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La soñada normalidad

 Hace un año,  si nos hubiesen preguntado por nuestra situación personal y económica, casi todos hubiésemos respondido entregando una larga lista de quejas. En cambio, hoy, apenas un año después, vemos cosas que en aquellos años no valorábamos, porque venían envueltas en el papel de la rutina, como situaciones altamente gratificantes  y poderosas.

Sin irnos más lejos en el tiempo, el regreso de los alumnos a las clases lo vivimos como algo importante, como un hecho trascendental para las futuras generaciones. En las aulas se ha cocido el desarrollo de los pueblos y el crecimiento personal de casi todos. Un mundo sin escuelas, sin niños y jóvenes interactuando alrededor del conocimiento, es un mundo francamente peor que el que teníamos. En muchas ocasiones, participamos en manifestaciones y reuniones criticando la enseñanza que se impartía y el sistema de organización de la educación. Pero nunca para cerrarlas, nunca para apartar y criar y educar a nuestros hijos en la soledad del hogar, en medio de las idas y venidas de padres sobresaturados, de ruidos de calderos y chillidos de  chinijos no uniformados.

Da cosa ver a los chicos manteniendo la distancia, sin poder comportarse con naturalidad, con la cara tapada y las manos recién lavadas. Da cosa, sí, pero también mucha alegría. Por miedo, hubiésemos seguido con los niños ocultos, como sacados de la normalidad por el flautista del cuento. Creyendo que las nuevas tecnologías nos puede dar todo. Que de golpe podemos exigirles a nuestros hijos lo que nosotros no podemos ni queremos hacer. Nos hablan de confinamiento, de confinarnos de nuevo, y se nos caen las pestañas, nos sudan las manos, se nos rompe la distancia social. Pero estamos dispuestos a dejar los niños escondidos, a salvo de su desarrollo, a salvo de su educación integral, a salvo de sus amigos. A salvo de todo eso, pero del virus, no. Se mueven, conviven, se abrazan y besan con padres, hermanos y parientes no tan cercanos que sí salen a la calle, que sí van a los bares, que sí van a trabajar, que sí se mueven en los medios de transporte públicos.

Evidentemente, la vuelta a las clases tiene que ser con la implantación de todas las medidas de seguridad necesarias. Con protocolos y más protocolos en los que se desmenuce la realidad que se vive en los centros de enseñanza y se garantice el mayor nivel sanitario. Que se minimice el riesgo y se maximice la respuesta en caso de brote o la aparición de algún contagio. Está claro que no será barato ni fácil, pero es que nadie ha dicho que lo sea ni que tenga que serlo. Ni que esté exento de riesgo. Exactamente igual que en la economía. No podemos vivir si se nos para la economía, si no somos capaces de luchar contra la covid-19 con un nivel de producción aceptable. Pero no les quepa la menor duda que tampoco seremos capaces de sobrevivir, ni de garantizar nuestro nivel económico y calidad de vida si flaqueamos a la hora de armar a nuestros chicos para las batallas futuras. Y eso solo se puede hacer en los centros educativos. Con el apoyo de todos los avances tecnológicos, pero en los centros. En esta apuesta no se puede dudar. Nos va todo en ella. La vuelta a las aulas es una gran conquista para volver a la normalidad.  

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