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Me quedo con los momentos

 

Con la pandemia atravesada y después de tres años, tuve la feliz oportunidad de verme cara a cara con mi hermana Astrid este mes de diciembre durante tres intensos días, mi primer encuentro con un  familiar residente fuera de España desde 2018, aunque entiendo que dentro de las circunstancias tan jodidas del covid, con muertes de por medio, sistemas de salud desbordados, desarrollo de vacunas a contrarreloj, gente sin empleo y empresarios en la quiebra, las restricciones de movilidad de personas, por supuesto, salvo su marcada influencia en la industria turística, no es la mayor de las tragedias.

Eso sí, para qué lo voy a negar, disfruté junto a mi hijo como un niño, y mi hermana también. Regresaba ella de paso por Madrid rumbo a Colombia  de su enriquecedora aventura por Abu Dabi y Dubái, pero aunque fue inevitable la narración y preguntas sobre  su experiencia en Emiratos Árabes Unidos, incluida la aproximación a sus costumbres y cultura, la muestra de poder económico del Golfo Pérsico y sus estridencias a punta de petrodólares, todo ese cúmulo de vivencias pasaron a un segundo plano porque lo realmente importante para ambos era el reencuentro con toda la esencia de una relación familiar tremendamente cercana.

Con apenas fotos y selfies,  dedicamos muchísimo más tiempo a rememorar el pasado lejano y cercano, celebrar éxitos personales y comunes, echar cuentos, brindar avivando emociones, ponernos en actualidad, curiosear, compartir risas o vacilar a cuenta de las circunstancias y personajes surrealistas del momento como nos pasó con dos camareros, un hombre y una mujer,  de un bar de la calle de Alcalá que con su actuar y no actuar en el desempeño de su trabajo nos ofrecieron tal función gratuita de humor, al mejor estilo  Les Luthiers, que nos hicieron olvidar por un buen rato el mal trago reciente del robo o extravío del móvil del novio de mi hermana en esa especie de tumulto humano procovid en el que está convertido por estos días el centro de Madrid.

Cuando el tiempo acosa, cuando sabemos que pronto llegará la hora de la despedida, valoramos mucho más las relaciones familiares; es cuando realmente echamos en falta esa primera escuela de convivencia que es nuestro hogar, nuestros seres queridos y cercanos, y es que más que la sangre y los genes, el vínculo que nos une a la familia es el respeto y el disfrute mutuo. Y que vengan más momentos inolvidables que hicieron que enviara con un día de retraso mis letras de esta semana.

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