PUBLICIDAD

También me vacuno

 Me desperté esa mañana con la misma incertidumbre que cualquier ciudadano de Canarias, siguiendo las noticias en relación con el COVID-19 mientras me tomaba el primer café del día. Era un jueves 12 de marzo, un día que libraba de mi trabajo habitual y me dirigía a la Facultad de Enfermería en Tahiche para, como todos los años, colaborar exponiendo una charla de urgencias respiratorias a los alumnos de tercer curso, desconociendo todos los presentes el vuelco que tendríamos en nuestras vidas apenas 24 horas más tarde.

Esa tarde el Gobierno de Canarias comunica que se suspenden las clases en todo la Comunidad Autónoma, y no es hasta ese momento en el que se para nuestra rutina en seco como si fuese un bólido a 200 km por hora que se estrella contra un muro de hormigón, que somos conscientes de la gravedad del problema y de lo que supondría esta pandemia en nuestras vidas. Dos días después Pedro Sánchez declaraba el Estado de Alarma en todo el Estado español.

Como profesional sanitario siempre recuerdas aquel día en la Facultad cuando estudiabas el temario referente a epidemias. Recuerdo a la profesora Conesa de la Universidad de Murcia en donde curse mis estudios, la explicación sobre el desempeño la labor del enfermero/a en la historia de las pandemias, como, por ejemplo, la mal llamada “gripe española”. Me vienen a la cabeza las fotografías en blanco y negro de la bibliografía, donde enfermeras llevaban mascarillas de tela con las cofias en su cabello al lado de enfermos moribundos en camas de hierro forjado y oxidadas. En una de las clases la profesora se dirigió a nosotros y nos dijo: “es muy probable que vuestra generación profesional tenga que luchar contra una nueva pandemia”. Los alumnos éramos jóvenes, y apenas le dimos importancia a sus palabras entendiendo que nunca podría ocurrir algo similar.  

Los primeros días de confinamiento, donde como personal esencial tenía que salir de mi casa y transcurrir con miedo por carreteras desiertas dirección al servicio de urgencias a luchar contra aquel monstruo desconocido que tantas vidas se llevaba por delante, rompiendo familias, parejas, amistades y compañeros. Nos sentíamos como verdaderos soldados en el frente con apenas armas; no teníamos EPIs ni mascarillas con las que protegernos, y aún así, mis compañeros y yo, una y otra vez, nos colocábamos el pijama blanco y perdíamos todos nuestros miedos. En alguna ocasión veía noticias de conflictos bélicos o reportajes de la segunda guerra mundial, y nunca comprendía de dónde sacaban el valor aquellos soldados para, sin apenas armas, luchar casi cuerpo a cuerpo contra el enemigo poniendo en riesgo su propia vida.

Gracias a la pandemia comprendí de dónde sacaban esas fuerzas, y no es otra que el instinto vocacional. Una vez te colocas el pijama blanco te olvidas de tus miedos, pensando únicamente en ayudar a los demás sin dudar por un momento que tu vida está en riesgo. Fueron meses muy duros para toda la sociedad y de incertidumbre, pero sobre todo para el personal sanitario donde escuchábamos cómo compañeros en otras zonas del Estado caían enfermos y hasta perdían la vida por el camino. Los aplausos a las siete y el compañerismo entre nosotros hizo que pudiéramos vencer aquel miedo y la primera gran oleada.

Veíamos con esperanza y desde la distancia a otros guerreros que luchaban sin descanso día y noche para conseguir el remedio definitivo a esta pandemia. Científicos de decenas de países mediante evidencia científica empleaban todos sus esfuerzos y recursos para poder obtener una vacuna en tiempo récord, que nos permitiera poco a poco poder volver a ver la luz en nuestras vidas.

El Covid-19 ha venido para quedarse, no se va a ir, y tenemos que aprender a vivir con él protegiéndonos no solo a nosotros mismos, sino a los demás. Para conseguirlo, la única solución es vacunarse. Durante los últimos 200 años, desde el descubrimiento de la vacuna de la viruela por E. Jenner, la vacunación ha controlado, al menos en algunas partes del mundo, enfermedades que causaban gran morbimortalidad (muertes causadas por enfermedad); ha conseguido, por primera vez en la historia, la erradicación mundial de una enfermedad, la viruela en 1980. Durante el siglo XX la vacunación ha sido una de las medidas de mayor impacto en la Salud Pública, ya que con su administración se ha conseguido disminuir la carga de enfermedad y la mortalidad por enfermedades infecciosas en la infancia. Con excepción del acceso al agua potable, no ha habido otra medida preventiva o terapéutica, ni siquiera los antibióticos, que haya tenido mayor efecto en la reducción de la mortalidad de la población de todo el mundo.

Estamos en el siglo XXI y los avances científicos son exponencialmente superiores a los de hace mas de 200 años. Ahora existe evidencia científica, con los mayores controles de seguridad que nos podamos imaginar, para que la vacunación contra el Covid-19 sea todo un proceso seguro y de continuidad.

Hoy 11 de enero de 2021, después de 9 meses de lucha sin descanso de mis compañeras contra el Covid-19, donde ya se silenciaron los aplausos; donde la gente no tiene trabajo y muchos se encuentran en ERTE; hoteles vacíos; albergues completos de gente sin techo; o UCIs que vuelven a encender cientos de respiradores. Tenemos una gran oportunidad de cambiar todo esto, y nos más, ni menos, que con la vacuna.  

Esta tarde he sentido emoción no sólo como sanitario y enfermero, sino como ser humano. Emoción por haber recibido un simple pinchazo y, en unos pocos mililitros de dosis, el resultado de todo ese trabajo, esfuerzo y sacrifico, siendo co-protagonistas de la historia. Resultado de ese gran trabajo de muchos seres humanos que dieron incluso su vida para que podamos poder recibir esta muestra de luz y esperanza, para volver cuanto antes a la antigua normalidad, para volver a dar besos, abrazos, valorar la familia, amigos, y momentos que anteriormente no dábamos importancia en un mundo digital de redes sociales.

La vacuna no es sólo un acto de protección individual. Es un error, a parte egoísta, mirarlo desde ese punto de vista. La vacuna es un acto de protección social, un acto de solidaridad hacia los demás, hacia nuestros mayores, nuestros seres queridos con patologías crónicas, un acto de protección para nuestros vecinos, amigos, etc…,.En definitiva, es un acto de protección social para que entre todos enterremos al virus.

Vacunarte es un acto de solidaridad con la sociedad, y es por ello que yo hoy 11 de enero del 2021 #TambiénMeVacuno.

 

Yoné Caraballo, Secretario Insular de Bienestar de Nueva Canarias-Lanzarote

Escribir un comentario

Código de seguridad
Refescar