar, y empezó a sonreír, y empezó a hablar de la izquierda. Pero todavía no había empezado a aflojarme su “llave inglesa” que me había clavado en el bíceps izquierdo.

_  ¡Chacho, Manolo, cuánto tiempo! ¿Cómo estás? ¿Cómo va ese periodismo? ¿Y ese periódico? ¿Y esa tertulia? ¿Cómo andan las caminatas que te pegas con el compañero Pepe Reyes? ¿No te habrás vuelto a casar? ¿Y los chicos cómo van? ¿Ya acabó Carolina? ¿Y José que está haciendo? ¿Adriana sigue siendo tan empollona?¿Hiciste otro camino? ¿Chacho, Manolo, y qué vas a votar el domingo?

Lo sabía, sabía que la retahíla acabaría así. Que no se pararía ante ninguna otra cosa. Que la única pregunta importante para él sería de política. Que todo lo demás corresponde al postureo social, pero que cuando habla de política es capaz, incluso, de callar un momento y escuchar. Y aproveché para parpadear y para meter baza.

_ Sabes bien, amigo, que el voto es secreto. Que corresponde a la intimidad del individuo. Todavía más en mi profesión. Aun así, sabes bien, amigo, de que pie cojeo. Exactamente del mismo con el que marcaba unos goles espectaculares, por la escuadra, en mis tiempos de futbolista infantil, en mi inolvidable Club Deportivo Tías.

Tengo la estrategia siempre, no sé si es un gaje profesional o una excusa para no esforzarme en explicaciones individuales, de intentar que sea el otro el que hable. No es modestia es cansancio.

_ Pues sabes, tío, yo tengo muy claro lo que voy a votar.  Voy a votar  al Senado a un abogado.

_ Blanco y en botella…

_ Un abogado honesto, ya que me dan dos opciones en el mismo año, voy a cambiar.

_ ¡Uff! Ahora ya me lo pones más duro. ¿Me vas a hacer pensar a estas horas? Tú sabes que yo madrugo mucho.

_ Sí, lo tengo claro. Voy a votar a un abogado.

_  Si es honesto y tiene las cosas claras, mejor que sea abogado en esta jungla que es la política. ¡Allá tú!

_  Esta mañana mismo, en la radio de tus amigos, esos sonámbulos que te levantas al baño a las seis a miccionar, a echar una meada, y ya están ellos con la traquina en marcha.  Pues fue esta mañana. Como si fuera una revelación, me pusieron al ying y al yang seguidos. A los dos seguidos. ¡Ya está bien de cinismo y clasismo!

_ Me vas a dejar en treinta y tres y el brazo grangrenado. ¡Suéltalos ya, jodido!

Se puso serio. Me soltó el brazo. El labio inferior trepó al superior. Me miró como si fuera a revelarme el secreto más importante del mundo, abrió la boca y dejó escapar el nombre, apenas dos silabas.

_ Jorge, voy a votar a Jorge.

Y se marchó de forma precipitada. Como si las urnas cerraran en unos minutos y no quisiera llegar tarde. Como si le fuera en esa votación su dignidad, su condición de socialista, de buena persona, de persona sonriente y habladora.

 

Escribir un comentario

Código de seguridad
Refescar