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Las Costas y los costes

 

Canarias asume las competencias en Costas a partir del 1 de enero de 2023 tras el acuerdo sellado con el Estado. Ese fue uno de los titulares más destacados en los medios de comunicación de Canarias la pasada semana. Y tenía muchos motivos para serlo. Por una parte, porque se llevaba mucho tiempo esperando a que el viejo compromiso tuviera una fecha fija para hacerse realidad. Discusiones de cómo y con qué medios debería afrontarse empantanó durante un tiempo el proceso de transferencias ya reconocidas en el Estatuto de Canarias. Por otra parte, porque las costas son uno de los grandes recursos de Canarias, si no el más importante. Lo sería en cualquier lado, pero más en un archipiélago donde, además, el turismo es su principal fuente económica.  

  

A casi todos nos alegra la medida. Conocemos cómo de perezosa es la administración central cuando tiene que gestionar lo local lejano y muchas veces desconocido. La lentitud con la que se mueve una maquinaria, muchas veces mal dotada, que tiene que tomar hasta las más pequeñas decisiones en esa franja de territorio, tierra de nadie, que es frontera entre la masa de agua salada y la tierra firme y escriturada. Precisamente, es esa falta de celeridad la que anima a tomar las riendas desde trincheras más cercanas. Pero es también esa pretendida celeridad la que nos asusta, porque no sabemos si se va a quedar en aquello que todos queremos o si se va a ampliar a las pretensiones de aquellos otros que llevan años intentando (a veces consiguiendo) mordisquear las costas y no precisamente atraídos por ese olor a salitre.

Tampoco voy a caer en el tópico/típico exabrupto de qué hace Madrid gestionando Costas cuando ellos no tienen mar. Esas reducciones al absurdo, donde se juega con las simplificaciones de los nombres y la estructura del estado para sacar provecho chovinista no me gusta. En Madrid, como fuente del poder centralizado y capital del Reino, hay excelentes expertos que conocen las Costas y sus leyes a la perfección y están alejados de connivencias perversas que acaban en negocietes de compañeros de pupitre, de vecinos de toda la vida o, a veces, entre familiares bien avenidos.  Ese miedo también está. Aunque no debemos olvidarnos tampoco de aquellos proyectos que llegaban desde Madrid, con puerto y playa privada incluidos, para algún especulador de turno, conocido en el Ministerio y en el partido gobernante, que ampliaba las expectativas de su futuro hotel poniéndose al lado, en suelo público, sus infraestructuras soñadas a precio de saldo.

La llegada de las competencias de Costas a Canarias debemos acogerla con optimismo, con entusiasmo, pero, sobre todo, con cautela. Estamos asentados en un territorio donde nuestra tercera característica, después de islas y volcanes, es la sólida corruptela que anida entre nosotros. Posiblemente, igual que en el resto de las comunidades españolas bañadas por el mar y visitadas por millones de turistas, pero eso no lo hace mejor.  Hay quienes se están frotando las manos viendo las enormes posibilidades que les ofrecen a sus negocios y expectativas esos miles de kilómetros cuadrados de terreno, al borde del mar y cerca de las millas de oro turísticas, ahora que van a estar en manos de sus amiguetes políticos. Evidentemente, esos miedos no deben impedirnos afrontar esas competencias con todas las garantías y gestionar ese espacio público de primer orden con mayor acierto y agilidad de lo que se estaba haciendo hasta ahora. Pero no percatarnos de ello, ni querer verlo, nos llevaría irremediablemente a los mismos errores que se han cometido en muchos de nuestros municipios con la especulación urbanística, mal endémico de las zonas turísticas.

Estoy contento pero un poquito asustado también. Espero no tener que cambiar esa frase dentro de unos años. Aunque no estoy del todo convencido que no acabe muy asustado y solo un poquito contento. Aunque ahora quiero ser optimista. Y cauto.

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